Santa Claus se fortalece
columna: «se descubrió que...»
Investigadores de las universidades de Montreal y Ottawa, Canadá, estudiaron uno de los mitos centrales de la actual Navidad: el anciano panzón, de barbas blancas, risueño (jo jo jo), vestido de colorado, que viaja en un trineo volador tirado por renos y lleva regalos en una sola noche a todos los niños del mundo entrando por las chimeneas. Descubrieron que es el equivalente moderno de los antiguos ritos de iniciación a la vida adulta: la confirmación, por los padres, de la verdad, es señal de que el niño abandona la infancia y, como los ritos prehistóricos, el nuevo conocimiento adquirido hace del niño iniciado un cómplice que continúa el juego con (contra) los más pequeños.
"Cuando los niños saben la verdad, aceptan las reglas del juego y ayudan a sus padres a mantener la creencia en Santa de los más pequeños", dice Serge Larivée, de la Universidad de Montreal. "Se vuelve un rito de iniciación por el que saben que ya no son bebés". Lo siguen siendo quienes aún no son admitidos en el secreto de los adultos. Típico.
Larivée y una colega de la Universidad de Ottawa, Carole Sénéchal, analizaron un estudio realizado en 1896 con 1,500 niños de 7 a 13 años, estudio que fue repetido más de 80 años después, en 1979. Algunos números persisten, como el porcentaje de niños que descubre la verdad por sí mismos: un 46 por ciento en 1896 y un 44 por ciento en 1979. Resulta sorprendente que el mito apenas pierda fuerza a pesar de que los niños del estudio reciente (hoy día adultos entre los 35 y 40 años) estuvieron mucho más expuestos a medios masivos de comunicación y en consecuencia podrían descubrir más pronto la mentira.
Pero otros números resultan aún más contraintuitivos, ya que podría suponerse un apego menor al mito en los niños modernos, y no es así: En 1896 22 por ciento admitió que saber la verdad le había desilusionado y sólo 2 por ciento se sintió traicionado. Pero los desilusionados subieron a 39 por ciento en 1979, y a 6 por ciento los que se sintieron claramente traicionados al conocer la verdad. No lo señala el estudio canadiense, pero todos sabemos que los medios de comunicación se han convertido en poderosos reforzadores de mitos: ya desde finales de agosto comienzan las ofertas pre-pre-navideñas, y en pleno octubre los almacenes se llenan de adornos navideños y juguetes: hay una mayor presión social al festejo y se han creado personajes odiosos cuya característica es su rechazo a la Navidad.
Otro aspecto reforzado por los medios es el mito guadalupano: jamás había existido tanto fervor por la Guadalupana en México que a partir de las mañanitas de Televisa y sus estrellas. Es más: hacia 1870 el culto casi había desaparecido. De ahí la urgencia de coronarla y recuperar clientela. En Guadalajara, hasta la llegada de la tv hacia 1956, no había más virgen que la de Zapopan. Y sigue siendo la del mayor tumulto en su día, el 12 de octubre.
Los niños plantean a sus padres las dudas más evidentes, señala Larivée, por ejemplo, cómo entra Santa a casas sin chimenea. "Hasta si los padres responden que le dejan la puerta sin seguro, el niño logra concluir que Santa no puede estar en todas partes al mismo tiempo y que los renos no pueden ser tan rápidos". El hecho es que casi un siglo de diferencia —en el que han ocurrido los cambios más drásticos que ha visto la humanidad en su historia completa— no se tradujo en mayor habilidad infantil para descubrir el mito y ambos estudios señalan que casi la mitad de los niños descubren por sí mismos que Santa no existe.
En los padres sí aparece una tendencia mayor a revelar la verdad pues 25 por ciento en 1896 y 40 por ciento en 1979 de los niños la supo por sus padres.
Es claro, plantea Larivée, que la creencia en Santa Claus disminuye conforme el niño se aproxima a la edad de la razón. "Pero la madurez cognitiva y el nivel de pensamiento que permitiría a los de 7 años distinguir entre el imaginario y la realidad son insuficientes para abandonar el mito", señala.
Otros números indican empeoramiento en los niveles de razonamiento paternos, pues si en 1896 54 por ciento de los padres respondió que perpetuaban el mito de Santa Claus porque hacía felices a sus hijos, ese número subió a 73 por ciento en 1979, y alcanzó un inesperado 80 por ciento en pleno año 2000. Los niños de 1979, convertidos en padres, se aferran con mayor ahínco a la creencia de que el mito produce felicidad a sus hijos. Ninguno de los estudios ofrece una explicación para ese hecho, pero podría no ser ajena la creciente sensación de inseguridad, y de ahí el apego a una infancia identificada por encima de todo con el mito de Santa Claus.
Los investigadores se plantean ahora explorar un asunto de mayor profundidad: si los niños atribuyen poderes sobrenaturales a Santa Claus y a Dios, ¿por qué dejan de creer en Santa, pero siguen creyendo en Dios? Contacto: Sylvain-Jacques Desjardins.
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