Terror a los mexicanos
columna: «la calle»
La impunidad en todos los aspectos de la vida, el colapso de nuestros sistemas de justicia, la corrupción policiaca, la nueva educación tolerante de los berrinches infantiles y la abismal autocomplacencia, la indulgencia con que todo nos perdonamos ha terminado por corroernos el alma a los mexicanos. Una carta de lector, acerca del insoportable público en los cines y la agresión a quien se atreva a exigir silencio, y un artículo de Román Revueltas, sobre el atroz volumen en fiestas, dan fe de un mal nacional: la impunidad con que todo el mundo, comenzando por los ciudadanos quejumbrosos cuando de actos oficiales se trata, pasa sobre los derechos del vecino. En el cine y el teatro, en la fiesta casera, en la disco carente de insonorización al exterior, en todo nos hemos convertido en verdugos de nosotros mismos. Nos hacemos la vida insoportable unos a otros. Ayuda la policía, pero somos peores nosotros.
Los ambulantes nos privatizaron las calles y expropiaron un pedazo de banqueta; los franeleros nos privatizaron los cajones de estacionamiento, incluidos los de paga por tiempo; cada inconforme cierra la avenida o carretera que tiene a mano para exigir solución a costa de quienes ven impedido su derecho de tránsito: unos niños en Guadalajara porque faltan profesores; los profesores porque no quieren ser examinados (lo cual sí entiendo, pues la mayoría son bestias); el Peje cierra todo el Paseo de la Reforma porque le hicieron fraude, primero cibernético, luego a la antigüita, aunque supo los resultados adversos desde las predicciones de su propia encuestadora; los atencos, los globalifóbicos, los pro-aborto, los anti-aborto, los taxistas porque se oponen al libre ingreso de otros, éstos porque exigen sus placas de taxista (y tienen absolutamente razón)... en fin, todo el pinche mundo contra todos. Estamos en manos de la canalla, para decirlo con frase demodé.
Yo hace años que evito ir al cine. Cuando decido que una película vale la pena el riesgo, voy nervioso y miro atentamente a los vecinos de butaca: estatura, corpulencia, edad... digo, por si acaso...
Un bebé dentro de un cine está prohibido por la Secretaría de Salud y debería estarlo por la sensatez paterna, pero nadie entre los responsables de la sala se siente con derecho, ¿o con valor?, de enfrentar al energúmeno padre y a la arpía madre que gritan sus derechos ciudadanos y su pago de boletos en la entrada, y el bebé llora durante toda la función. Las novias preguntan al novio (nunca al revés) el motivo del asesinato, avisan "mira, un perro", cuando hay un perro. Alguna vez un tipo relató cuanto problema oficinesco tenía, de frente a un callado amigo y de perfil a la pantalla, sin mirarla siquiera. La tortura de los celulares puede llegar al colmo de alguien contando la peli, en vivo, a quien no pudo ir. Si quien reclama por el llanto del bebé y las conversaciones por móvil recibe una paliza, como ocurrió en Cinépolis del Centro Magno, en Guadalajara, ¿debemos llegar en adelante armados al cine? Digo, ¿al menos con una llave de tuercas?
¿Cómo nos produjimos este infierno? Con autocomplacencia: a todo tenemos derecho y a nada estamos obligados. Mi generación colaboró con el lenguaje técnico: opresión, represión, explotación. Hablamos siempre de nuestros derechos: de manifestación, de organización, de expresión. Pero nunca de sus correspondientes obligaciones. También fuimos culpables de afianzar los dogmas del PRI con argumentos extraídos de Lenin, Mao y Castro, el dictador con más muertes y torturas que Pinochet.
Narco
El peor golpe contra el narcotráfico sería legalizar las drogas. Pensar que con eso todos nos volveríamos adictos es tan ridículo como suponer que despenalizar el aborto pondrá a abortar alegremente a todas las mujeres. Las astronómicas utilidades del narco están garantizadas por la prohibición. La guerra de mafias hoy, como durante aquella catastrófica prohibición de las bebidas alcohólicas en Estados Unidos, también es subproducto de la prohibición. Y, por último, que tabaco y alcohol sean legales no impide que se prohíba su venta a menores. Lo mismo haríamos con otras drogas. En cuanto a los adultos, la prohibición afecta la libertad básica de usar y abusar del cuerpo. La mujer aborta un cuerpo ajeno. Pero quien se emborracha o usa drogas perjudica su cuerpo, el propio. Muy en su derecho... hasta el suicidio o la rehabilitación.
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