Cantinflas López
columna: «un vaso de agua»
Todos los dictadores tienen un común denominador: sin excepción hablan a nombre del pueblo y no necesitan aportar más pruebas que su propia palabra y la de sus corifeos. Más aún: salvan al pueblo de sí mismo. El PRI argumentó hasta hace 50 años que sería un error conceder el voto a las mujeres porque, siendo éstas más proclives que los hombres a concurrir a la iglesia, serían presa fácil de sermones contrarios a los Principios de la Revolución, anunciados siempre con grandes mayúsculas. Es verdad que las mujeres asisten con más frecuencia a ceremonias religiosas; basta con entrar a una iglesia a la hora de la misa, la del rosario, la del novenario, y contar. Pero el dictador parte de un juicio previo: que sólo él sabe lo que conviene a la Patria.
Los pueblos no siempre se rebelan contra estos salvadores autonombrados porque ofrecen seguridades, certezas, afirmaciones simples en blanco y negro, del estilo "los judíos han sido la perdición de Alemania", "el imperialismo conspira contra Cuba" o "yo gobierno para los pobres, no para los ricos", una de las frases predilectas de Andrés Manuel López Obrador (aunque bien se cuidó de no decirla durante su campaña). Los pueblos deben ser salvados de sí mismos, es la certeza que desciende sobre el gobernante ungido por la Historia. En México llegamos a acuñar la expresión "fraude patriótico", que consistía en arrebatar las urnas cuando una votación parecía favorecer a "la derecha". La Revolución Mexicana y sus instituciones debían ser salvadas cotidianamente porque el pueblo, siendo su origen, en ocasiones caía en trampas bien camufladas.
El jefe de gobierno del Distrito Federal ha repetido una y otra vez que no reconocerá órdenes salidas del poder judicial... porque éste es corrupto y él, López Obrador, es honesto; que no acatará el mandato que lo obliga a devolver un predio porque fue obtenido ese mandato por medio de abogados "de riquillos" y él, Andrés Manuel, está con los pobres. ¿Y la ley?
En ese sentido, López Obrador piensa exactamente igual que la enorme mayoría de los mexicanos: que las leyes sólo obligan cuando son justas; de ahí su éxito: de que piensa como el 70 por ciento de la población. ¿Y quién está encargado de dictaminar la justeza de una ley, y por lo tanto su obligatoriedad? Pues el ciudadano mismo. Quien crea que regresar el IVA a Hacienda es injusto puede guardárselo; quien opine que una señal de tránsito no debería haber sido puesta tiene derecho a ignorarla; quien logre justificar un homicidio puede cometerlo. ¿No somos cada uno la medida de la justicia? ¿O solamente López? Antes a eso se le llamaba "ley de la selva" o "ley del más fuerte", donde el que tiene más saliva traga más pinole. Así es como López Obrador ha pasado sobre mandatos expresos de sus legisladores cuando le ordenan algo que no le parece. Y construye lo que no está presupuestado, bloquea la integración de la institución que daría transparencia a los gastos; eleva la deuda capitalina al triple, hasta límites en que deberá ser pagada por la Federación, es decir, por quienes no vivimos en el Distrito Federal ni gozamos de obras siempre vistosas, no siempre útiles. Y le basta con enojarse cuando un reportero le pregunta a quién y a cómo compra la varilla, el cemento; con cuál concurso decidió entregar la obra a una compañía y no a otra.
López Obrador responde con barullo, con ruido, con sonrisitas torcidas y agresiones. Nunca con datos, con números, con nombres, sino con cuchufletas de asamblea en el CCH Oriente: "Ah, ya les está saliendo a ustedes el Díaz Ordaz que ocultaban". Y los concursos ¿cuándo se abrieron?, ¿quiénes participaron?, ¿qué jurado decidió el triunfador? Sobre eso, sobre el meollo de la pregunta, nada: ruido, burlas, chistes, que para eso tiene cuidándole las espaldas una prensa más servil que la creada durante el priismo.
Si bien dicen que para que la cuña apriete ha de ser del mismo palo: del PRI salió López, en el PRI se formó, en el PRI sigue y seguirá. Con el método aprendido en el PRI ha construido su popularidad: haciendo pagar a la nación entera y contraatacando cuando se le piden cuentas. El método lo creó el PRI y lo perfeccionó Cantinflas: Pregunta: ¿A quién y a cómo compró la varilla para X obra? Respuesta: Yo manejo un Datsun, no un Mercedes.
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