El Maine, Pearl Harbor, Tonkín y 11-S
columna: «la calle»
Para declarar la guerra a México, los Estados Unidos emplearon en 1847 un pretexto menor: los límites de Texas, independizada de México en 1836, ¿eran el río Nueces o el Bravo? El primero, señalado por México, reducía ligeramente el territorio texano; el Bravo lo extendía. Una escaramuza entre soldados, en la región de entre ríos, bastó para iniciar una contienda largamente deseada. La había predicho, 65 años antes, en 1783, el conde de Aranda en su Dictamen reservado dirigido al rey de España. En esa carta profetizaba con acierto que los nacientes Estados Unidos serían "un gigante y después un coloso irresistible" a causa de sus fundamentos: "la libertad de religión, la facilidad de establecer las gentes en territorios inmensos y las ventajas que ofrece aquel nuevo gobierno, llamarán a labradores y artesanos de todas las naciones...".
El embajador de España ante los Estados Unidos, Juan de Onís, escribe en 1812 al rey que "este gobierno no se ha propuesto nada menos que fijar sus límites en la embocadura del río Bravo, siguiendo su curso hasta el grado 31 y desde allí hasta el mar Pacífico (...) Parecerá un delirio este proyecto a toda persona sensata, pero no es menos seguro que el proyecto existe". El proyecto se hizo realidad, tras la guerra de 1847, en los tratados de paz de 1848, y con absoluta exactitud, pues Nogales, Sonora, está precisamente en el paralelo 31.
En 1898, el barco de guerra Maine, de la marina estadunidense, fue echado a pique por una misteriosa explosión en la bahía de La Habana, entonces todavía posesión española. La sospechosa provocación, en la que murieron 260 marinos, sirvió a los Estados Unidos para declarar la guerra a España y así apoyar la independencia de Cuba. Apoyo que se pagaron al costo que todos conocemos: la virtual posesión de la isla hasta el arribo de Fidel Castro, el primer dictador cubano no impuesto por Washington. Aunque España proclamó su inocencia en el incidente y pidió de inmediato que un arbitraje internacional lo verificara, Washington ya había comenzado lo que se llamó la "guerra española".
Más de cien años después, la principal sospechosa de hundir el barco de la marina de guerra estadunidense, es la marina de guerra estadunidense.
En diciembre de 1941 Pearl Harbor fue bombardeado, ciertamente no por la fuerza aérea de los Estados Unidos, sino por la del Japón, sin duda. Pero hubo una tan enorme "falla en las operaciones de inteligencia militar" de los Estados Unidos, que una sombra de sospecha ha cubierto el ataque japonés: ¿supieron o no los servicios de inteligencia estadunidenses la proximidad del ataque? ¿Lo dejaron ocurrir para tener, ante su propia opinión pública, contraria al ingreso de los Estados Unidos a la guerra mundial, un casus belli? Puede ser uno de tantos mitos: como las coincidencias mágicas entre los asesinatos de Lincoln y Kennedy, el segundo tirador contra Colosio, el complot contra el cardenal Posadas o la "honestidad valiente" en el régimen de López Obrador (antes de Ponce en Las Vegas y Bejarano atiborrado de dólares). Pero es una sombra que persiste.
Si Pearl Harbor es una duda, no lo es el "incidente del Golfo de Tonkín". En 1964, cuando los norvietnamitas todo hubieran querido excepto que los Estados Unidos sustituyeran a las derrotadas tropas francesas para continuar la "guerra contra el comunismo" en Vietnam, dos providenciales ataques de los "norviets" contra los barcos Maddox y Turner Joy, de la Séptima Flota de los Estados Unidos, permitieron al presidente Lyndon Johnson obtener del Congreso una resolución que autorizó el escalamiento de la Guerra de Vietnam.
En todos estos casos, hay sospechas más o menos fundadas. Pero que el gobierno de George Bush jr. sabía de la presencia de terroristas en su territorio, al menos un mes antes del 11 de septiembre, y de sus intenciones de secuestrar aviones, no es ya una sombra de sospecha, sino una realidad confirmada por la CIA y el FBI. Por supuesto, no había datos exactos acerca de las ciudades que serían atacadas, como bien aunque perogrullescamente ha dicho Condoleezza Rice ante el comité que investiga la monstruosa falla en la seguridad del país que más gasta en seguridad. Sólo faltaría que hubieran sabido lugar y fecha y aun así les parecieran amenazas "vagas", como las calificó Condi.
Pero aún aceptando que los reportes de inteligencia estadunidense fueran "vagos", no se entiende el salto entre buscar a Osama bin Laden, responsable autoproclamado del 11-S, y atacar una diferente creación de Washington: Sadam Husein. No se entiende tampoco el ataque contra Irak como proyecto democrático porque el mundo está lleno de dictadores y los Estados Unidos no sólo permanecen indiferentes ante ellos, sino que han sido creados, entronizados y sostenidos por Washington.
Quizá haya un poco de todo: ofrecer al pueblo una cabeza conseguible en sustitución de la inconseguible, un negocio para la industria militar, negocios para los reconstructores, y hasta, ¿por qué no?, algún ánimo democrático: después de todo, el escarmiento de un feroz dictador podría poner barbas de otros a remojar. Pero hay un elemento olvidado y quizá el más importante: la psicología de "hijo pródigo" del presidente Bush jr., de joven tarambana devenido adulto religioso, de hijo sin futuro que entrega a papá la más alta muestra de su redención: la cabeza que ni siquiera papá pudo cortar. Eso explica la insistencia de Bush en llevar al mundo a un conflicto que parece tan personal. El Congreso de los Estados Unidos y el Parlamento inglés fueron engañados con la idea del inminente uso de armas de exterminio masivo; las naciones se encontraron ante el dilema de cooperar con el país rico y poderoso o arriesgarse a su enemistad.
Disculpa
Pido perdón por un descuido: me apresuré a concederle razón al procurador Bernardo Bátiz respecto al fuero de René Bejarano. Voces dentro del propio PRD, entre ellas la del senador Demetrio Sodi, sostienen que el fuero no protege a quien ya no es representante popular. Debió ser obvio, pero el procurador Bátiz me parece un buen hombre y es el abogado de la ciudadanía defeña, así que concedí irreflexivamente ese punto.
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