Pero, ¿qué necesidad?
columna: «la calle»
A Jaime Sánchez Susarrey.
Quienes están a favor de la intervención militar de Estados Unidos e Inglaterra en Irak tienen razón en un punto esencial: todos esos regímenes del Medio Oriente son una verdadera mierda; donde no hay una dictadura hay una familia reinante con métodos medievales. Son naciones que apoyan la creación de un Estado palestino, pero pregúntenle a Jordania, al Líbano, si admitirían que se fundara en parte de sus territorios. Pregúntenle a Turquía, Irak, Irán y Siria, entre cuyas colindancias se reparte el pueblo kurdo, si cederían los territorios habitados por este pueblo de 25 millones para la creación del Kurdistán. También es cierto que resulta al menos paradójico llevarles la democracia a punta de misiles.
Afganistán, liberado de fundamentalistas talibanes, sigue sin ser un país viable porque está formado por tribus cuya identidad no es la nación, sino precisamente la tribu... como Chiapas. En Irán el régimen opresor del sha fue sustituido por el aún peor de los ayatolá con su policía religiosa, su legislación sobre el largo de la manga y la falda femeninas, vuelta al chador, negativa a la educación para mujeres. En Siria pasaron del padre al hijo igualmente autoritario; en Líbano facciones cristianas y musulmanas se masacraron entre sí y destruyeron su capital, Beirut, sin la conmiseración que exigen para Bagdad. Y más allá del Medio Oriente, pregunten a Rusia si aceptaría la intervención de las Naciones Unidas en Chechenia, a China si liberaría al Tíbet por orden del Consejo de Seguridad, si realizaría una investigación sobre la matanza de opositores al régimen en la plaza de Tiananmen (o como se escriba).
Y no sólo son detestables los regímenes, sino los excesos de la religión musulmana, definida por un escritor francés como "la más estúpida de todas las religiones". Si judíos y cristianos pueden aterrorizar con sus amenazas eternas, si pueden hacer la vida insoportable a quienes se apartan de sus iglesias, el celo musulmán por la imposición de reglas religiosas a la vida cotidiana no tiene paralelo.
Y en ese explosivo licuado, en ese avispero, resulta patético observar a Estados Unidos fallar, una y otra vez, en su decisión de jugar a Dios: armó y entrenó a los talibanes para detener el avance soviético en Afganistán, entregó armamento a Husein para enfrentarlo con Irán, está armando a los kurdos para derrocar a Husein y los kurdos están pensando en apuntar a Turquía; entrenó a Osama bin Laden; veta las condenas a los crímenes de Israel... Al parecer, sólo en América Latina Estados Unidos acierta a derrocar regímenes democráticos y logra instalar dictaduras que les sean fieles. Recordemos la frase famosa de Kissinger: "Somoza es un hijo de puta, pero es nuestro hijo de puta". Como lo fueron Batista, Trujillo, Pinochet y todos los generales golpistas argentinos, venezolanos, colombianos, uruguayos, paraguayos y demás. Siempre fieles a Estados Unidos.
¿Qué necesidad había?
Pero Washington y Londres eligieron el fast track, la vía rápida y sin el amparo legal que habrían tenido en pocas semanas. ¿Qué extraña prisa les corría? Así tienen ahora a dos mujeres premios Nobel de la Paz arrestadas frente a la Casa Blanca; un obispo católico, líderes religiosos judíos, budistas y protestantes enfrentados con la policía; más de 300 iglesias cristianas con sede en Ginebra llamando "inmoral e injusta" la guerra en Irak, al Papa haciendo responsables "ante Dios y su conciencia" a los gobernantes de Estados Unidos e Inglaterra; a millones de personas marchando en las calles todos los días, como en los peores momentos de la guerra de Vietnam, (una pancarta en español "Tengo vergüenza de ser gringa", en inglés "Stop, mad cowboy"). Veteranos de Vietnam anunciando su rechazo a la guerra porque ellos sí la conocen y Bush no porque siempre eludió el servicio militar, padres e hijos distanciados, directores de MILENIO intercambiando dimes y diretes... etcétera, ¿pero qué necesidad?
Toda guerra es terrible y produce víctimas inocentes, pero nadie marchó contra la Primera Guerra del Golfo, hace doce años, porque claramente Irak había roto la legalidad internacional con su decisión unilateral de invadir Kuwait, ¿por qué hacer lo mismo?; la intervención de la OTAN en la ex Yugoslavia fue aclamada porque el genocidio exigía una fuerza que lo detuviera, la destrucción del régimen talibán afgano fue vista con aprobación. ¿Por qué ahora esta feroz oposición a la invasión de Irak?
Uno: para los ataques a las Torres Gemelas y al Pentágono, los terroristas no necesitaron "armas de destrucción masiva² fabricadas por Husein o cualquier otro malvado, sino simples aviones comerciales con mucha gasolina.
Dos: de cualquier forma se debía desarmar a Irak, de acuerdo; pero si ya Blair y Powell habían logrado que Bush y sus halcones aceptaran condicionar el ataque contra Husein, y ésta sería la certificación de su desarme, ¿cómo no esperar la última respuesta de los inspectores? ¿Cómo no presionar al dictador iraquí con el envío de tropas, pero esperar el resultado de las inspecciones?
Tres: ¿por qué emplear con los aliados el lenguaje arrogante de Bush, el despectivo de Rumsfeld? La política está hecha, principalmente, de cálculos fríos, cierto; pero el protocolo y la diplomacia se inventaron, precisamente, para guardar las formas (o hacer como que se guardan y dar al opositor la oportunidad de salvar la cara). Es inaceptable para ex imperios, como Francia o Rusia, el tono que Washington acostumbra con Honduras: "más te vale sumarte, porque contigo o sin ti haré la guerra". Pudo ser que México se tragara su orgullo y aceptara el mandato imperial con tal de cuidar sus relaciones comerciales, sus trabajadores, las inversiones estadunidenses, hubo dudas; pero... ¿Francia? ¿Rusia? ¿China?
El costo de la guerra, al menos los 75 mil millones de dólares recién solicitados al Congreso, invertidos en educación y fuentes de empleo, en dar una patria a los palestinos, harían más, muchísimo más, como vacuna contra el terrorismo, que esta masacre con la cual, por cada terrorista muerto surgen otros cien, convencidos, ante las bombas y el fuego, de que su deber como musulmanes no es otro sino enfrentar al "Gran Satán", personificado por Estados Unidos.
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