Pemex: ¿cómo privatizar sin comprador?

publicado el 07 de abril de 2008 en «Milenio Diario»
columna: «la calle»

 

Privatizar Pemex es venderlo a la iniciativa privada. Eso es lo que se entiende por privatizar. Y venderlo es imposible porque debe más de lo que vale. Usted no compraría una casa valuada en un millón de pesos que tuviera una hipoteca por dos millones. Es el caso de nuestra petrolera: vendida al mejor precio posible no podría pagar sus adeudos y los heredaría el tonto comprador. Por eso no existe, ni existirá, ningún ofrecimiento de compra. Nadie, en el mundo entero, está solicitando que le vendan Pemex. La campaña del obradorismo es una cortina de ruido sin más finalidad que la ya expresada de impedir cualquier medida, la que sea, que pueda revertirse en una mejoría para México.

Porque si a México le va bien, a López Obrador le va mal. Eso lo tiene él muy claro y de ahí que haya gritado a sus vasallos que él y nadie más que él, cuando sea Presidente de la República, tomará las medidas que convienen, y son las que publicó durante su campaña: abrirse a la inversión.

Tampoco hay nadie pidiendo comprar los yacimientos de crudo porque, uno, no es posible cotizarlos ni calcular su capacidad exacta; y dos, porque, como ocurre en el Golfo de México y en Tamaulipas, se extienden por debajo de fronteras nacionales. Los texanos no necesitan comprar el petróleo y el gas bajo territorio mexicano porque tienen el mismo depósito en su territorio. Si usted comparte el aljibe con el vecino... ¿le compraría agua... o instalaría una llave de su propio lado?

La discusión está viciada porque fue puesta, de completa mala fe, sobre bases que permitan los gritos en mítines, aunque no resistan ni una sola discusión seria.

La solución es muy sencilla: retomemos el decreto expropiatorio del presidente Lázaro Cárdenas en 1938 y las leyes reglamentarias de 1939, y ajustémonos a eso. Punto final. Pero resulta que ofrecen condiciones más ventajosas a los inversionistas que los actuales contratos de riesgo.

¿Y la lana, amá?

El genial retrato del peor hipocritón, el Tartufo de Molière, fue superado: aquel mismo López Obrador que jamás licitó los contratos por miles de millones para construir sus segundos pisos en el DF, y logró que Bejarano le escondiera esos costos por 10 años, hoy engola la voz y saca el pecho para denunciar, patrióticamente, el contrato de la compañía Repsol, que surtirá gas peruano a la CFE en Manzanillo con ahorro de 1 500 millones de dólares respecto del precio en Estados Unidos.

La transparencia de la licitación fue vigilada por la Fundación Heberto Castillo, padre de Laura Itzel Castillo, secretaria en el "gabinete legítimo". La apoderada legal de la Fundación, María Teresa Juárez viuda de Castillo, y madre de Itzel, firmó el contrato el 13 de febrero de 2006. No trabaja de gratis ni tendría por qué hacerlo, así que se asigna un pago "mínimo de 200 mil pesos y máximo de 260 mil". Nadie presentó queja alguna, ni siquiera las compañías que no pudieron competir ante el buen precio ofrecido por Repsol a la CFE... hasta que se enojó Rayito. Y puso a Laura Itzel a dar las maromas que le vemos para negar la certificación. ¿Y la lana, amá? ¡Lo caido caido, mija!

Ya enloquecido, López acusa a Repsol de hacer un buen negocio. ¿Y? La CFE también lo hace porque compra gas barato. La única queja podría venir de los peruanos, que venden su gas a precio bajo, pero no la hay. ¿Y por qué compramos gas peruano si lo tiene México? Lo tiene, pero enterrado, se prohíbe a los particulares extraerlo y Pemex no tiene capital para explorar, extraer, refinar, transportar, etcétera. López dará permiso para resolver el embrollo cuando sea presidente. Pues eso.

Devoción y santuarios

Sus dominicales cursos de religión no han logrado ilustrar al gobernador de Jalisco, donador de 90 millones para un santuario, y mostrarle que no ha habido, en dos mil años de cristianismo, ni un solo santuario que surja a iniciativa de las autoridades eclesiásticas; nunca lo han construido a su antojo para luego pedir: Venid todos a él... Es al contrario, como señaló Diego Petersen: la devoción hace al santuario. Vea cualquier ejemplo: Lourdes, Fátima, el Tepeyac, Santiago de Compostela, o la meada de burro bajo el puente del Periférico en Guadalajara: tenía una veladora, ya tiene ahora altar y muros. Así se comienza, con peregrinos que sufren al aire libre. Luego, sus limosnas permiten levantar los grandes santuarios. La devoción por el lugar hace al santuario.

 

la talacha fue realizada por: eltemibledani

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