La piqueta de la deslealtad
columna: «la calle»
El jueves pasado no hubo en TV nada más divertido que escuchar la transmisión en directo de la sesión en que el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación (TEPJF) analizó los cientos de cuartillas de la queja hecha por PRD, PT y MC para anular la elección del 1 de julio, y nada más en lo referente a la Presidencia de la República.
En cuanto a senadores, diputados y gobernadores elegidos el mismo día, bajo las mismas autoridades de casilla (vecinos dos veces sorteados), el voto fue inmaculado. Los nuevos diputados que se embolsarán 195 mil pesos al mes, y gasolina, boletos de avión, comidas, se plantaron muy orondos con sus carteles "NO a la imposición". ¿Alguien me lo puede explicar? El PRI pagó nada más para robarse la Presidencia, pero... ¿no le alcanzó el dinero para robarse el Congreso y las gubernaturas si compró tan barato como son una carga de celular, una tarjeta de descuento, un chivo y dos guajolotes?
El Tribunal, por TV e Internet, en vivo y en directo, desmontó prueba por prueba, punto por punto, ley por ley, inciso por inciso para demostrar, dijo el ministro Flavio Galván, que algunas pruebas aportan "indicios leves", otras "no son ni siquiera indicios". Y remata: Los argumentos de la queja son "vagos, genéricos e imprecisos", pues ni siquiera señalan "circunstancias de tiempo, modo y lugar". Fue divertida la lectura de tonterías arrimadas por AMLO (con redacción digna de Elba Esther) y su Movimiento Progresista, que desde el nombrecito mismo huele a naftalina y siglo XIX. La Peje-queja tocó fondo al escribir PRD en vez de PRI en una acusación. Los ministros suplieron la falta por lástima. "Suplir la falta" llaman los abogados a la acción de una autoridad que, de buena fe, no se atiene a la letra del demandante pues resultan notorias su ignorancia, sus pocas luces y su profunda estupidez: "No, señor, usted escribió esposa pero entendemos que quiso decir suegra".
El ministro Flavio Galván, antes de que la transmisión se trabara por exceso de audiencia, se refirió, con la mayor seriedad, a las varias pruebas certificadas por notario: Que la señora S había sabido que en la casa C se había cometido el ilícito M: "Y el señor notario certifica que la señora S dijo lo que dijo...". Luego 22 personas declaran al notario que a, b, c... Comenta el ministro: "Con todo respeto para el señor notario, pero aquí dice que las 22 personas dijeron lo que dice que dijeron, luego ¿hablaron a coro?" Carcajada nacional.
El notario da fe de dos paquetes que contienen tarjetas de la empresa Soriana, certifica que están sellados, por tanto "no fueron ni siquiera repartidas". El señor notario abre un paquete y describe una tarjeta. El tema interesante, señala el ministro, es que corresponden a un convenio entre dicha empresa y la CTM, Confederación de Trabajadores de México, firmado en 2010. Zas.
Sigue el ministro: El señor notario certifica que le han mostrado algunos semovientes: hay dos guajolotes que, le dicen, fueron regalados en Guerrero con el fin de comprar votos a favor del candidato del PRI [descontemos dos votos a los casi 20 millones de votos por Peña Nieto, propongo yo]. Certifica que allí están los guajolotes, así como un chivo. No indica "circunstancias de tiempo, modo y lugar" en que fueron utilizados en el ilícito electoral denunciado. O sea, el notario certificó que le decían lo que le decían, —concluye el ministro. El Tribunal desecha la queja por unanimidad.
Pero la risa se congela al razonar que no estamos jugando al "a ver si algo pega": los siete ministros destinaron varias semanas a leer unas 500 páginas de la queja: una demanda pergeñada con las patas, con enredos de sintaxis, hasta con PRD donde querían decir PRI, con señalamientos tipo: "Dijo que le dijeron que habían visto..." Esa burla frívola al Tribunal, ¿quedará impune?
Y aún peor: una institución, el IFE, que en el año 2000 nos llenó de orgullo a los mexicanos, con calidad para que del extranjero le pidieran asesorías, ha sido derruida por la piqueta de la deslealtad, mala fe y dolo que sembraron sospecha en el campo fértil del mexicano: el fraude, tradición de todo el siglo XX, había vuelto. El daño producido por López Obrador, aplicado discípulo de un PRI que no admitió derrota en 70 años, tardará una generación en repararse. La confianza se gana con dificultad y se pierde con un solo golpe. Y el que dio López fue mortal.
¿Quedará impune el canalla?
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