Votante ficticio nos hace votar
columna: «se descubrió que...»
El domingo próximo saldremos a votar para elegir presidente de la República, diputados, senadores y algunos gobernadores. Así que no está mal saber que nuestra actitud cambia no sólo por la información, sino por lecturas acerca de un votante ficticio.
Para empezar, tenemos un problema y no es menor: el filtro por el que pasa toda nuestra información. Un artículo sensato acerca de la seguridad del sistema electoral de México tiene diversa aceptación según quién lo firme. En el caso extremo, ni siquiera nos molestamos en leer. Pero aun quien trata de abrirse a diversas informaciones, lee con mayor o menor suspicacia, según la previa opinión acerca de quien escribe. Esto es un lugar común.
Pero investigadores de la Ohio State University examinaron lo que ocurre cuando la gente lee no informes acerca de los candidatos, sino una historia ajena a los debates políticos. Una primera respuesta viene de las recién descubiertas (1996) neuronas espejo: Giacomo Rizzolatti, de la Universidad de Parma, Italia, estudiaba respuestas neurales en monos cuando encontró grupos de neuronas que, ante imágenes, disparaban respuestas similares a las detectadas al realizar la misma acción. Podríamos decir que son las neuronas de la caridad porque nos ponen en el lugar del otro.
Es una explicación para el auge de la pornografía: en el cerebro se disparan los grupos de neuronas activas cuando realizamos la misma acción que vemos. Siglos atrás hubo las “novelas para leerse con una sola mano”... porque la otra estaba ocupada. Pero el cine, la tv y, sobre todo la internet nos proveen de material que no es abundante sino alud con todas las variantes de sexo y de especie posibles.
La alegría y la tristeza leídas o vistas también encienden grupos de neuronas que responden como si estuviéramos en el lugar del otro: yo no he logrado nunca ver el momento en que Ennis del Mar descubre en el clóset de Jack Twist la camisa vaquera que creyó perder veinte años atrás, cuando se enamoraron muy jóvenes, y la abraza deshecho de cariño y dolor, con todo y gancho, sin acabar bañado en lágrimas. No es que ponga el DVD, sino que en YouTube está el tráiler. Ya me sé partes del diálogo de memoria: desde arriba dice: “Jack fucking Twist!”, baja corriendo, lo abraza y murmura entre dientes: “Son of a bitch”, mira a un lado, mira al otro... “Come here” y viene el beso que lleva cuatro años esperando dar.
De igual forma, las personas que más se identificaron con un personaje ficticio que supera obstáculos para ir a votar tuvieron, de forma significativa, mayor probabilidad de acudir a una votación real pocos días después. El experimento se realizó con 82 estudiantes universitarios unos días antes de la elección presidencial de EU en noviembre del 2008. Leyeron una de cuatro versiones de una historia breve acerca de un estudiante que enfrenta problemas para votar: tráfico, lluvia, colas de espera. Unas escritas en primera p ersona, otras en tercera.
Los resultados mostraron que, de los participantes que leyeron la historia en primera persona, y acerca de un estudiante de esa misma universidad, votó un 65 por ciento. Contra sólo un 29 por ciento si el personaje estudiaba en otra universidad.
Primer experimento
El diseño del primer experimento sobre este planeta lo realizó Empédocles hacia el 480 a. C, en Agrigento, Sicilia. Esa isla y el sur de Italia se denominaban Magna Grecia por sus múltiples colonias griegas. Una ciudad nueva, Nea Polis, acabó llamándose Nápoles.
En Agrigento, Empédocles probó la existencia del aire, una materia invisible e intangible, por medio de un cacharro de cocina llamado clepsidra (roba-agua) que consiste de una esfera llena de perforaciones y un tubo. Se sumerge la esfera y, si al sacarla se tapa el tubo con el pulgar, el agua no cae. Al retirarlo, se vacía en la cazuela donde se están cocinando las espinacas.
Empédocles no inventó la clepsidra, pero explicó su funcionamiento: había una sustancia material incolora e intangible cuya presión mantenía el agua dentro de la esfera perforada y, al destapar el tubo, la igualación de presiones arriba y abajo hacia caer el agua.
Hasta Empédocles no se consideró que el aire existiera. El viento sí, y era soplo de los dioses, pero sin viento no había una materia invisible e inmóvil. Más de un siglo después, Estratón (340 a 268 a.C.) hizo otro experimento que confirmó la existencia del aire. Ambos experimentos se parecen mucho.
Sumerja un vaso, bocabajo, en un balde lleno de agua. Al sacarlo notará que el fondo no está mojado. Si el vaso es de plástico será fácil hacerle una perforación en la base. Al volverlo a sumergir acerque un papel muy delgado al agujero. Verá que el papel se mueve: algo sale. Claro, es aire... ¿cuál es la novedad? Ya no lo es, pero fue necesario probar que todo estaba rodeado de partículas materiales invisibles e intangibles.
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