Remedio para el infantilismo político
columna: «la calle»
Los políticos, como todas las especies, van por la utilidad máxima y los guía egoísmo puro. No es una característica sólo humana la avidez con que arrasamos el planeta, las hormigas se lo comerían todo… si no hubiera pájaros que se las comen a ellas; una especie es controlada por otra, pero dejadas a su aire reventarían el globo terráqueo.
Los políticos tienen un control, pero no somos los ciudadanos, pues nos dejaron sin instrumentos, sino su propio egoísmo: ya le ocurrió al PAN cuando se opuso a la reforma energética de Zedillo, y ahora el PRI le mete zancadilla a la misma propuesta. El asunto, vil y egoísta, es: ¿vas a poder gobernar con los derrotados diciéndote NO a todo? Comprender algo tan sencillo topa con un obstáculo: la minoría de edad mental en pueblo y políticos.
Con "un gobierno de mandarines, el pueblo es un menor de edad", escribió el gran Flaubert a George Sand en 1871. Somos el mejor ejemplo: setenta años de mandarines nos hicieron menores de edad. Eso demuestran los gritos y hasta golpes contra el secretario de Gobernación en Juárez, un buen hombre que no lanzó guaruras contra sus agresores, y la exigencia al Presidente –por parte de una madre que ha perdido a sus dos hijos– de ponerse en lugar de ella: nadie puede estar en su lugar, nadie, precisamente por lo enorme del dolor, pero ni eso justifica tan extravagante exigencia.
Eso que expertos llaman "tejido social" está reblandecido por setenta años de gobiernos que exigían callar y obedecer para obtener soluciones: "Papá se hará cargo, pero no me levantes la voz". También es cierto que no todos los niños se dejan reducir a eternos infantes. La culpa también es nuestra. Para justificarnos hemos construido algunas mentiras patrióticas:
Una, aceptada sin discusión, es que el pueblo es bueno, pero lo gobiernan políticos malos. Falsas ambas. Nuestros políticos no caen de Marte, son simples mexicanos con poder añadido. Son la misma ralea que los vecinos escandalosos, la gente en auto con música al volumen de convite para anunciar circos, los que han quemado vivos a jóvenes agentes de seguridad en Tláhuac, DF, y a ladrones, los que tiran su basura desde el auto o el camión.
Si no quieres una sopa de tu propio chocolate debes cambiar el diseño institucional. Es éste, no la democracia, lo que nos ha paralizado. Podríamos llamar a nuevas elecciones cuando el partido gobernante perdiera las elecciones intermedias. Algo que controle a niños berrinchudos pateándose. Y no tenemos mejor argumento que el egoísmo: modifica las instituciones para que la oposición te deje gobernar cuando tengas la Presidencia. Sólo eso tiene poder de convencimiento.
Otra falsedad: Que los partidos políticos representan la rica pluralidad multicolor del pueblo mexicano. Mentira. Muchos son descarados negocios familiares guiados por oportunistas, trepadores, buitres carroñeros a la expectativa del poder, que frenan toda iniciativa para adornar con ella una futura presidencia en la que ya se ven. Saben lo que es necesario, pero lo dejan para cuando ellos lleguen al poder. Así lo gritó con todas sus letras Obrador a los asombrados legisladores del PRD que quisieron tratar el asunto de Pemex: ¡¡¡A favor de Pemex nada... Ya lo arreglaré yo cuando sea presidente!!!
"La generación del NO", los llama Federico Reyes Heroles con gentileza que yo no les tengo. Van por la zancadilla, la toma de la tribuna, los discursos que ni ellos se creen, todo con el fin de evitar que se haga lo que saben urgente y así el gobierno se fortalezca. No les preocupa si el país aguanta.
Y van solos, sin que el presidente Calderón muestre una pizca de maquiavelismo, habilidad y malicia en las alianzas. Entre las reformas que propuso: reelección de legisladores, plazo para resolver iniciativas del Ejecutivo, apertura a las iniciativas ciudadanas, referéndum para cambios constitucionales, candidaturas independientes… ¿Qué hay en común? Que benefician a los ciudadanos y debilitan a los partidos. Por eso las atajan. Si los acusamos de aprovecharse del poder para su exclusivo beneficio, no de estúpidos. Por eso el trabajo es convencerlos de que matarán su anhelada Presidencia: gallina de los huevos de oro.
Para defender su tren de vida, sueldos millonarios, gastos de comilonas, viajes a todo lujo, sastres, choferes, guaruras, fuero hasta para romper puertas a patadas y apilar curules e incendiarlas todos tienen muchos güevos, y ellas más.
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