No me describas el pastel, dime la receta

publicado el 14 de noviembre de 2005 en «Milenio Diario»
columna: «la calle»

 

No es que no les creamos, es que ni siquiera nos dicen lo que harán los candidatos presidenciales. O nos dicen lo obvio y resultan idénticos. Todos piensan abatir la pobreza, la violencia y la corrupción. ¿Quién no? Pero, los que hemos visto gobernar han hecho exactamente lo contrario y durante sus mandatos se han incrementado pobreza, violencia y corrupción. Eso no significa que ése haya sido su deseo, no padecen la locura incendiaria de Nerón. Sino que, hasta con las mejores intenciones, la receta que aplican es equivocada.

Nadie en su sano juicio desea producir una crisis económica. Las muchas que hemos padecido han sido el resultado de errores cometidos de buena fe (si hemos de otorgar el beneficio de la duda a nuestros gobernantes). El imaginario popular reduce el súbito vacío en el bolsillo de los jefes de familia al robo cometido en grande por los políticos. Aplican la misma lógica que cuando, habiendo tomado el camión con el salario completo, bajan de allí sin nada. Es pensamiento lineal y simplón que los políticos en campaña alimentan. Pero la economía de México es de una magnitud en la que 200 millones de dólares depositados en bancos suizos no producen una crisis. Tampoco 2 mil millones.

No es el robo que puedan cometer los políticos ni los altos sueldos que se asignan ni otras trivialidades que pueden impresionar mucho a despistados lo que nos lleva, sexenio tras sexenio, a fracasar y volver a poner las esperanzas en el candidato con los mejores chascarrillos y el costal de promesas envueltas en las frases más inolvidables; el fracaso lo produce la indecisión para aplicar medidas correctivas de nuestra economía que, en una primera fase, pueden resultar impopulares, sobre todo manejadas por una prensa doctrinaria y de mala fe.

Los nudos que atoran nuestra economía están claros: la legislación que prohíbe las inversiones de particulares en áreas donde el gobierno desea mantener su monopolio; la escasa recaudación de impuestos y el desproporcionado peso que soportamos los causantes cautivos; las pensiones de nuestros jubilados que, bajo el esquema presente, serán impagables en un par de sexenios; los monopolios en la producción de electricidad y de combustibles que tienen al país frenado; la obsoleta legislación laboral que termina por perjudicar a quienes busca beneficiar; la falta de profesionalismo en nuestros legisladores, policías, agentes del Ministerio Público, investigadores del crimen y otros servidores públicos que mal empiezan a aprender y ya deben irse porque así lo exige la ley o lo impone el nuevo gobernante.

Están además los temas que hacen a los límites del Estado para intervenir en la vida privada de las personas, como ocurre cuando se enfrenta al deseo de las familias, católicas o no, de elegir el número de hijos, la persona con quien se decide vivir o el método para evitar un embarazo.

Ninguno de los todavía precandidatos, pero ya seguros candidatos, nos habla de esos temas por la sencilla razón de que apoyar una solución es, siempre y sin falta, perder votantes en el extremo opuesto. Pero es exactamente lo que deben ofrecernos: el cómo. Muchos estamos hartos de sonrisas en la foto y de frases publicitarias imaginadas por vendedores de jabones. Ya no nos sonrían, digan cómo piensan hacer lo que todos sabemos que se debe hacer.

Todos los candidatos, sin excepción, nos van a prometer que abatirán la pobreza. Pero ya uno adelantó que para lograrlo venderá el avión presidencial y dejará a los ex presidentes o a sus viudas sin pensión. Es para soltar la carcajada porque 1) sigue pensando que la pobreza se ataca repartiendo dinero, 2) cree que 40 millones de pobres dejarán de serlo con ese ahorro de unos cinco millones al mes: doce centavos para cada uno. Todos hablarán de Pemex, pero ya uno prometió que repondrá las reservas petroleras al 100 por ciento... como si hacerlo dependiera de su voluntad y no de la naturaleza, como si no hubiera tanto país que busca petróleo y no lo encuentra por la sencilla razón de que no lo hay en su territorio. Para prometer semejante ocurrencia se debe tener pacto con el diablo o con la irresponsabilidad que no piensa más allá del discurso para el mitin.

En fin, las promesas nos llegarán a raudales y debemos estar preparados para exigir el cómo y no solamente el qué. El presidente Díaz Ordaz murió convencido de haber salvado al país de un ataque comunista en 1968; López Portillo no murió tan en paz porque pudo comprobar el desastre económico a que nos condujo la nacionalización de la banca y el control de cambios: ése y no otro es el acto fundacional del ahora tan vituperado Fobaproa.

Que aquel presidente López se haya construido una casa de estrella hollywoodense en La Colina del Perro fue, en términos de la economía mexicana, quitarle un pelo a un perro. No el robo, como se afirma popularmente, sino el error económico es lo que destruye un país. Luis Echeverría quizá siga convencido de que hacer obra pública pagada con deuda fue su acierto; pero vimos con él que gastar más de lo que se tiene conduce, "entre los hombres como entre las naciones" a la quiebra. Las familias van a la ruina y al embargo, las naciones van a la devaluación, la parálisis económica, la huida de capitales y, en México, a la huida masiva de población rumbo al norte, a un país como el que, lo dicen sus pies, quisieran tener.

 

la talacha fue realizada por: eltemibledani

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