Guadalupe, Televisa y Schulenburg

publicado el 26 de julio de 2009 en «Milenio Diario»
columna: «se descubrió que...»

 

P. ¿Por qué ya no ocurren milagros?
R. Porque ya no son menester.

Fray Juan de Zumárraga (testigo del milagro guadalupano)

 

A mediados de los años cincuenta, yo era un niño que infringía la norma (leve) de no escuchar conversaciones de adultos, y en las fiestas sabatinas de mis tíos de Alba ponía atención a temas religiosos. Decían que un simple análisis químico de la Guadalupana demolería el mito de que no estaba hecha de materiales terrícolas. Pero la Basílica, añadían, no será nunca tan tonta de permitirlo. Me admiraba que no se abriera la tierra y se los tragara.

Ellos no lo sabían, pero por entonces se estaba desarrollando un método para analizar una imagen sin destruirla (destrucción que exige todo análisis químico, así sea en un trozo pequeño). La luz infrarroja permite ver las diversas capas de una obra pictórica sin causar el menor daño. Así se han estudiado grandes obras de arte.

Mi familia vivía a cuadra y media del Santuario de Guadalupe. Y cada año al parque frente al Santuario llegaba una rueda de la fortuna y otras diversiones, puestos de churros y de cañas. La avenida Alcalde, sobre la que está el Santuario, ni siquiera se cerraba al tránsito. Con todo y el impulso televisivo, sigue sin cerrarse. Ah, pero dos meses antes, el 12 de octubre, día en que la Virgen de Zapopan (que ésa sí que es milagrosa) es llevada a su santuario, Guadalajara está de cabeza: el culto "nacional" es invento de Televisa.

Pasaron los años y un día me encontré un libro sorprendente: La tilma de Juan Diego, ¿técnica o milagro?, por Callahan y Smith. Lo comencé a hojear: era un estudio con luz infrarroja que descubría los muy diversos materiales empleados en la imagen sagrada y añadidos a lo largo de los siglos. Pero, lo más asombroso, era que la cuarta de forros estaba llena por una carta en la que el abad de la Basílica, Guillermo Schulenburg, recomendaba vivamente ese libro herético. Lo compré y descubrí que era mucho mejor de lo pensado.

Comienza por un análisis que cualquiera puede hacer, hasta frente a una fotografía: el estilístico. Es una imagen gótica, con reminiscencias todavía bizantinas e influencia flamenca: un estilo muy rebasado ya por el pleno Renacimiento que se vivía desde 1500. El medallón del cuello es idéntico al de una imagen catalana, los hombros son desproporcionados, enormes; el pliegue de la rodilla no puede, anatómicamente, estar donde está; el ángel travieso que le mira los calzones es obra todavía peor en cuanto a su absoluta falta de proporciones y pésima calidad de dibujo; el pliegue sobre el que el ángel pone sus manecitas deformitas parece un cartón encimado y tiene una raya negra sin sentido alguno, obra de quien ni pintor era.

Y más: el bordado de la túnica rosa no sigue los pliegues, error que no habría cometido ni el peor de los pintores medievales; la orla dorada del manto azul fue colocada por manos tan inexpertas que en varios lugares dejó descubierta la guía de carboncillo negro.

En fin, que Dios pinta del carajo. Y aún peor: Dios pinta en estilo europeo, en el estilo de los conquistadores, hasta cuando quiere dar a los pobres indios derrotados una imagen a la cual aferrarse. La crueldad divina ni la burla perdona. Como repartir entre los cubanos que han huido de Cuba (y hoy es 26 de julio) estampitas de Fidel Castro. O poner en el funeral de Trotsky una foto de Stalin.

Luego viene el análisis infrarrojo: el fondo es yeso y está resquebrajado, la orla del manto es hoja de oro y ya se cayó casi toda, la luna es nitrato de plata que, como todo fotógrafo sabe, se pone negro con la luz, por eso la luna, que algún sacristán muy bestia quiso pintar plateada, es negra; las manos están recortadas con gruesos e infantiles brochazos negros para hacerlas más pequeñas e "indias", los puntas de los dedos originales se ven a la luz infrarroja. También la corona, cubierta en 1895.

Por entonces aún no me echaban de La Jornada. Así que junté todo y pedí una página completa para el lunes más cercano al 12 de diciembre. Ilustré con las fotos infrarrojas más relevantes.

Tuve dos respuestas: un curita, el encargado de llevar la causa de la beatificación de Juan Diego ante el Vaticano, envió una carta a la sección de lectores donde sentenciaba que yo no era nadie para decirle a Dios cómo debía pintar. Respondí que tenía razón, pero eso no obstaba para señalar que debe ser muy bruto quien pinta un bordado que no sigue los pliegues de la tela.

La otra, por teléfono, me aterró: "¿Puede responder una llamada de monseñor Schulenburg?" ¡Gulp! Pregunté si se refería al abad de la Basílica. En efecto, el mismísimo... Y que me dicta toda la bibliografía antiaparicionista que yo debía haber citado. Acotó acerca del último libro que me recomendaba: "No, ése mejor ni lo lea, mire, Luis, los aparicionistas repiten allí todas las tonterías que vienen diciendo hace siglos..." Lo adoré.

Continúa: De Zumárraga a Schulenburg.

 


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