El vengador solitario

publicado el 27 de febrero de 2012 en «Milenio Diario»
columna: «la calle»

 

Se había tardado: en Guadalajara, donde se ha vuelto norma que el transporte colectivo mate usuarios, finalmente llegó: un hombre sube a un microbús, saca una pistola, asesina al chofer y se va. Lleva tres y ninguno notoriamente señalado por cuota de sangre. Mientras tanto, vemos a multitudes equivocarse al tratar de hacer justicia por mano propia ante la inutilidad de las autoridades.

En el caso tapatío de este Zorro Justiciero, hay injusticia añadida: los cafres cafres son, ni quien lo dude, pero más lo son si les pagan por serlo. Corren para arrebatarse el pasaje, y se lo arrebatan porque reciben un porcentaje sobre boletos vendidos; corren, además, para recuperar tiempo perdido con ancianos lentos, porque los patrones multan el retraso.

Las autoridades, cómplices, les ponen controles electrónicos de velocidad, aplican multas por cambiar de carril. Saben que los controles se pueden alterar, como los taxímetros, las multas quedan en soborno más barato. Autoridades municipales y estatales no logran poner en orden a los propietarios del transporte urbano: la electrónica debería emplearse para no arrancar sin cerrar puertas. Y no pagar por correr: salario fijo, multa por llegar antes, no después, y bono por falta de quejas. Y se acabó: no hay aliciente para rebasar por carriles prohibidos; no hay prisa para que una persona deba subir o bajar con agilidad; no se abren las puertas sino en el paradero, para lo cual también debe educarse al usuario: no pidas que te abra porque estemos detenidos, sea por un alto o por la fila de transportes que toman y dejan pasaje en el paradero.

Si por estas medidas los propietarios reducen utilidades y ya no les resulta buen negocio, la ciudad asume el mando y les compra sus vehículos. El transporte público es de propiedad pública en el mundo entero.

Con los taxis ocurre otro tanto: hay viejos políticos con flotillas de 500 taxis porque las placas se reparten entre los secuaces. Y éstos las revenden hasta en 200 mil pesos si el chofer quiere ser propietario del permiso. Bastaría con ponerles un precio, digamos 10 mil pesos pagaderos en ventanilla municipal, con recibo deducible, revisión del auto y verificación del taxímetro, y problema concluido. Que la ciudad se llena de taxis... muy bien: el usuario tiene opción de bajarse del que esté sucio o tenga el taxímetro "descompuesto" y parar al que viene atrás, vacío, como ocurre en el mundo civilizado. Y si la abundancia de permisos hace malo el negocio, muchos lo dejarán. ¿Cuántas placas vender al año? Todas las que pidan quienes presenten un auto a verificación de normas. Al que ya no le convenga, por exceso de competencia, dejará el negocio.

En Chalco, al igual que hace más de 40 años en Canoa, Puebla; como hará 10 en Atenco, una multitud lincha supuestos delincuentes: en Canoa eras trabajadores de la UAP que acampaban, en Atenco eran investigadores que vigilaban una casa, posible reducto guerrillero. En Chalco fueron un albañil de 26 años, enamorado, y dos jovencitos de 16 que lo acompañaban: los rociaron de gasolina y los quemaron vivos. ¿Quién? No algunos delincuentes para huir: les prendió fuego la gente.

No hay posible justificación, pero deberíamos interrogarnos, todos, acerca de lo que nos está pasando como pueblo. Hay sevicia, encono, saña. Sabemos desde LeBon que toda multitud es un monstruo que no razona. Pero lo que vemos es peor.

En Nexos de febrero viene una Numeralia escalofriante que apunta a la ineptitud y corrupción de nuestro sistema de justicia, desde el policía hasta el carcelero; a eso debemos añadir algo evidente: no somos un pueblo bueno. Una cosa es convertirse en detective, como la señora Miranda de Wallace, encontrar a los secuestradores y asesinos de su hijo, entregarlos a la policía y volverlos a entregar si un juez los libera, y otra es la cavernaria brutalidad, el encarnizamiento y el salvajismo necesarios para que gente común queme vivo a quien sea, así resultara el peor delincuente. Se da un paso más en el camino de perversión cuando, sin más pruebas que los gritos de una mujer en Chalco, y de varias en Atenco, DF, los hombres rocían de gasolina a los acusados sin preguntar, siquiera, quién fue secuestrado.

Se ha puesto de moda usar "compartir" como "departir". Compartir es transitivo: hay algo compartido: vamos a compartir... esta botella de tequila. Pero no: nos veremos mañana para compartir (... ¿compartir qué?). Si quiere decir departir, diga departir. Y si no, pues no.

El vino de los bravos, (Planeta, 2011).

 

la talacha fue realizada por: eltemibledani

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