El sueño y la vigilia
I
Roma, ciprés en llamas,
el verano incendia el Peloponeso,
kilómetros de olivos se ennegrecen,
el barco en el puerto...
otan tragudao, kleo: cuando canto, lloro,
canta un marino a causa de los campos negros.
Hace años desperté de un sueño
en el frío Coyoacán
llorando porque te habías muerto
y me abrazaste en la cama, consolándome.
Ayer desperté con alivio
porque salía de la pesadilla de tu muerte,
un sueño repetido,
la fiebre mediterránea había traído monstruos,
y en lo que se iban despejando los sopores
y volvía la vigilia como tormenta de cuchillos,
(i agapi pezeni: el amor muere,
entona el marino
ante la costa arrasada por el fuego)
regresaba la certeza de tu asfixia lenta
hasta el final con la ceguera
y la parálisis.
Un sueño que todavía dura
y no estuviste para consolarme.
II
Miré hacia afuera:
el barco entraba en la bahía,
los marineros lanzaban las cuerdas al muelle;
desde mi camarote en penumbra
el cielo redondo deslumbraba azul,
blanco, rosáceo.
Sol de la mañana,
¿es esto Itaca?
Estoy de vuelta. Llegué hasta Ur
la de Caldea,
la del único justo:
Unos me dijeron que corriera,
no hacía mucho habías pasado por allí;
otros, que habías muerto.
Llegué hasta Ur,
la de Caldea,
y ahora estoy de vuelta en Itaca,
junto a los marineros
que lanzan cuerdas al muelle blanco.
En la colina hay cipreses,
hoteles que se llaman "Penélope",
alguna cúpula bizantina destella
o es sólo un auto subiendo la montaña.
En Ur de Caldea
miré hacia atrás,
buscándote, perdiéndote.
O fuiste quizá tú
quien iba delante
y rompió la prohibición de verme,
por lo que ahora he muerto.
En la colina hay cipreses
y desde un barco me recuerdas,
un ancla en el corazón.
III
Reconstruías nuestra casa;
lo sé, lo sé porque son
demasiadas coincidencias:
la misma zona de la ciudad,
misma colocación al fondo de la calle,
misma orientación,
poniente para ser exactos,
y hasta un árbol también
sombreando la ventana.
Después llevaste la misma tetera con silbato,
los idénticos vasos poco usuales,
el idéntico huevo de lata para el té,
difícil de encontrar,
cocoa del mismo nombre,
y de pie ante la ventana
me esperaste...
Yo habría llegado,
lo sabías tan bien
como lo sabía yo,
para abrazar al hombre curtido por el sol
en que debías convertirte.
Pero llegó antes ella,
se me adelantó con su corona de rosas blancas,
y ahora sólo tengo entre las manos
un recibo que debo firmar,
un papel enumerando tus cosas,
tus humildes cosas que se quedaron nuevas,
con precios, etiquetas y cartones.
Son dos bolsas con todo esto, mira,
con todo esto
que ya no te sirve para nada.
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