El regreso de los mojigatos
columna: «la calle»
¿Ya nadie lo recuerda? En el Museo del Periodismo, de Guadalajara, una exposición incluía una vieja caricatura donde Juan Diego abría su tilma y en ella, en vez de la Virgen, aparecía Marilyn Monroe desnuda. Dos pobres diablos preguntaron en la puerta dónde estaba el dibujo, fueron derecho, lo descolgaron y destruyeron. La prensa se incendió: culpó a los mochos del PAN, a los conservadores tapatíos, a la incitación del cardenal, a la derecha instalada en la Presidencia que nos llevaban al abismo. La libertad de expresión estaba herida de muerte. La Jornada emitía aullidos.
Pero no ocurrió nada: las predicciones fueron olvidadas con la misma facilidad que los horóscopos. El país no fue entregado al Vaticano ni nos invadió la Guardia Suiza. Nada. Ni siquiera crisis económica ni devaluación hemos tenido, por primera vez en 40 años. Y no es poco decir.
Pero resulta cuando menos aberrante que las mismas y preclaras voces que se elevaron al cielo en defensa de la libertad de expresión mancillada por dos estúpidos, ahora se contengan y pidan "respeto a las creencias de otros pueblos". Lo que fue defensa airada de un dibujo (publicado años antes por Proceso), ahora es pudibundez ante la irreverencia. Aquí vemos cómo, después de la religión, nada ha hecho más daño al pensamiento crítico que el relativismo cultural, prédica según la cual los indios mexicanos deben elegir autoridades "por usos y costumbres", esto es, levantando la mano en asamblea para votar contra el cacique, porque las creencias de cada pueblo son intocables, ningún valor es universal y un kimono de seda bordado en oro es tan bello como una falda de hojas de la tribu yanomamo (así se llama).
Vemos a los daneses disculparse por unas caricaturas de Mahoma, y al mundo entero pedir discreción, recato y compostura como si la prensa entera se hubiera de pronto convertido en reunión de señoras para elegir presidenta de las Hijas de María. Quienes hubieran preferido ver sus diarios clausurados antes que disculparse por un chiste sobre Jesús, los que se hubieran declarado mártires de la libertad de expresión, hoy se humillan ante quienes jamás la han conocido y no la desean. Es el resultado del coqueteo, ya largo de cien años, con la culpa: la culpa de ser ricos, de tener ciudades maravillosas; de haber puesto el arte, la música, el conocimiento, los libros al alcance de quien los busque; culpa por la invención del café y la tertulia donde nadie puede luego ser denunciado por sus opiniones (salvo en Cuba y similares). Los europeos se han creído su leyenda negra y no saben cómo hacerse perdonar.
Su culpa mayor fue mostrar a otros pueblos que se puede tener agua abriendo un grifo, salud con medicinas de eficacia comprobada, transportes de alta velocidad, comodidades ni siquiera imaginadas en otras latitudes. Sé que lo he dicho y lo repito: el rey de una tribu aislada es rico en su choza con piso de tierra... hasta que llegan nuestros antropólogos y ponen tache en todos los "indicadores de pobreza". Cuando el rey compara su choza con su cuarto de hotel parisino, a donde llega invitado a un congreso de sociólogos, se descubre desnudo, como Adán tras su pecado, que fue el pecado del conocimiento. Ahora el rey sabe cuán miserable ha sido.
Luego, al rey le informan las almas caritativas que esa súbita pobreza que le ha caído encima la debe a que ciertos canallas le han robado lo suyo. Y suena bien. Lo extraño es que ahora Europa se lo crea. Y los invitados a la fiesta, los que llegaron en balsas atraídos por los altos niveles de vida, sean quienes impongan las reglas al de casa.
Los judíos no apedrean negocios que abren en sábado, los cristianos hace 200 años dejaron de quemar a quien niegue la divinidad de Cristo. El viejo islam, el que recuperó a Aristóteles y creó el álgebra, el de la mítica Bagdad, fue tolerante de judíos y cristianos. ¿Qué ocurrió, pues? Que Occidente separó ciencia y religión, y eso produjo el estallido de conocimiento que es la ciencia moderna, y ésta produjo el confort, las comunicaciones y las diversiones que las multitudes hambrientas desean. China e India las están alcanzando por la misma vía: la tecnología. Pero a los árabes, como a los mexicanos, les cayó la maldición del petróleo, el dinero fácil que se gasta fácil y corrompe a todos. Desde Al-Juarismí no sabemos de nuevas matemáticas desarrolladas a la sombra del islam. Hay, eso sí, jeques panzones con las manos llenas de diamantes, como nuestros líderes petroleros. Y castigos corporales a quien piense distinto. Sus galileos y copérnicos no lograron hacerse oír por encima de la voz del imam. Los nuestros sí, aunque pagaron el precio. Si todos los principales diarios del mundo: NYT, Le Monde, El País, etcétera, hubieran publicado, el mismo día y en primera plana, las caricaturas de Mahoma y algunas de las muchas que han publicado de Cristo, la cosa sería entonces ver si esos enardecidos defensores de la fe estarían atacando todas las embajadas, incluidas las que están fuertemente armadas en su interior. Ya basta.
El accidente
El accidente fue real, no pongo comillas. Pero, a ver, lectores: ¿quién de ustedes puede, jugando con una pistola que cree descargada, dirigirla, simplemente dirigirla, contra otra persona? ¿Quién la puede apuntar contra un hermano? ¿Quién tiene el valor de apretar el gatillo? ¿Quién apunta a la frente? Y por último, ocurrida la desgracia, ¿quién logra escapar de un proceso por homicidio imprudencial? ¿Quién logra evaporar de los archivos el expediente judicial y los diarios con la nota roja? ¿Usted podría? Yo no. Freud dice el porqué algunos pueden... quizá se equivoca. Pues eso, Román.
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