Patea y mata al VIH dormido

publicado en la revista «Nexos»
# 453, septiembre de 2015

 

El primer antirretroviral efectivo contra el virus productor del sida, el VIH, fue el AZT (Azidotimidina o Zidovudina) comercializado como Retrovir a partir de 1987, un fármaco en su origen usado para tratar cáncer y abandonado por su poca eficacia y alta toxicidad. En el tratamiento del sida pleno era milagroso: los enfermos desahuciados, con 35 kilos de peso corporal, en espera de la muerte en una cama de casa, si bien les iba, porque los hospitales nada podían hacer ante las incontables infecciones oportunistas que asaltaban un organismo con las defensas derrotadas; sin posibilidad de trabajar, vivían de seguros médicos cobrados por incapacidad total que los más previsores habían comprado años antes de 1983, o morían sin tratamiento médico, atendidos en San Francisco y Nueva York por voluntarios heroicos. Se iban consumiendo con los cuerpos llenos de manchas por el sarcoma de Kaposi, la tos de neumonía por candidiasis, los principios de ceguera, la encefalopatía… Con la administración de AZT de pronto las infecciones comenzaban a ceder ante los medicamentos usuales.

Hay una distinción importante en la infección por VIH: quien da resultado positivo a una prueba que detecta los anticuerpos producidos por el virus, no necesariamente está enfermo. Una enfermedad es un conjunto de malestares, dolores, incapacidades. El seropositivo (de serum=suero de la sangre) puede no presentar ninguno de estos indicios. Clínicamente no está enfermo.

Un porcentaje minúsculo de la población humana puede tener la infección, transmitirla y no padecer nunca la enfermedad, el sida. Así es porque hay humanos mutantes cuyos linfocitos CD4, las víctimas preferidas del VIH entre las células de nuestro sistema de inmunidad, no poseen en su membrana ciertos relieves que permiten al virus anclarse sobre el linfocito e introducir su material genético que, caso especial, no es ADN, sino ARN, la molécula que lleva instrucciones del ADN para sintetizar proteínas y para la replicación misma de la célula. De ahí el nombre retrovirus. Esos relieves del linfocito se denominan ahora receptores y correceptores. No tienen función alguna, son rugosidades en la membrana localizadas por el virus al azar de su circulación por la sangre. Para replicar su ARN dentro de una célula infectada, el VIH debe primero anclarse sobre la célula, luego una enzima asiste la operación, la transcriptasa inversa, que hace ADN del ARN y lo ensambla en la maquinaria central de reproducción celular. El linfocito ya no hará más linfocitos, sino virus. El nuevo fármaco inhibía la acción de esa transcriptasa y la maquinaria en el núcleo celular no tenía el molde para replicar copias del virus. Al poco tiempo los retrovirus se inactivan, mueren diríamos en general.

El AZT presentó un primer problema serio: había sido desechado como fármaco contra el cáncer por su alta toxicidad. Muchos pacientes no lo toleraban: la náusea y los malestares iban en aumento con la acumulación del fármaco (palabra que en griego significa veneno). Pero el azar encontró solución para algunos: fumar marihuana. Esto abatía la náusea. Por supuesto, el hallazgo serendipitioso ocurrió primero en San Francisco y Nueva York.

La prueba clínica

Las curaciones con AZT fueron la prueba clínica definitiva de que el VIH era el agente que derrotaba a las células blancas de la sangre. Al atacar un eslabón esencial de la cadena de inmunidad, los linfocitos CD4, desbalancean las defensas. Y, un día, sin tratamiento alguno, las pruebas clínicas vuelven a ser negativas: no hay rastros de anticuerpos contra el virus. No era entonces buena noticia, sino el anuncio final: la guerra estaba perdida y los últimos soldados habían sido destruidos. No había anticuerpos porque no quedaba sistema inmune que los produjera.

El AZT actúa de forma que las infecciones oportunistas pueden combatirse con los medicamentos usuales. Es un inhibidor de la transcriptasa inversa, la enzima empleada por los retrovirus para convertir su ARN en ADN. Al carecer de ADN, un retrovirus no puede replicarse sin que la enzima llamada transcriptasa inversa “traduzca” su información a la forma común ADN y luego, con la maquinaria en el núcleo de una célula, comience a replicarse.

Las pruebas de sangre seguían dando positivo al VIH, pero la recuperación del enfermo le permitía volver a su vida cotidiana, a su trabajo. Luego venía la recaída. Era fulminante. Al parecer, el VIH había logrado producir mutaciones a velocidad extraordinaria y muchas eran resistentes al AZT. Por selección eran éstas las que transmitían sus características resistentes a su progenie. Y en meses habían desaparecido los virus originales, sin mutación. Los mutantes seguían sin obstáculo su mecanismo: el ARN se convertía en ADN por acción de la transcriptasa inversa y así invadía el núcleo de la célula y lo ponía a trabajar en millares y millones de nuevos retrovirus.

Aparecieron nuevos medicamentos y se pudo dar el salto de uno a otro cuando el virus adquiría resistencia. Pero todos caían derrotados por la extraordinaria tasa de mutación del VIH: un defecto convertido en virtud salvadora. El pésimo sistema de copiado daba variantes que, entre millares, alguna resistía también a los nuevos fármacos. Y ésta pronto dominaba la población de virus.

Los cocteles

Los fármacos contra el VIH se administraban en línea: cuando uno perdía eficacia se buscaba otro, luego otro más. Casi siempre había uno nuevo para sustituir a los inservibles porque la investigación médica trabajaba a toda marcha. Otras veces las nuevas cepas del retrovirus perdían su resistencia a los primeros medicamentos y era posible volverlos a emplear con eficacia.

Un investigador médico de origen taiwanés emigrado a Estados Unidos, David Ho, se planteó la afortunada hipótesis de que el VIH no lograría una mutación resistente a tres diversos fármacos elegidos de familias con diversas acciones contra el virus. Publicó en Nature, 1995, y Science, 1996, lo que parecía el final de la pandemia mundial.

El VIH, sin poderse replicar, sólo tiene sobrevivencia de días. Al morir los últimos, el paciente está libre de esa infección.

La respuesta clínica, medible, numerable, fue que se abatió hasta la casi desaparición de la muerte por sida en los países con acceso a los fármacos necesarios para el “coctel triple”, y a veces cuádruple. Fue la prueba definitiva, por si a alguien hiciera falta en los medios amarillistas, de que la inmunodeficiencia, o pérdida de defensas naturales, la causa un retrovirus que destruye con preferencia uno de los eslabones de la cadena, el linfocito CD4. Cuando los negacionistas, quienes niegan el origen viral del sida, logran penetrar a medios conducidos por algún mequetrefe, hacen un enorme daño: mucha gente abandona su tratamiento al oír que “te matan los poderosos venenos que te administran los médicos para enriquecer a las compañías transnacionales insaciables”. Y como es caro, molesto, exige disciplina y no siempre hay surtido en las farmacias, las sirenas del negacionismo hicieron estragos de la mano de charlatanes con televisión y conductores en busca de asombrar a la audiencia.

Conforme aparecían no sólo nuevos fármacos, sino nuevas vías de ataque, la infección por VIH se transformó en una molestia tratable, un padecimiento crónico como la diabetes.

En la actualidad, las decenas de fármacos contra el VIH pertenecen a cinco grandes familias: inhibidores de la transcriptasa inversa, inhibidores de la proteasa, inhibidores de la entrada, inhibidores de la integrasa e inhibidores de la transcriptasa inversa de nueva generación y acción distinta.

Así pues, resulta claro que el VIH logra evadir la acción de la terapia múltiple haciendo como los osos polares: se echa a dormir en aislados recovecos del cuerpo humano en espera de que mejore el clima o de que pase el peligro. Deja de replicarse, pero no muere. Y cuando el peligro pasa porque el paciente abandona su tratamiento, se reactiva luego de años en estado latente.

Contra lo que podría suponerse, la receta es activar esos virus. “En células con infección latente al VIH, el virus duerme, por eso mismo no lo ataca el sistema de inmunidad ni la terapia antirretroviral estándar. Para erradicar el virus del cuerpo humano y en verdad curar al paciente, deben activarse estas reservas de células infectadas por virus latentes para luego eliminarlas”. El método se conoce como patea-y-mata. Notas en PLOS Pathogens este 30 de julio reportan alentadores resultados con el uso de una combinación de varias drogas para activar el VIH en células con infección latente.

Aunque se comience la terapia antirretroviral en etapa temprana de la infección, como ahora se recomienda, se establecen reservas de virus que persisten, como se ha demostrado en humanos y en monos.

“Hemos encontrado que un miembro de la nueva clase de compuestos anticáncer, el ingenol-3-angelato (PEP005), es efectivo para reactivar el VIH en linfocitos CD4 de personas infectadas y bajo terapia antirretroviral”. Es 7.5 veces más eficaz la combinación de ese compuesto con JQ1, dice la nota que da para contacto a Satya Dandekar en la Universidad de California en Davis: sdandekar@ucdavis.edu

Otra nota comienza por señalar que la HAART (Highly active anti-retroviral therapy) ha ayudado a millones a sobrevivir el virus de la inmunodeficiencia humana, VIH. “Desafortunadamente, el VIH tiene un sistema de sobrevivencia que le permite crear reservas de virus latentes, inactivos, invisibles por eso tanto al sistema inmune como a la HAART”.

Buenas noticias van y vienen, ninguna ha sido definitiva. “Nos entusiasma haber identificado un notable candidato para la reactivación del VIH y su erradicación que ya está aprobado y se emplea en pacientes”, dice quien firma en primer término, Satya Dandekar.

Luego recuerda que la terapia por coctel múltiple ha sido muy exitosa en “reducir la carga viral hasta niveles virtualmente indetectables, esta terapia no cura la enfermedad. Una vez suspendido el tratamiento, se reactivan virus en estado latente y la infección vuelve rugiendo. Como resultado tenemos que los pacientes deben permanecer en tratamiento de forma indefinida, con riesgo de toxicidad de largo término”. Se refiere a que los fármacos, mientras evitan la replicación del virus, son tóxicos para diversos órganos del cuerpo, de forma señalada riñones, páncreas, hígado.

En fin, cuando ya hemos echado varias veces las campanas a vuelo, recuerdo al menos tres: AZT, coctel triple y nuevas familias de inhibidores, tomemos con parsimonia esta novedad. Pero suena muy bien: un compuesto anticáncer ya aprobado para su uso en humanos despierta los virus en estado latente, de una patada los lanza al torrente sanguíneo donde el triple coctel los mata.

Hum… puede ser… decían los chavos de ayer, hoy cuarentones: igual y sí, igual y no…

 

la talacha fue realizada por: eltemibledani

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