Lo que no dije, lo que sí digo
# 397, enero de 2011
La categorización social
Hombres y mujeres somos diferentes, no lo puede negar nadie. Pero el dominio masculino categoriza como mejor lo propio e inferior lo femenino. Una magnífica anécdota lo exhibe: en una reunión en casa de una famosa astrónoma de Estados Unidos, un invitado quiso ser gentil con el hijo de unos ocho años y le preguntó: Y tú, ¿de grande vas a ser astrónomo? El niño respondió ofendido: ¡No soy mujer!
Otra: Hace unos 30 años me comencé a encontrar artículos en los que neurofisiólogos señalaban diferencias notables entre el cerebro masculino y el femenino. No tendría nada de raro porque ningún hombre ha necesitado las órdenes cerebrales que guían el parto, como contracciones del útero y mayor amplitud en la sínfisis del pubis. Pero las diferencias también eran cognitivas: las mujeres tenían las dos mitades cerebrales más integradas entre sí, los hombres menos. Mi error fue decirlo echando por delante la especialización de los hemisferios masculinos. “¡Ah, claro! ¡Por supuesto, no podías decir otra cosa sino que ustedes, con mayor especialización cerebral, van adelante en la evolución!”.
Desde entonces aprendí a decirlo al revés: las mujeres tienen un cerebro mejor integrado que los hombres y la prueba es perfectamente visible para un neuroanatomista: el cuerpo calloso, esa masa de interconexiones que une los hemisferios cerebrales, es más grueso en las mujeres: tienen más conexiones. De ahí que una lesión en un hemisferio tenga diverso pronóstico según si es hombre o mujer: el hombre quizá quedará por siempre con un lado del cuerpo dañado; una mujer tiene mayores probabilidades de recuperarse porque el hemisferio contrario sustituye al dañado.
Así que es verdad: tenemos cerebros distintos, al grado que un examen neuroanatómico pueda dar información tan precisa sobre el sexo como el hueso ilíaco. Hay dos formas de decir lo mismo: ustedes nos aventajan en integración cerebral, o, nosotros tenemos mayor especialización hemisférica: uno tiene dominancia para el habla, el otro domina las habilidades espaciales. Es lo mismo, pero no…
Hay dos juegos de mesa que me parecen igualmente aburridos: el ajedrez y la canasta. Son quizá las mayores habilidades espaciales lo que ha producido que los hombres dominen, por mucho, las competencias de ajedrez, como dominan las pruebas en las que se debe encontrar la figura que es igual al modelo, sólo que en distinta posición. Pero la categorización que hacemos es muy diversa: en ajedrez hablamos de grandes campeones, la canasta la juegan más las mujeres (ignoro el motivo) así que el juego mismo queda desvalorado como de pinches viejas canasteras. De igual manera destacamos y devaluamos en todo. Las niñas aprenden a hablar antes que los niños y lo hacen mejor. Las niñerías como el guaguá, son de varones. Las niñas hablan pronto y bien. Pero… Siempre encontraremos a las que se ofenden porque lo toman a mal: Nos dices chismosas. No, no lo digo yo, lo estás diciendo tú. O se dicen relegadas a las humanidades, con lo cual aceptan el prejuicio masculino de que las ciencias duras, como la física, son superiores a las letras o la sociología.
Bien, ese mismo prejuicio ya conduce a que se dé entrenamiento especial en física y matemáticas a mujeres universitarias porque la brecha entre el número y la calidad de unos y otras en física no debe existir, si existe hay que rellenarla. Con lo cual estas ánimas caritativas dan trato especial a las mujeres, como se da a niños con problemas de aprendizaje. Y claro, la joven asume ese rol y se siente muy mal de tener buenas calificaciones en inglés isabelino y regulares en matemáticas y física. El prejuicio de que un saber es superior al otro ha triunfado.
Lecturas
No hay discusión más tediosa e improductiva que la de reconstruir lo dicho porque el lector acusa, calumniosamente, de algo no dicho y todo se vuelve un embrollo.
Sostengo que no hay justificación alguna para que una mujer gane un salario inferior por realizar el mismo trabajo que un hombre. A igual trabajo, igual salario debe ser la norma, y en muchas de las quejas sobre su condición social las mujeres tienen razón. En el caso de los salarios desiguales es el afán de lucro del patrón (o de la patrona).
Pero hay aspectos de la vida social que no son producto de la maldad masculina: uno muy importante es la guerra, otro son los deportes, dos aspectos de un mismo tema: la pericia en el combate. Que yo sepa, los hombres nunca hemos acusado a las mujeres de que nos manden a la guerra. Los hombres de todas las épocas, razas e ideologías han hecho la guerra porque son la parte sustituible de la sociedad humana. No lo sabíamos de forma consciente, lo sabe la naturaleza que pone en riesgo a los machos y protege a las hembras de todos los mamíferos.
El cerebro humano está construido como una cebolla: por capas. Las más antiguas en el centro, las nuevas en el exterior. Tenemos pues que las capas nuevas, las de la razón, la ética y el arte deben hacer esfuerzos por controlar al cerebro reptil, que exige ataque inmediato, al cerebro mamífero que exige dominio sobre los demás y es territorial: delimita un territorio como suyo. Es un esfuerzo de la razón que lentamente ha ido pasando a las leyes.
Pero no siempre gana el neocórtex, el cerebro nuevo, y tenemos una guerra por territorios o por posiciones de poder. En la centenaria tradición mexicana de levantamientos armados contra un presidente de la República, mismos que pusieron 60 presidentes en 50 años del siglo XIX, ninguno fue encabezado por una mujer y sus partidarias. Lo cual, a mi machista parecer, habla bien de ellas, y no mal. ¿Es elección masculina ir a matarse a la guerra? No es elección, es orden, mandato que se desborda: el reptil le gana al legislador. Y donde los hombres se matan menos, se suicidan más.
Al ser los deportes una práctica para la guerra (correr, saltar obstáculos, lanzar piedras, etcétera) han sido diseñados, sin maldad alguna, para el cuerpo masculino: su pelvis, sus hombros, los ángulos de inserción de los huesos. He visto a gimnastas mujeres hacer maravillas. Jamás he visto a una hacer el “crucifijo” en argollas. De ahí que las mujeres exijan igualdad pero no en todo: no ha habido reivindicación alguna al Comité Olímpico Internacional para que desaparezcan las categorías masculina y femenina, categorías sexistas, atrasadas, machistas… Hay la demanda, por algunas mujeres, de ser admitidas en el ejército, la marina o la policía de sus países. Todavía no he leído que exijan un 50 por ciento de mujeres en las tropas que salen a combatir a Irak, Afganistán o Serbia.
Podemos obligar a la Federación de Futbol a que organice campeonatos donde todos los equipos, de hombres y de mujeres, sean sorteados como iguales. Pero no es algo que hayan pedido las jugadoras y tampoco ninguna pensadora importante del feminismo lo ha dicho. Lo que no podremos hacer es obligar a los hombres a llenar el 50 por ciento de los lugares en los estadios, por ahora vacíos en las eliminatorias femeniles. Tampoco las mujeres parecen muy interesadas en esos lugares.
Darwin o Lamarck
Nancy Cárdenas, informada e inteligente promotora del respeto a lesbianas y mujeres, sostenía que el dominio masculino en los deportes se debía a milenios de entrenamiento y que en cuanto se abatieran los obstáculos machistas, serían tan buenas ellas como ellos. Antes que Nancy algo así había dicho Lamarck, el antecesor de Darwin que sostenía que los caracteres adquiridos eran transmisibles. Nancy era lamarckista sin saberlo.
Pero en un aspecto tuvo razón: la selección social, no la natural, ha ido haciendo su trabajo sobre la variedad genética y la mutación, y así vemos que cada vez más el cuerpo de la atleta tiene más aspecto viril. No hay deporte alguno en el que sean favorables las caderas anchas y los pechos voluminosos. Así que en las competencias pierden éstas y se van quedando las que podemos confundir con un muchacho. No es Lamarck, es Darwin. Las más aptas se van quedando con los premios. Y son aptas porque tienen un cuerpo más similar al que moldeó los deportes.
El precio del error
Cuando Nancy se descubrió un cáncer de mama (el seno es el hueco entre pechos, nuestras campesinas decían: guárdate ese dinero en el seno) se fue a Estados Unidos a buscar tratamiento. Encontró alternativas a la cirugía mayor. Pero también encontró la tesis, difundida entre mujeres organizadas, de que los médicos, al fin hombres, recetaban cirugía completa del pecho como parte del desprecio hacia la mujer. Volvió a México y, siendo experta en campañas, emprendió una que en esencia decía algo así como ¡No te dejes! Y siguió alguna medicina alternativa. Murió de cáncer de mama.
Un estudio en el Journal of Bone and Joint Surgery prueba que entre hombres y mujeres existen diferencias significativas en la alineación de la rodilla y los músculos activados al patear un balón durante un juego de futbol. “Los datos revelan que los varones activan ciertos músculos de la pierna y la cadera más que las mujeres durante los más comunes tipos de patada”. Eso podría explicar por qué las jugadoras tienen el doble de probabilidad de lesionarse el ligamento cruzado anterior.
Por supuesto que esta información no debe llevar a prohibir el futbol femenil, debe servir, sencillamente, para explicar ese doble riesgo. Y luego, cada quien hace con su cuerpo lo que quiere.
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