Otra vez la burra
columna: «la calle»
De nuevo se equivocan los opositores al horario de verano y se pierden en vericuetos poco sólidos, en vez de plantear la argumentación central sin meterse en berenjenales de semiverdades, exageraciones y ciencia baratona. El asunto no es si hay o no ahorro de energía. Lo hay. Ni mucho menos los supuestos daños a la salud que la población sufre por alterar sus relojes biológicos.
En primer lugar, no es más que una hora y el reacomodo biológico no tarda más de tres días. En segundo y más importante: no se ha visto ese daño en ninguno de los 70 países que realizan cambio de la hora real para emplear más la luz diurna, y que van desde Egipto y Namibia, en África, hasta Chile, Paraguay y las islas Fidji, además de toda Europa, Estados Unidos y Canadá. Cuba, urgida de ahorrar energía, aplica el cambio sin tener, como México, medio territorio al norte del trópico.
Lo evidente —y basta un mapa de México para comprobarlo— es que Jalisco, Nayarit, Durango y Chihuahua están cruzados por el meridiano 105 grados que es, precisamente, el que marca la hora llamada "del Pacífico". La hora que rige para la mayoría del país es la determinada por el meridiano 90 grados, que cruza Campeche y Yucatán, pasa a pocos kilómetros de Mérida y se interna en el Golfo hacia Nueva Orléans.
Entre la costa de Jalisco y la de Quintana Roo hay mil 500 kilómetros en línea paralela al Ecuador, ¿cómo es posible que Vallarta y la isla de Cozumel, con parecida latitud norte, pero separadas por dos meridianos de los 24 que cambian hora, tengan la misma hora? Cuando en Cozumel anochece, en Vallarta todavía quedan hora y media de sol. Si de Vallarta hablamos por teléfono con un primo que contempla el atardecer en el Caribe, en ese preciso instante estaremos bajo un sol tórrido... pero nos dicen que son las siete. Un verdadero absurdo.
Y luego, al entrar el horario de verano, que en inglés se llama precisamente horario de ahorro (daylight-saving time), con un solazo de las 5:30 nuestros relojes dicen que son las ocho de la noche. Cuando en Cozumel acaba de anochecer, en Vallarta es pleno día. En Europa, donde comenzó el cambio de hora para ahorrar energía durante la Primera Guerra Mundial, una distancia similar sobre un paralelo trae un cambio de dos horas, como ocurre entre Londres y la frontera rumana.
El problema viene de que el país está cruzado por dos meridianos de los que rigen cambio de horario, el 90 y el 105. Tiene además una parte dentro del huso de los 120 grados, que es Baja California y el extremo occidental de Sonora. Pero la capital, el Distrito Federal, no queda cercana a ninguno de los meridianos rectores, sino en el límite de los husos. Cada huso horario tiene 15 grados, con siete y medio a cada lado del meridiano correspondiente. El meridiano 90 grados, que rige la "hora del centro", extiende sus siete y medio grados occidentales claramente por Tabasco, Chiapas, casi todo Veracruz y casi toda Oaxaca. Puebla queda montada entre los dos horarios y el DF claramente dentro del huso del Pacífico, si bien en el extremo oriental. Por lo mismo, el DF podría elegir cualquiera de los dos horarios, en los dos estaría mal: uno le quedaría grande y el otro chico. Pero como Texas se guía por el 90 grados, hubo razones políticas y económicas para hacer lo mismo. La discrepancia entre hora solar y hora civil comienza a ser notoria en Michoacán, Guanajuato, altiplano de San Luis y Nuevo León.
Pero los estados por donde cruza el siguiente meridiano rector, el meridiano del huso horario del Pacífico, no tienen otra opción: pasa sobre ellos el 105, les pasa encima, luego, pues, tienen la "hora del Pacífico" por definición.
En el caso de Jalisco, no hay motivo alguno, solar, económico, político, fronterizo, para tener la hora del centro, como no sea el centralismo del país. Para entrar al huso horario que nos corresponde, podríamos, por este año, no adelantar la hora en abril y luego, en octubre, atrasarla. Pasaríamos así a tener un horario más cercano al real, y luego cada año, en adelante, nos ajustaríamos al ahorro nacional adelantando relojes. Pero desde la hora del Pacífico.
Ley o paz social
"Entre la aplicación irrestricta del Estado de Derecho y la paz social, he preferido la paz social", dijo nada menos que el Presidente de la República entrevistado por Héctor Aguilar Camín en Zona Abierta, de Televisa, delatando así una grave confusión mental en el más alto nivel de la república y explicando, de paso, el auge de la ley de la selva que se propaga por el territorio nacional como polvorín.
No, señor Presidente, es exactamente al contrario: para que haya paz social debe aplicarse la ley siempre y en toda circunstancia, sin consideraciones de popularidad. De otra manera la población aprende (y ya aprendió) que delinquir en masa queda impune, que el secuestro es un crimen sólo cuando lo cometen hampones aislados, pero no cuando es realizado por una turba, como en Tláhuac, San Blas y San Juan Teotihuacan, donde han sido secuestradas autoridades en días recientes. Con una ingenuidad risible si no proviniera del Presidente, Fox dice creer que los machetes en alto para detener el aeropuerto de Atenco mostraban amor a la tierra. ¿No tiene el Presidente analistas que le expliquen con paciencia los intereses en juego, las complicidades, la amenaza y el silenciamiento de opositores, las redes de clientelismo político allí expuestas? Podría suscribirse al Who’s who. Inaudito: el Presidente se cree y repite la propaganda de sus adversarios. Me desdigo: sí afecta la acción política de un gobernante su ignorancia en literatura: si Fox hubiera leído El Quijote, algo habría aprendido de Sancho aplicando la ley en la ínsula Barataria con inesperada sabiduría.
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