Nuestros 30 años perdidos
columna: «un vaso de agua»
Hace 30 años nos decían los chilenos que México ya había "despegado". Eran los tiempos del presidente Luis Echeverría, que iba por el mundo con su avión cargado de... cargado de... intelectuales izquierdistas como demostración del cambio, pues ya se hablaba de cambio.
A nada ni a nadie dijo no el presidente Echeverría, y así dejó el país sembrado de cimientos para hospitales, cimientos para escuelas, planos y proyectos. Cuando terminó su sexenio, México sufrió la primera de las tradicionales crisis económicas que se repetirían hasta la gran crisis del cambio Salinas-Zedillo.
¿Por qué fracasó un presidente que a nadie negó nada? Exactamente por eso. Un país no es muy distinto que una familia. Si quien la encabeza no niega nada a sus hijos y saca en cada ocasión la tarjeta de crédito para cumplir gustos, llegará el momento en que los intereses lo ahogarán, le cancelarán la tarjeta y quizá hasta la casa le embargue el banco. Le quedará la satisfacción de que sus hijos tuvieron todo. Pero ahora deberán limpiar parabrisas y dormir en la calle.
Las tesis económicas de Echeverría, que son ahora las del PRD y de buena parte del PRI en el Congreso de la Unión y en los Estados, no sólo olvidan estos datos sencillos, sino que, peor aún, olvidan que en el país existe suficiente riqueza acumulada, sólo inactiva por las leyes que heredamos del priismo. Nuestros ricos no pueden invertir en la infraestructura imprescindible para elevar la productividad nacional. O están maniatados por la ley o sobreprotegidos. Por decenios no pudieron construir carreteras. Cuando al fin la ley subsanó semejante paradoja, nuestros ricos quebraron y sin falta papá gobierno acudió al rescate... con nuestros impuestos.
El sistema ferroviario nacional dejó de transportar pasajeros porque su obsolescencia lo hizo incosteable. Mientras el mundo se llena de trenes-bala, México se debate entre carreteras atestadas de carga que iría mejor por tren; mientras la generación de energía es una urgencia, las leyes mexicanas siguen impidiendo la inversión privada; en un país soleado no se ven las azoteas, planas para mayor ventaja, llenas de paneles solares, como ocurre cuando uno se asoma desde un balcón ateniense; el contrabando y sus distribuidores, los ambulantes, derrotan la producción nacional de ropa a causa de la corrupta alianza entre gobierno y contrabando. Todos nuestros trámites son de tal forma desesperantes y lentos que llevan al posible inversionista a llevarse su dinero a otra parte.
Tres cadenas
Así es como el gobierno logra ser el único inversionista en áreas prioritarias para el desarrollo, con el resultado bien sabido de que le sea imposible construir ferrocarriles, carreteras, escuelas, hospitales y cuanto demandan las necesidades primarias de la población, al tiempo que levanta la infraestructura imprescindible para la creación de empleos productivos. Por supuesto, no tiene, ni tendrá nunca dinero suficiente.
La riqueza de los países que hace 30 años eran más pobres que México se hizo, en primer término, evitando estorbar. No fueron empresas de gobierno las que levantaron a Corea, Taiwán, Chile o Singapur, sino el énfasis estatal en la educación y en el buen uso del ahorro interno; eso los hizo, luego, atractivos para los capitales extranjeros.
Pero en México nuestros maestros de primaria siempre están "en lucha", plantones, marchas, huelgas, oposición a las evaluaciones, exigencia de plazas sin concurso; los estados de la Federación exigen mejor reparto en los impuestos, pero se niegan a pagar el costo político de cobrarlos; la capital del país se lleva la tajada del león en el presupuesto federal y acaba tirando más de la mitad del agua que recibe y alimentando su propio círculo vicioso: crecimiento porque la población va a donde hay servicios, y mayor presupuesto para dotar de servicios a esa población, y así hasta que 100 millones vivamos en el Distrito Federal.
Son tres las cadenas que nos atan al subdesarrollo: educación de ínfima calidad, legislación contraria a las inversiones, y burocratismo aliado de la corrupción. No hemos podido nada contra ellas en 30 años, ¿no podremos nunca? ¿Perderemos otros 30 años urdiendo obstáculos, más y mejores?
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