¿Por qué la violencia es masculina?
columna: «la calle»
La violencia es casi exclusivamente masculina. Las mujeres incurren con frecuencia en violencia verbal, pero la violencia física, real, que hiere o mata, es terreno masculino por encima de razas, épocas, culturas y geografías. Hay culturas con hombres menos violentos, pero siempre lo son más que las mujeres de esa misma cultura. Desde la guerra hasta el homicidio, desde los gritos e insultos hasta quien sale a la calle armado con un rifle y dispara sobre desconocidos: lo hacen hombres. La policía lo sabe: si aparecen cadáveres con señales de ejecución similar, deben buscar a un hombre; si les reportan que desde una torre alguien dispara sobre los transeúntes, será un hombre; si aparecen personas asesinadas al azar y sin conexión, salvo idénticas balas, será una pérdida de tiempo revisar fichas de cualquier delincuente: el único posible es un hombre.
El determinismo cultural nos predicó durante 50 años del siglo pasado que éstos eran clichés y prejuicios. Curiosamente son clichés que siempre aciertan. La gente común sabe que así será, únicamente los expertos (y las expertas) lo niegan; las ciencias sociales dirían que no hay motivo para no revisar fichas policiacas de mujeres delincuentes. Los policías y la gente sin posgrado en El Colegio de México saben que es perder el tiempo y propiciar que el hombre escape, porque será hombre, sin duda.
El estudio de Pensilvania
En septiembre pasado, el Centro Médico de la Universidad de Pensilvania publicó un estudio acerca de las bases neurológicas de la mayor agresividad masculina.
Empleando la técnica llamada resonancia magnética, los científicos de Penn demostraron que las regiones cerebrales conocidas por reprimir la agresión y vigilar la conducta son más grandes en las mujeres que en los hombres. Adelanto que nadie pretende tomar estos datos para disculpar hombres proclives a liberar su agresividad. Se trata, simplemente, de realidades cuyo peso y notoriedad clama por algún tipo de explicación. Por supuesto, una es que las culturas permiten mayor agresividad a los hombres, pero eso —de ser así— lleva a otra pregunta de inmediato: por qué razón ocurre así en todas las culturas.
La investigación encabezada por Ruben y Raquel Gur se publicó en el Journal of the Cerebral Cortex. Los hallazgos permiten proveer terapias que alguna vez ayuden a los pacientes psiquiátricos a controlar agresión inapropiada y patrones de conducta impulsiva.
En su trabajo, los Gur partieron de que las emociones humanas se estimulan y regulan a través de una red que se extiende por mucho del sistema límbico —una región en la base del cerebro que incluye la amígdala, el hipotálamo y otros sistemas—, y luego hacia arriba y al frente hasta la región alrededor de los ojos y de la frente —llamadas áreas orbital y dorsolateral de la corteza—, y bajo las sienes, o corteza parietal y temporal.
En particular, la amígdala está involucrada en conducta emocional relacionada con el despertar de la emoción y la excitación, mientras que la región orbital frontal de la corteza lo está en la modulación de la agresión.
Los Gur midieron la relación entre el volumen de la amígdala y las regiones orbitales. Una vez que ajustaron sus medidas para tomar en cuenta la diferencia en tamaño corporal de hombres y mujeres, encontraron que los cerebros de mujeres tenían un volumen de la corteza orbital frontal significativamente mayor, en proporción a la amígdala, que la observada en los cerebros de hombres.
Dicho brevemente: las mujeres tienen más corteza cerebral moduladora de la agresión que los hombres. En los hombres domina el sistema límbico, una parte antigua del cerebro que compartimos con los reptiles. Las mujeres tienen mayor proporción de la parte nueva del cerebro, la corteza que reprime la agresión.
"Quizá la más notoria diferencia emocional entre hombres y mujeres, que deja enanas otras diferencias, sea la agresión. Este análisis nos depara evidencia neurobiológica de que las mujeres podrían tener una mejor capacidad cerebral que los hombres para ‘censurar’ su agresividad y sus respuestas de cólera."
Genes y abuso
Está bien establecido que algunos niños que padecen abuso físico, sexual o emocional se vuelven adultos violentos. Pero muchos no, dice una nota de Erik Stokstad en Science, versión en línea del 1 de agosto. "Ahora, un estudio tanto de la influencia social como genética apunta a la influencia de un gen particular sobre la conducta agresiva de adultos jóvenes procedentes de medios conflictivos."
Los genes, ya lo sabemos, no producen conducta, ni agresiva ni santa; lo que hacen es codificar la receta para fabricar proteínas muy diversas. Este gen produce una enzima llamada monoamino oxidasa A (MAOA), y esa enzima metaboliza varios tipos de neurotransmisores en el cerebro. Éstos llevan la señal nerviosa entre la terminal de una neurona y los receptores de otra. Estudios de laboratorio han demostrado que eliminar el gen MAOA hace a los ratones adultos más agresivos. "La primera evidencia de algo similar en humanos vino de una familia holandesa (Science, 18 de junio de 1993, p. 1722). Algunos hombres de esta familia tenían un gen MAOA defectuoso —nada de la enzima se encontró en su fluido cerebroespinal— y eran proclives a impulsivos arranques de agresión."
Un equipo del King’s College de Londres y de la Universidad de Wisconsin, que siguió a medio millar de niños desde su nacimiento, encontró que, en ausencia de abuso, los muchachos varones con baja actividad del gen MAOA no tendían a ser antisociales, los severamente maltratados era más probable que exhibieran conducta antisocial que los no maltratados. Pero cuando se unían un gen MAOA de baja actividad y maltrato, los varones duplicaban su desorden conductual en la adolescencia. Y era 10 veces más probable que fueran convictos por un delito violento a la edad de 26 años.
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