El sol y el colapso maya
columna: «la ciencia y la calle»
El colapso de la civilización maya clásica, en el siglo IX de nuestra era, seguramente tuvo varios y no un solo factor. Pero uno muy importante, recién descubierto, es la gran sequía, la peor en siete mil años, que ocurrió en la península de Yucatán al tiempo en que el imperio se venía abajo.
En Science de la tercera semana de mayo aparece un reporte donde un equipo de científicos da a conocer un dato de gran importancia en la historia maya.
Para seguirlo, debemos, antes, recordar algunas referencias:
- La península de Yucatán es un terreno casi plano y muy calcáreo.
- La piedra caliza, predominante en la región, es fácilmente erosionable por las corrientes de agua subterráneas, a tal grado que en algunas partes el domo de piedra blanda se viene abajo y así se producen los famosos y lóbregos cenotes que salpican la península.
- En algunas regiones se han formado lagos y sus aguas, como ocurre dondequiera, contienen sales de la piedra local, sulfato de calcio en el caso yucateco: simplemente yeso. El yeso está en suspensión, pero...
- Los líquidos tienen un límite para disolver sólidos: si añadimos sal a un vaso de agua, la sal comienza por disolverse sin problema, pero alcanzada una densidad llamada nivel de saturación, ya el agua no puede disolver más sal y ésta se precipita, se va al fondo. Por mucho que revolvamos el agua, será imposible disolver en ella más sal luego de llegar a ese límite de saturación.
Estos sencillos elementos permiten reconstruir los climas de otra épocas, siglos y hasta milenios atrás. Veamos.
La saturación de un lago
A los lagos les ocurre el mismo efecto con los sólidos suspendidos en sus aguas. En la península de Yucatán es mayoritariamente yeso el sólido disuelto. Cuando está lleno un lago, en época de abundancia de lluvias, puede contener más yeso disuelto, pero cuando viene una sequía y el agua se evapora, el lago contiene menos agua, aunque sigue conservando la misma cantidad de yeso, porque éste no se evapora (al menos no a la temperatura ambiente, por alta que sea en esa tórrida península).
Entonces ocurre como si el yeso fuera más, y realmente es más en proporción al agua; al ser más, supera el umbral de saturación del agua y se precipita, se va al fondo del lago y forma sedimento. Cuando vuelve a llover, el agua arrastra consigo más yeso, pero éste ya no se precipita porque el agua, en cantidad mayor, puede mantenerlo disuelto, en suspensión. A la siguiente sequía, con el consecuente descenso del lago, el yeso vuelve a ser más que el soportable por el agua, el sobrante cae al fondo y forma una nueva capa de sedimento.
Registro milenario del clima
Así es como el sedimento de los lagos presenta, con sus capas sucesivas bien demarcadas, un reporte de las lluvias anuales. Basta entonces con tomar una muestra, como se hace con un sacabocados para, de acuerdo con la profundidad de la muestra, descender en los siglos y en los milenios por la observación de las franjas horizontales de sedimento. Los paleoclimatólogos (quienes estudian el clima del pasado) eligieron el lago Chichancanab, muy cercano al vértice donde coinciden Yucatán, Campeche y Quintana Roo, para tomar sus muestras. En 1993 cortaron del sedimento un cilindro de casi cinco metros de profundidad, con el que obtuvieron el registro de 9000 años. Allí descubrieron la gran sequía del año 800 al 1000 de nuestra era.
El año pasado volvieron al lago para refinar sus datos y cortaron un núcleo de sedimento con unos dos metros de profundidad. Así encontraron que el más reciente periodo de precipitación de yeso, o lo que es lo mismo, de sequía, se dio entre los años 750 y 1025 de nuestra era: el colapso maya comenzó hacia el 750 al sur, en Guatemala, y en sólo 100 años más sucumbió también el área norte, yucateca, del imperio.
A su vez, las sequías son producidas por la variación en la brillantez del sol, que presenta oscilaciones de 200 años, aunque no tan extremas como la iniciada el año 750, la peor en siete mil años, como ya se dijo. Este ritmo bicentenario de la actividad solar, no influye sólo en la brillantez, sino en el número de las manchas y la cantidad y tipo de emisiones al espacio. El ritmo solar se conoce por las huellas de carbono-14 preservadas en los anillos de los árboles, señala el mismo artículo.
El jefe de la expedición, David Hodell, de la Universidad de Florida, matiza: Creo que la sequía sí jugó un papel importante, pero estoy seguro de que hubo otros factores, tales como incremento de población, degradación del suelo cultivable y cambios sociopolíticos que interactuaron. El colapso de una civilización ha de ser complejo.
En coincidencia con estos análisis, otros semejantes —realizados por un equipo de Heidelberg, Alemania— mostraron el mismo ritmo bicentenario de sequías, con la misma fecha crítica, en una cueva del Sultanato de Omán, situado en una punta de la península arábiga que da al Golfo Pérsico y al Océano Índico. Allí se analizó un registro de los monzones, o periodos lluviosos veraniegos del Océano Índico. El registro de cada monzón y de su abundancia o escasez en lluvias, quedó preservado en las capas de crecimiento observadas en una estalagmita de una cueva. (Las estalagmitas son esas formas naturales rocosas que crecen, a causa de la humedad, del suelo de las cavernas. Estalactitas, las que bajan del techo). El equipo de Heidelberg publicó sus hallazgos en Nature.
La enorme diferencia con las investigaciones realizadas en Yucatán, fue que en Omán la sequía del año 750 al 1000 de nuestra era, no produjo ningún colapso cultural. Como entre los animales y los vegetales, hay culturas que soportan los cambios y otras que no: la conquista romana de Grecia, unos 200 años antes de Cristo, acabó al revés: helenizando a los romanos; por eso decimos: Grecia vencida venció al vencedor. Por la época de la gran sequía, el Islam alcanzaba su apogeo cultural en Bagdad y en Córdoba; los árabes habían traducido, y así recuperado para el futuro, a Aristóteles, y comenzado la óptica, el álgebra, la medicina, la química y otras ciencias.
Los mayas, adoradores del sol, crearon un sistema social que no resistió el aumento cíclico en la brillantez de su dios, al que, podemos predecirlo casi con certeza, le ofrecieron más corazones humanos que nunca.
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