Perdón, perdón...
columna: «la ciencia y la calle»
Lo que sea de cada quien, al PRI ya lo teníamos amansado con una prensa libre a la que no acabó de acostumbrarse; con cartas, manifiestos y manifestaciones que impugnaban su política, mesas redondas, programas en tv y radio, libros, ensayos: un alud que no supieron cómo les llegó. A toda prisa, los priistas se dieron a demostrar que escuchaban, que eran personas abiertas a los reclamos sociales; concluida su última fechoría en las urnas, buscaban afanosamente demostrar que, a pesar de las apariencias, su ejercicio del poder era democrático; que si no lo eran mucho en las urnas, ya en el poder sí podían gobernar civilizadamente. ¿Que un delegado intolerante en el DF volvía al viejo método de las razzias? Pues ahí va una feroz carta de los abajo–firmantes y, milagro, las razzias cesaban. ¿Que se les demostraba la injusticia de una clausura? Reapertura en tres días hábiles. Pero cuando la oposición se hizo gobierno ocurrió en pequeño lo que en monstruoso ocurrió en Cuba: una izquierda rarísima a la que sólo debemos creerle que lo sea porque se autoasigna ese nombre de la geografía política, ya en el poder fue indistinguible del más viejo priismo, el anterior a De la Madrid. El autoritarismo, la prepotencia, la sorna para tratar al adversario, la burla sin reserva, volvieron a ser el estilo personal de gobernar en dondequiera que el PRD ocupa cargos. Con López Obrador al frente de la ciudad de México han regresado los viejos hábitos que hicieron al régimen priista: cuotas de poder para las organizaciones ideológicamente afines, concesiones ilegítimas a cambio de apoyos, hojas para anotarse en el mitin convocado por el nuevo partido en el poder, amenaza de suspender cheques o bonos a los ausentes, convivencia con los amigos y tortuguismo con la gente respondona, grandes y faraónicas obras entregadas sin concurso a una compañía protegida... ¿Ése era el cambio? ¿La vuelta a los más viejos “usos y costumbres” que hicieron la fuerza del PRI, pero también su corrupción, y sembraron el germen de su debilidad moral que hoy lo tiene en terapia intensiva?
Renunciar por las malas razones
No es de extrañar, porque el PRD está integrado mayoritariamente por ex priistas que se fueron de su partido “por las malas razones”. Esto es, no cuando les daba, sino cuando les dejó de dar. No eran el militante ingenuo, inscrito en un partido que luego resulta ser lo contrario a lo esperado y renuncia con grave decepción; sino los viejos zorros que se formaron en el PRI y a su vez hicieron del PRI lo que llegó a ser y por los caminos que todos supimos, y un buen día no tuvieron la candidatura que deseaban. Eso, no la moral, los llevó a descubrir lo que no veían cuando el PRI los hacía diputados, senadores o gobernadores. La otra parte, minoritaria, que conforma al PRD, está no sólo alejada de toda práctica democrática, sino que despreció siempre, por convicción, la democracia, pues en ella encontraba una simple celada de la burguesía. Son los afluentes del Partido Comunista que terminaron en el gran pantano perredista. Si los priistas llevaron consigo las viejas prácticas aprendidas con toda una vida de mañas y artimañas, quienes llegaron por el Partido Comunista son aún peores, pues los caracteriza la certeza de tener la “verdad histórica” embotellada de origen. Son el faro rojo de la humanidad, los timoneles, la conciencia, la razón. Ningún funcionario priista llegó a tener, jamás de los jamases, la prístina certeza de estar en lo justo, como la tiene cualquier funcionario menor perredista tras un escritorio. Los priistas de los últimos tiempos se veían abatidos ante el vendaval de la crítica: ya, queridos amigos, ya no repitan que somos corruptos y transas y nepotistas y blandos con los amigos e intransigentes con los enemigos y que usamos al país como patrimonio personal y que abusamos del ciudadano sin palancas y que somos rastreros con los superiores; ya, ya, les rogamos, amigos, todo es verdad, pero ya no nos lo machaquen día y noche. Estamos cambiando.
¿Qué le hicimos a una generación?
El funcionario perredista, en cambio, está sinceramente convencido de que nadie sino él (o ella, añadiría Fox) tiene la razón. ¿Nos parecía mal que los funcionarios priistas pasaran de Caminos y Puentes Federales a la Secretaría de Salud? ¿Eran trapecistas y chamberos? Pues qué tal una secretaria de asuntos ecológicos a cargo de una magna obra de ingeniería, como ha quedado Claudia Sheimbaum por órdenes de López Obrador. ¿No tenía a la mano a César Buenrostro, precisamente el secretario del ramo de obras? Sí, pero César cometió un error que era imperdonable en el viejo régimen priista y lo es más en el perredista: dijo que ignoraba hasta ese momento lo que su jefe, López, anunciaba con bombo y platillo. ¿Cuál segundo piso para Periférico y Viaducto? No adivinar el pensamiento del patrón costaba el puesto en el priismo. Buenrostro no pagó ese precio únicamente por su vieja amistad con el patriarca, su amistad de infancia con Cuauhtémoc Cárdenas.
Pero fue echado a un lado para que una joven, ¿es bióloga?, que sabe de cimientos lo que yo de chino, se encargue. Claudia, que de niña parecía que iba a ser una mujer normal, ante el acoso de la prensa muestra en tv rasgos obcecados y necios que ni el priismo tuvo nunca. Llega a ser desesperante la cara dura con la que repite un estribillo sin sentido, el mismo ante diferentes preguntas que, es obvio, no sabe responder. ¿Qué hicimos, carajo, qué hicimos con esa generación? ¿Qué le ocurrió a los hijos de mis amigos y a los hijos de los amigos de mis amigos? ¿Por qué se comportan en todo momento como hijos de cacique priista de los años 50? De nuevo, ¿qué les hicimos? ¿Cómo aprendieron de nosotros ese feroz autoritarismo, esa detestable autosuficiencia, esa abominable altanería, esa petulancia, esa arrogancia, esa insolencia? Por lo que yo haya contribuido, perdón, perdón mil veces. Como el rey David ante su pecado, me cubro la cabeza de ceniza por el sindicalismo universitario, por La Jornada y por el PRD. Perdón. No lo vuelvo a hacer, no reincidiré ni seré relapso. Lo juro por san Juan Diego Nonato.
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