Gay a la calle del nopal
columna: «la ciencia y la calle»
Ni siquiera las señoras copetonas de la ultraderecha tapatía (el PAN les parece rojo), ni alcaldesa panista alguna, ni los tecos pronazis de la UAG que prohiben a los maestros dejarse la barba y exigen misas en latín, nadie, jamás, había urdido lo que el subdelegado perredista de la Zona Rosa, un tal Tomás Pliego, quien, según Últimas Noticias del lunes 28 de mayo, propuso que para los bares de asistencia mayoritariamente gay fuera utilizada la colonia "Atlampa", en donde hay muchos espacios vacíos y calles semidesiertas, como la calle del Nopal, que está llena de delincuentes, por tener una escasa actividad comercial, habitacional y de servicios. El tal Tomás podría poner el ejemplo yéndose a vivir a la calle del Nopal con sus seres queridos. Bravo por la "izquierda" que el PRD asegura representar.
Dolores Padierna —la provocadora de motines tepiteños en su ambición porque su propia mafia de ambulantes sea la única, la asaltante de la ALDF para detener un reglamento que introduciría honestidad y realismo en la noche defeña, la denunciada por fraudes con vivienda popular— pregona su amplio criterio con dos proyectos ridículos hasta la carcajada: la "Plaza Arco Iris" (porque la bandera gay lleva esos colores) y la "Calle de la Diversidad Sexual". ¿Será éste el nuevo nombre para la calle del Nopal?
Tramó ese par de extravagancias porque ha clausurado, sin motivo ni aviso, una buena parte de los bares gays del DF, donde hay pocos si comparamos ya no digamos con Amsterdam, sino con San José, Costa Rica. Con únicamente 300 mil habitantes, San José tiene una veintena de bares, discos y cafeterías gays. El DF, con 50 veces más habitantes, debería tener un millar de lugares gays para igualar a esa pequeña ciudad civilizada.
Pero el valiente vive hasta que el cobarde quiere. Los bares que han mostrado sus licencias de funcionamiento, sus salidas de emergencia, sus extinguidores llenos y señalizados; que han recibido, por eso mismo, la palabra de Padierna y Lenia Batres de abrir porque no hay ni hubo causa de clausura —como es el caso de El Taller, un bar y disco que fue de mi propiedad— y, con todo, lo único que obtienen es tortuguismo de semanas en los trámites, deben actuar como nos han enseñando los maestros disidentes, los encantadores muchachos del CGH, los campesinos del Barzón, los indios y no tan indios del EZLN: por la vía de los hechos. Es la moda. ¿O unos pueden y otros no?
Dolores Padierna cree estarle haciendo un favor al PRD al pasarme la factura de lo que he dicho de ese partido y hoy repito: Formado por los grandes dinosaurios del más viejo PRI, como Cuauhtémoc Cárdenas, Porfirio Muñoz Ledo y Andrés Manuel López Obrador, el PRD conserva la soberbia de los tiempos del carro completo priista, adoptó de la raquítica izquierda que sigue unida ahí como un tumor lo peor de la izquierda, que es su mesianismo, su convicción eclesiástica de tener la única verdad y toda la verdad; los viejos priistas, fundadores del PRD, heredaron de los viejos comunistas la convicción de ser el futuro de la historia, de la Historia, más bien. Por eso han resultado más intolerantes que el PRI y el PAN juntos.
Intolerancia impune, además, pues ya podríamos imaginar la escandalera si una autoridad priista o panista propusiera enviar a los gays a la calle del Nopal.
Lo más deplorable es que ante los delirios del PRD observamos disimulo en las voces siempre críticas. O no siempre, ya se ve. No hay en la prensa un desplegado con firmas indignadas, como lo hubo por el hecho, simple y republicano, de que se pidan cuentas claras a Rosario Robles. Como se deben pedir a todo el mundo, hombre o mujer. ¿O las mujeres serán excepción a la hora de dar cuentas?
De ese contubernio entre dos autoritarismos, el priista y el comunista, vemos surgir las aberraciones que leemos sin poder dar crédito.
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