Historia de dos gemelos

publicado en la revista «Nexos»
# 454, octubre de 2015

 

Islam/moderado: Contradicción en los términos

Todas las religiones tienen fanáticos y moderados. Pero sólo el islam exige al mundo entero aceptar el modo de vida predicado por un jefe tribal que conducía caravanas de camellos por el desierto de Arabia en el siglo VII de nuestra era o atenerse a la condena a muerte derivada de quien lo rechaza según está escrito para la eternidad en el Corán.

Islam significa rendirse, someterse. Un verbo árabe que lo dice todo. Para ser musulmán moderado primero se debería ser musulmán. Una vez dentro la trampa se cierra porque toda interpretación de la palabra de Dios, según la dictó, palabra por palabra, al último de sus profetas, Mahoma, es una herejía. No hay metonimias ni metáforas: matar es quitar la vida, nunca una muerte simbólica ni espiritual. Así ocurrió con el cristianismo. Pero tuvimos un Siglo de las Luces y la revisión de verdades intocables la pagamos con cárcel, tortura y muerte. Ya pasó y en las secundarias circulan chistes groseros sobre Cristo. No ha ocurrido en el islam. La risa se paga con muerte. Y muerte no es rechazo, ostracismo, es asesinato.

La postura intermedia es la del cristianismo: predica y trata de convencer pero, desde que tuvimos Ilustración, Revolución francesa, y Reforma juarista en México, el pecado y el delito se disociaron. Eso no ha ocurrido en el mundo islámico. No sólo la policía, sino cualquier civil que sea musulmán observante, está obligado a hacer cumplir la sharía y ejecutar la pena de muerte en el sentenciado por un clérigo del islam, un ayatolá. Asesinar al escritor indio Salman Rushdie no es optativo: quien lo tiene a mano y no lo mata está a su vez en pecado. Una de sus novelas ofende al Profeta, dijo un ayatolá. Y fue suficiente.

Aún menos prédica salvadora reparten los budistas e hinduistas, aunque el Dalai Lama vaya por el mundo con túnica color curry y sonrisa bondadosa: a nadie exige creer que él sea la X o Z reencarnación de Buda, nadie peca si no lo cree. Sólo nos perdemos la paz espiritual que nos daría.

Lo que ha hecho el budismo es vender su versión laica y privatizada: clases de meditación, Siete Pasos a la Iluminación, el yoga y la moxibustión la ofrecen personas en su práctica privada, algunos tienen grado de monje, otros son aficionados, otros más son gandayas en cacería de tontos. Pero ninguno de estos practicantes debe pagar derechos en el Tíbet, como ocurre con las iglesias dedicadas a la virgen de Guadalupe, con sede en la sierra de Guadalupe, Extremadura, España, por lo que fue necesario cambiar la imagen mexicana en el siglo XVII: para evadir impuestos a la Morenica aparecida a un pastor en el siglo XVI español.

El Buda reencarnado no cobra derechos a maestros de meditación ni a acupuntores y dedopuntores. Cobra sus conferencias. No tiene oficina de recaudación como el Vaticano: a donde van las limosnas y los ingresos por movidas turbias en la Bolsa efectuadas por el Banco del Espíritu Santo (el nombre se ve saliendo de la plaza de San Pedro).

En el extremo final, en la total ausencia de conversiones y promesas tenemos al judaísmo: no hay misioneros judíos salvando almas en el Congo ni en Samoa. Tienen relaciones sociales y comerciales con los no judíos (el mundo entero) sin nunca deslizar la invitación a unirse a la sinagoga. Se nace judío. Y se sigue siendo judío aun sin acatar los mandatos de la sinagoga. El ateo no puede ser católico. El judío ateo sigue siendo judío. Es una nación, no una religión, aunque también haya varias versiones religiosas del judaísmo. Tampoco es una raza porque van del rubio polaco al negro abisinio.

Así que tenemos dos extremos: el completo desinterés judío por hacer adeptos, palabra que ni siquiera emplean, y la obligación total a someterse (eso significa islam) al libro de Mahoma dictado personalmente por Dios a su último profeta y a las normas puestas al día por sus autoridades religiosas.

La voz de Dios en voces de quienes sí la oyen

Pero no soy confiable. Escuchemos las voces de expertos musulmanes explicando esta obligación a declararse vencido o darse por muerto. Tomemos el debate en la cadena de tv árabe ABN entre el jeque Omar Bakri y la doctora Wafa Sultán, de origen sirio. Bakri creó en el Reino Unido, donde reside, una gran organización islamista que formó a los terroristas del Metro de Londres. El jeque opinó en diciembre de 2004 que los musulmanes deberían dar a Occidente “un 11 de septiembre, un día sí y otro también”. Dice a ABN:

—La sharía [ley musulmana] ha definido unos derechos humanos para musulmanes y otros para no-musulmanes. El no-musulmán ha elegido no aceptar los designios de Dios [Alá es Dios en árabe, mismo Dios]. Por lo tanto sus derechos son distintos. Musulmanes e infieles que hayan acordado la paz, o pactado “protección”, son iguales en cuanto a ciudadanía, techo [etc.]. Sin embargo, esto no significa que ustedes sean iguales a nosotros: un no-musulmán bajo la sharía no puede tener ningún derecho, excepto los que Dios ha legislado para él. Quien es musulmán tiene mayores derechos porque el islam está por encima de los demás credos [...] No creo en la igualdad de los hombres porque los hombres no son iguales ante los ojos de Alá. Alá nos ordenó no tratarlos igual: yo tengo derecho a casarme con cristiana o judía. Pero no se permite a un judío casarse con una musulmana.

—Así que cuando viaja usted a Occidente ¿considera que es tierra de Alá y quiere que sus creencias sean ley allí? ¿Quiere usted dictar a la gente de esos países lo que pueden hacer?

—Sí. Los invito [a convertirse] y pueden no aceptar el mandato de Alá. Si no lo aceptan y me echan del país, entonces lucharemos contra ellos. Las relaciones entre nosotros son: conversión al islam, acuerdo de paz, o guerra. Está en el interés de ellos tener conmigo un acuerdo de paz o un pacto de “protección”. Ese pacto está contemplado por la sharía. Es lo que hay: lo aceptas o estamos en guerra. Dijo el Profeta: “fui enviado a luchar contra la gente hasta que den fe de que no hay más dios que Alá, y yo soy su Profeta”. El musulmán coexiste con el infiel por acuerdo de paz, por pacto de “protección” o por guerra.

—La respuesta del jeque Omar Bakri merece ser recordada. Ha explicado con claridad la doctrina del islam, no me queda nada que añadir a esa repulsiva verdad. Aquí en Estados Unidos los musulmanes dicen que los derechos humanos son los mismos que bajo el islam. Ha manifestado la verdad de su religión en toda su fealdad y su horror. La sharía le ordena luchar contra los demás hasta que crean lo que él cree. ¿Hay algo más repugnante que esta sharía sobre la faz de la Tierra? El mundo entero debería tomar nota del peligro de esta doctrina. No podemos aceptar que ningún hombre sobre la Tierra nos obligue a creer en su dios.

El jeque concluye: “No obligamos a la gente a convertirse al islam, pero por supuesto que impondremos el dominio islámico en todo el mundo cuando tengamos poder para ello”.

En la siguiente liga puede verse el debate completo entre el jeque Omar Bakri y la doctora Wafa Sultán: https://youtu.be/f41eodpynaw?list=plk29qhaa2o0es-7dp52o6xg8an_nwtd3v

Entrevistada por la cadena Al Yazeera de Qatar, Wafa Sultán sostuvo que “no estamos viendo un enfrentamiento entre religiones ni razas o civilizaciones. Es un enfrentamiento entre dos eras. Entre una mentalidad que pertenece a la Edad Media y la mentalidad del siglo XXI. Entre la civilización y el retraso, la barbarie y lo racional. Entre la libertad y la opresión, entre los que tratan a las mujeres como bestias, y quienes las tratan como seres humanos”.

“Los judíos han sobrevivido la tragedia del Holocausto y han obligado al mundo a respetarlos a causa de sus conocimientos, no por el terror. La humanidad le debe la mayoría de los descubrimientos y la ciencia de los siglos XIX y XX a científicos judíos. Se ganaron sus derechos por medio del trabajo y del conocimiento. No hemos visto a un solo judío explotar en un restorán alemán. No hemos visto a un solo judío destruyendo una iglesia. Hemos visto musulmanes destruyendo tres enormes estatuas de Buda, pero no a budistas incendiando mezquitas. Los musulmanes deben preguntarse qué pueden hacer por la humanidad antes de exigirle a la humanidad que los respete”.

En este enlace puede consultarse la entrevista con Wafa Sultán: https://youtu.be/dbg1h4ayjm8?list=plk29qhaa2o0es-7dp52o6xg8an_nwtd3v

Darell Jones, voluntaria pro palestina llegada de Australia, dice: “Llegué como voluntaria pro palestina, pero no estoy ciega. Todo lo que vi estaba destinado a victimizar al pueblo palestino. Se nos mostraron fotografías de cuerpos que parecían haber sido descuartizados y quemados. Nos dijeron que eran producto de torturas realizadas por israelíes. Pero, más tarde, en la ciudad vieja [de Jerusalén], un niño se hizo estallar. Yo estaba parada en la cabecera de la mesa, intenté limpiarlo… Vi que tenía heridas iguales a las que nos habían mostrado. Murió por la noche. Comencé a entender lo que estaban haciendo los paramédicos y los activistas…”.

El video presenta imágenes de niños palestinos. Uno dice “¡Yo aún no he participado en una misión!”, su tío fue mártir y fue al paraíso. Un niño de unos 10 años aclara: ¡No queremos paz! ¡No queremos paz! ¡Nosotros queremos la guerra! Queremos morir como mártires.

El testimonio de Darell Jones puede verse en la siguiente liga: https://youtu.be/yidikujyulk?list=plk29qhaa2o0es-7dp52o6xg8an_nwtd3v

Los dos gemelos

En 1947 la ONU parió dos gemelos: uno de cuerpo más grande, Palestina; otro más enclenque: Israel. La ONU estableció que el área del extinto Imperio Otomano, turco, llamado Palestina por corrupción de Philistina, la provincia romana en tiempos de Cristo, se dividiera entre dos pueblos: judíos y árabes. Lo dictaba la realidad: había población judía y población árabe. Ciudades modernas totalmente judías, como Tel Aviv, y ciudades que ya existían cuando pasó por allí Alejandro Magno, como Gaza, aunque no había islam ni existía Arabia.

Los judíos habían levantado en esa área el reino de Israel, gobernado por jueces y luego por reyes, Saúl, David, Salomón… hasta Herodes cuando ya Jerusalén había caído bajo dominio de Roma. El esplendor del reino de Israel tuvo lugar con David y Salomón, poetas y gobernantes que consolidaron sus fronteras. Salomón construyó el centro de culto más venerado en Israel, el templo donde se guardaban el Arca de la Alianza y las Sagradas Escrituras.

A la muerte de Salomón, hacia el 931 a.C., el reino se dividió. Israel al norte y Judea al sur, con capital Jerusalén. Las 10 tribus del norte fueron derrotadas por tropas asirias. Deportadas hacia el año 722 a.C., desaparecieron por asimilación. Sus genes circulan entre la población de los actuales Irak y Siria.

El reino del sur, Judea, fue saqueado y destruido por Nabucodonosor en el año 588 a.C. El pueblo de Israel fue llevado a Babilonia en esclavitud. Esa breve anécdota dio a Verdi tema para su ópera Nabucco y el coro de los esclavos hebreos “Va pensiero”, que tantas lágrimas arranca. En el cautiverio de Babilonia desapareció el uso popular del idioma hebreo y lo sustituyó el arameo, idioma de uso común en el Oriente Medio, donde la fuerza política y militar dominante era el Imperio Persa. La liberación del cautiverio babilonio se debió a los persas. Una vez derrotados y sometidos los babilonios, el rey Ciro permitió a los israelitas el Primer Retorno a Eretz Israel, la Tierra de Israel. Pero ya hablaban una variante del persa, el arameo, idioma de Jesucristo. Vueltos a Jerusalén, los judíos reconstruyeron el Templo de Salomón.

El idioma hebreo quedó, como el latín católico, para uso de los sacerdotes y lectura en las festividades.

En julio del 356 a.C. nació Alejandro Magno, rey de Macedonia (norte de Grecia) desde el 336. A los 22 años de edad emprendió la conquista del enorme Imperio Persa, eterno enemigo de los griegos: las Termópilas, Maratón, Salamina, son nombres de batallas contra los invasores persas. Si, tras derrotar a los babilonios, los persas habían liberado a los sometidos hebreos, luego Alejandro Magno acabó con los persas y ni siquiera miró un pueblo terregoso llamado Jerusalén. En camino a Egipto, donde Alejandro fue recibido como liberador del yugo persa, tomó Gaza. Jerusalén quedó bajo el imperio de Alejandro sin que éste al menos la notara.

Pero Megas Aléxandros murió en babilonia en junio del 323, días antes de cumplir los 33 años. Ninguno de los jóvenes amantes a los que fue tan afecto le dio un hijo (la lucha se hizo, es seguro), así que a su muerte el imperio se lo repartieron sus generales. Ptolomeo se quedó con Egipto y su dinastía llegó hasta Cleopatra. La región de Siria, y el rincón insignificante en torno a Jerusalén, fue reino del general Seleuco. Israel entró en el proceso de helenización que duraría hasta las conquistas romanas del siglo II a.C. La región fue conocida por Roma como Philistina, tierra de filisteos, el pueblo de la costa mediterránea enemigo de Israel a lo largo de la Biblia, pero tuvo como capital Jerusalén, en el reino del sur o Judea. El reino del norte, absorbido desde tiempos de Siria, volvió a quedar bajo un mando, el de Roma.

Siglos después los romanos al mando de Tito Vespasiano apagaron una rebelión en Judea, su colonia oriental, y optaron por destruir el templo en el año 70 después de cristo para así eliminar el símbolo y polo de atracción judía. Pero en 132 otra rebelión judía, encabezada por Simón bar Kojba (hijo de estrella), alcanzó un par de inesperados triunfos contra las tropas romanas. Un Estado independiente judío tuvo una breve existencia y anunció “la redención de Israel”.

Tocó en suerte al emperador Adriano, uno de los más grandes y queridos, humanista, heliófilo, filósofo, aplastar la rebelión de Bar Kojba. Hubo ciudades y aldeas arrasadas, más de medio millón de judíos muertos, población esclavizada o en el exilio y prohibición a los judíos de entrar a Jerusalén, renombrada Aelia Capitolina. La circuncisión ritual y el Shabat fueron prohibidos. Ya no habrá rebeliones judías hasta el segundo milenio, cuando Roma ya no exista, ni como imperio ni como dominio de los Papas. Bueno, falta una, que veremos aquí abajo.

La globalización de los tiempos romanos y las libertades de comercio, aunadas a la destrucción del Templo de Salomón en Jerusalén y las masacres del año 132 llevaron comerciantes judíos por todas las costas del Mediterráneo y el Mar Negro. Se le llama “diáspora judía”. La capital imperial, Roma, y Alejandría, la capital cultural y helenística, atraen a muchos miles de judíos.

El emperador Constantino se convierte al cristianismo y es el principal promotor de la distinción entre judíos y cristianos, por siglos inexistente. En el año 330 d.C. inaugura la Segunda Roma, la capital necesaria para gobernar el ya inestable imperio, y la llama Konstantinupolis: la ciudad de Constantino, luego conocida como Constantinopla y hoy como Estambul.

En el 476 de nuestra era, luego de un siglo y medio tormentoso, cayó el último emperador romano, de nombre profético: Rómulo. El occidente de Europa se hunde sin ley ni fronteras. Ya no hay Roma, pero todavía no hay Francia ni España ni reinos alemanes. Es la Alta Edad Media. Algunos ricos arman a sus peones y defienden sus tierras, así comienza el feudalismo.

El Imperio Romano de Oriente, con capital en Constantinopla, es refugio de la ley, el arte y la cultura grecorromana. Siempre ha tenido como idioma de la corte y del pueblo el griego. A la caída de Roma se le conoce más como Imperio Bizantino por la pequeña ciudad, Bizancio, sobre la que Constantino había construido la capital para el Oriente.

Judea queda bajo la ley bizantina que, cristiana, prohíbe los ritos judíos en Jerusalén. En el 613 los judíos se alían con los persas, eternos enemigos de los griegos y por tanto de los bizantinos, y se levantan contra el gobierno regional bizantino. Culmina la revuelta con el establecimiento de una Jerusalén autónoma en 614. Los breves 15 años de autonomía para Jerusalén concluyen cuando los persas regresan a su patria y los bizantinos masacran a los judíos defensores de la ciudad en 629 del primer milenio.

Hacia el 620 de nuestra era, durante la breve temporada de Jerusalén autónoma y judía, un propietario de camellos, Mahoma, unifica las tribus árabes que cruzan en caravanas el desierto. El arcángel Gabriel le dicta el más nuevo testamento de los Cielos y allí dice que la humanidad entera deberá someterse, por voluntad o por fuerza, por la palabra o la espada, al único Dios (que en árabe se dice Alá) y reconocer en Mahoma a su profeta definitivo. La nueva versión del monoteísmo será conocida por el verbo árabe para someterse: islam. Pronto avanzan sobre las tierras cercanas para llevar la Buena Nueva a los infieles y ofrecer el Paraíso eterno.

El conflicto con el gobierno imperial bizantino, de nuevo en poder de Jerusalén desde 629, es inmediato. Mahoma muere en 632 y el mando pasa al califa Abú Bakr. Éste asegura el dominio sobre Arabia e invade el actual Irak. Abú muere en 634 y lo sucede el califa Omar. En 636 cae Jerusalén luego de un sitio de seis meses. El patriarca griego de Jerusalén, Sofronios, rinde la ciudad y el califa Omar viaja a Jerusalén por condición del patriarca para entregar la ciudad santa.

Pero una nueva potencia había aparecido en el Mediterráneo hacia el año 1000: los turcos, llegados desde el centro de Asia, y paganos, se sometieron a la fe musulmana y pronto fueron el mayor peligro para las fronteras bizantinas. Los árabes habían seguido por todo el norte de África y habían entrado a España, donde permanecerían hasta 1492, en que perdieron Granada, último reducto y fin de la Reconquista por los Reyes Católicos, Fernando e Isabel. Así que eran otros ejércitos los que acechaban al decadente Imperio Bizantino, los neomusulmanes turcos.

En 1078, luego de conquistar Bagdad, los turcos se apoderaron de Jerusalén. Otros poderes habían surgido en Europa después de la caída de Roma. Lentamente se habían organizado reinos de francos, castellanos y catalanes, el centro de Europa estaba dominado por el Sacro Imperio Romano Germánico desde el siglo X, Venecia y Génova tenían flotas mercantes y de guerra.

Los turcos musulmanes, a diferencia de los árabes, prohibieron las peregrinaciones cristianas a Tierra Santa, donde Cristo había predicado su doctrina, y al Santo Sepulcro, en Jerusalén.

En 1095 el papa Urbano II llama a reconquistar el Santo Sepulcro, una iglesia bizantina levantada sobre la cueva donde la tradición señala que Cristo fue sepultado. En 1099 los cruzados capturaron Jerusalén y masacraron a los musulmanes, a no pocos cristianos y también judíos, porque la habitaban unos y otros. Así establecieron el Reino de Jerusalén. Los cruzados se negaron a entregar Jerusalén al Imperio Bizantino, cristiano, recordemos.

Los turcos otomanos comenzaron por dominar a los demás Estados turcos, luego avanzaron sobre tierras del Imperio Bizantino: Judea, Siria, Bulgaria, Serbia, Macedonia. Y en 1453 conquistaron la capital bizantina, Constantinopla. El gobierno turco de esa enorme área persistió hasta 1918, cuando fue uno de los tres imperios derrotados en la Primera Guerra Mundial, con el Alemán y el Austro-Húngaro.

El Mandato británico

Los Aliados dejaron a Turquía nada más la península de Anatolia y un fragmento europeo en torno a Constantinopla, ya conocida como Estambul. Entre las tierras perdidas por los turcos en el Medio Oriente estuvieron las actuales Siria, Irak, Jordania e Israel y tierras de población árabe. Habían dejado más territorio a Grecia: parte de la costa turca que fue la antigua Jonia y donde se encuentra la ciudad de Esmirna, de mayoría griega en 1918, año del desastre turco. Los griegos quisieron más, fueron a la guerra contra Turquía solos, la perdieron y con eso los turcos los echaron también de Esmirna y Jonia.

El antiguo Israel de David y Salomón, la Judea de donde habían sido expulsados los habitantes luego de la destrucción del templo por las tropas romanas de Tito, retomada del 614 al 629, fue dejado a Inglaterra para su gobierno provisional.

Como se ha visto, Jerusalén había sido ocupada una y otra vez por judíos. A finales del siglo XIX llegaron nuevas oleadas de Europa Oriental impulsadas por el llamado de Theodor Herzl, el sionismo. Sión o Tsión es un monte junto a Jerusalén, por metonimia es Jerusalén e Israel. El sionismo ofreció al pueblo judío dispersos apoyos para volver a la vieja patria. Una forma común para despedirse era: “el año próximo en Jerusalén”.

Pero en el siglo XIX la zona era turca, rincón del Imperio Otomano, y no estaba delimitada como una provincia. De forma genérica se le llamaba “Palestina” desde los tiempos romanos, derivada de Philistina, a un área de bordes vagos donde se encontraba Jerusalén. Los turcos no tenían una unidad administrativa denominada Palestina.

El sionismo es parte del romanticismo, movimiento artístico, cultural y político que buscó las raíces nacionales. En América produjo las independencias, en Europa fue motor para la unificación de Alemania e Italia, por siglos dos conjuntos de reinos, principados y ciudades independientes, en dos países. Tuvo expresiones en música, literatura, pintura, arquitectura.

Comenzó la inmigración judía a tierras turcas, compraban tierra (arena, desierto) al pashá de Jerusalén. Pronto hubo agencias para colaborar en el traslado de inmigrantes y de capitales judíos.

En 1917, antes del desmembramiento del Imperio Turco, el gobierno británico publicó una declaración formal por la que favorecía la creación de un “hogar nacional judío” en la Palestina turca. Se conoce como Declaración Balfour, porque su origen es una carta de Arthur James Balfour, a cargo de la Foreign Office (Relaciones Exteriores). Daba por segura la derrota de Turquía en la Guerra Mundial y la ocupación británica de Palestina. Al término de la guerra, la Declaración Balfour se incorporó a los Tratados de Paz entre los Aliados y Turquía.

Entre las agencias surgidas para el traslado de inmigrantes al futuro Israel está la del Acuerdo Haavará. Dice la Encyclopedia Judaica virtual que es “una compañía para la transferencia de propiedades judías desde la Alemania nazi a Palestina”. Se establece en Tel Aviv “siguiendo un acuerdo con el gobierno alemán en agosto de 1933, para facilitar la emigración de judíos a Palestina permitiendo la transferencia de sus capitales en forma de bienes alemanes de exportación”.

Hitler fue nombrado canciller en enero de 1933. Esto permite ver que le tomó unos años llegar a la llamada “solución final” del problema judío. Una opción era ayudarles a que abandonaran Alemania y, como se llevarían sus capitales, el Haavará Agreement señalaba que no sería en marcos del Reich, sino en bienes alemanes de exportación. Es evidente: al mismo tiempo que los nazis se deshacían de una población indeseada, incrementaban sus exportaciones.

Había un problema: organizaciones judías fuera de Alemania habían declarado un boicot contra los productos alemanes. Muchos sionistas vieron en el acuerdo una vía de escape del peligro nazi, aunque eso significara una autorización de Hitler. Pero coincidían la política nazi de limpiar Alemania de judíos y la del sionismo que prometía “el año próximo en Jerusalén”. La Agencia compraba bienes con capital de inmigrantes, enviaba los productos a Palestina, allá los vendía y daba el equivalente al inmigrante judío en libras palestinas. El desacuerdo se daba en referencia a la ruptura del boicot contra los productos alemanes.

Estamos ante una solución que no es Auschwitz. ¿Cómo se dio ese monstruoso salto? En primer lugar, los judíos alemanes no salieron en masa rumbo a Tel Aviv y la solución no fue definitiva. Luego hubo la voz del Gran Muftí (un cargo religioso musulmán) de Jerusalén, Amín al-Husseini, recibido por Hitler con mucho afecto, amigo y colaborador cercano de Eichmann: el problema judío no eran los judíos alemanes, sino los de toda Europa.

¿Quién era este súbito aliado nazi, semita y no ario, el muftí Husseini? Antes de 1939 y el inicio de la guerra, los habitantes judíos y árabes del Mandato británico habían tenido fricciones, acoso en las calles, insultos, a veces palizas, pedreas contra ventanas de hogares judíos. Pero en 1929 tuvieron lugar las matanzas de Hebrón y Safed, instigadas por el muftí Husseini, contra comunidades judías. La violencia sobre pobladores judíos se extendió por todo el Mandato británico. Un día antes de la matanza, el Gran Muftí de Jerusalén, Amin al-Husseini, llamó a los árabes palestinos a que salieran de sus casas para matar judíos. El mismo que sería el principal aliado árabe de Hitler y el incitador de la “solución final” con Eichmann.

Es la referencia inmediata a los principios vigentes de Hamás según los cuales hasta los árboles y las piedras denunciarán al judío ante el musulmán: “Detrás de mí se esconde un judío, ven, musulmán, y mátalo”.

La creciente desigualdad de los gemelos

Hoy en el mundo entero se exige, y con justicia, lo que los palestinos rechazaron en 1947: un Estado palestino autónomo. Justo y necesario… Pero eso planteó la ONU. No se llevó a cabo la distribución porque sólo Israel aceptó el acuerdo. Los dirigentes palestinos, entre ellos un joven Arafat formado por el muftí Husseini, nada menos, y tan cercanos que se decían parientes sin serlo, pidió a la población palestina que había quedado en las tierras asignadas a Israel que saliera, dejara sus hogares y pertenencias por unos pocos días: mientras mataban a todos los judíos y podían luego volver.

Muchos se lo creyeron y así se levantaron los campos de refugiados, para una semana escasa, que aún perduran luego de 68 años y tres generaciones nacidas bajo esos toldos. Otros siguieron en el Israel independizado de Inglaterra y hoy tienen diputados en el Parlamento, Knéset, que para ellos es bilingüe, hebreo-árabe.

Cinco ejércitos entraron a destruir Israel, entre ellos el muy poderoso de Egipto. Para asombro del mundo, Israel los derrotó sin tener armamento pesado.

Ahora el argumento de la “izquierda” insiste en una visión clasista: un país rico y con un poderoso ejército masacra a un pueblo pobre y desarmado. Recuerda Vietnam.

Los gemelos nacidos en 1947 tuvieron muy diverso desarrollo: Israel dedicó sus esfuerzos a la ciencia y ésta a la tecnología… Y armas. Los palestinos se dedicaron a rumiar odio y poner bombas en autobuses urbanos y mercados de Israel. Como pensando “si los asustamos, se van”. El Instituto Weizmann no tiene un equivalente palestino a pesar de que los países árabes petroleros, como la propia Arabia, Egipto, Libia y los Emiratos Unidos poseen petróleo para hacer de la nonata Palestina un país rico.

Aventuro una hipótesis: en el desarrollo inusitado de Israel tuvo un papel decisivo la selección de su población durante dos mil años de persecuciones. Los pogromos y genocidios, el continuo uso de violencia contra los “deicidas”, según ridícula expresión que supone posible matar a Dios, hizo la función de la naturaleza en la selección natural. Entre población judía no quedó lugar para los débiles. El siglo XX se debe a tres hombres: Einstein, Freud y Marx. Los tres son judíos, como lo son 51 premios Nobel nada más de física, y en 90 años, de Bohr y Einstein a Pauli, Murray Gell-Mann y Steven Weinberg.

Comenzaron por resucitar el idioma perdido en la Babilonia de Nabucodonosor, medio milenio antes de Cristo, y hacerlo el idioma oficial y hablado en la calle, la escuela, el mercado: el hebreo.

Luego hicieron huertos en arenales, comunas regidas por sistema socialista: todos trabajan, todos comen, todos tienen casa en el kibbutz.

En 1947 no tenían armas para la guerra en cinco frentes y contra cinco países. Y ganaron los cinco frentes. Hoy están entre los productores de las mejores armas conocidas… Y las desconocidas que no nos cuentan.

Las mujeres van a la playa solas y en bikini, los gays marchan en junio, Amos Oz escribe directamente en hebreo, como no se hacía desde David, Salomón y el profeta Isaías.

Israel es una democracia, un país laico e igualitario. Sus mujeres van por la calle sin hombre que las cuide y sin burka, en shorts veraniegos. Hacen servicio militar, cogen cuando se les pega la gana, beben, bailan en discotecas y en nada se distinguen de una neoyorkina de clase media.

Las víctimas del terrorismo fueron miles. Que envueltos en dinamita los palestinos se hacían estallar en un mercado populoso: Israel puso control en sus fronteras, militar y tecnológico, para la entrada de trabajadores palestinos. Que la antigua Unión Soviética y luego Rusia, Egipto, Irán y Siria proveen a los palestinos de cohetes para atacar Israel: Israel construye el “domo de hierro”: un sistema de satélites, radar, computadoras y misiles en bases móviles que se disparan cuando un cohete va hacia Israel.

El gemelo grande se quedó en el siglo X. El gemelo chico pasó al siglo XXI. Uno exhibe por el mundo sus muertos civiles. Israel evita tenerlos: sus escuelas cercanas a zonas palestinas tienen refugios antiaéreos y el domo de hierro tiene eficacia de 90 por ciento.

Pero comenzaron disparejos: territorio grande para Palestina. Chico para Israel. Pobres al parejo. El motivo del rechazo palestino a tener su nación fue religioso. Dice uno de los principios de Hamás: La tierra de Palestina es un Waqf (posesiones sagradas) islámico consagrado a las futuras generaciones musulmanas hasta el Día del Juicio. Nadie puede renunciar a ella ni abandonarla, como tampoco lo puede ser ninguna parte de la misma (artículo 11).

Por eso no aceptaron el convenio de la ONU en 1947. Tres generaciones han nacido en campos de refugiados, alimentados de natural odio al ver sus condiciones y el Israel de primer mundo, sus Kibbutzim de viñedos, olivares y huertos.

Es que los judíos ricos de Nueva York han puesto su mejor esfuerzo… Se dice como si fuera réplica porque lo mismo han hecho los árabes petroleros ricos. Sólo que en Palestina los millones de dólares se han ido a cavar túneles para llegar a Israel y destruir lo que puedan antes de que los descubran los servicios secretos mejores del mundo. Israel ha construido escuelas, universidades e institutos de investigación de primer nivel… En los mismos 68 años de independencia que la nonata Palestina.

Israel ha ofrecido, desde la guerra de 1967 iniciada por los países árabes, una política de paz por tierra. Que la cumplía lo demostró con Egipto: luego de la guerra Israel se quedó con toda la península del Sinaí, no sólo simbólica para el judaísmo, sino llena de petróleo. Egipto aceptó firmar el reconocimiento de Israel a existir. Israel le regresó el Sinaí con todo su petróleo.

Algo similar se propusieron Isaac Rabin y un ya decepcionado Arafat. Firmaron los acuerdos de Oslo, se dieron la mano (sin ganas, eso se notó) en Campo David. El acuerdo era igual: tierra a cambio de paz. Y la prueba de buena fe era el Sinaí. A Rabin lo mató un ultraderechista judío como todos los que se niegan a cualquier acuerdo con palestinos, Arafat perdió toda su capacidad de liderazgo.

Una vez más, Israel quiso demostrar su disposición a regresar tierras. Entregó la Franja de Gaza a cambio de nada, esperando que los palestinos, como los egipcios, reconocieran que Israel existe. Han empleado la zona como plataforma de lanzamiento para misiles y así han dado a la ultraderecha israelí un buen argumento: opuesta a entregar Gaza, ahora señala el error de haber dado a los palestinos un área para sus misiles, para excavar túneles hacia Israel y para entrar con cinturones de bombas.

La población de Israel cada vez tiene más elementos, dados por los palestinos, para afirmar que nunca han buscado y deseado la paz, sino la destrucción de Israel. Lo dice, mejor que nadie, uno de los niños más fervorosos en el video donde la voluntaria pro Palestina señala cómo le mostraron fotos de niños destrozados diciéndole que habían muerto torturados por Israel… Hasta que vio a uno de estos niños hacerse estallar frente a ella, en la ciudad vieja de Jerusalén y encontró las mismas lesiones mortales. Dice el niño con simpática sonrisa: ¡No queremos la paz! ¡No queremos la paz! ¡Queremos la guerra!

Pues eso tienen. Ya lo dijo la gran santa Teresa: Más lágrimas se han derramado por plegarias atendidas que por las no atendidas.

 

Una historia real en el ejército de Israel: Yosi y Jagger. Sargento y soldado… “el amor nunca debería ser un secreto”. Y no lo fue. -- https://www.youtube.com/watch?v=-cjqkzgyqbq&list=plk29qhaa2o0es-7dp52o6xg8an_nwtd3v&index=6

 

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