El gran error de Gonzalo Rivas

publicado el 09 de enero de 2012 en «Milenio Diario»
columna: «la calle»

 

Gonzalo Rivas, el empleado de la gasolinera incendiada por los normalistas de Ayotzinapa, Guerrero, pagó con su vida el cumplimiento del programa obligatorio de Protección Civil. Pero fue un error: debió dejar abiertas las válvulas y, cuando el normalista bañó en gasolina una bomba despachadora y lanzó un cerillo, avisar a los demás trabajadores que corrieran tan rápido como les dieran las piernas. Así se habría cumplido la "voluntad popular", encarnada en los estudiantes de normal, de hacer estallar los tanques subterráneos de la gasolinera. No estarían ahora sus líderes en pláticas de avenencia con las autoridades, sino acumulados por el Servicio Forense en montones de chicharrón, donde serían indistinguibles los incendiarios y los policías sin entrenamiento en contener manifestantes sin acribillarlos... y en impedir que incendien gasolineras.

Ya Boba-boba-pero-viva-viva ha salido con su batea de melcocha: "Pero si los muchachos (nótese la ternurita) sólo piden mejores aulas, mejores... bla, bla". ¡No, no es así! Eso es una inmensa mentira, flagrante, procaz y que nos quiere ver a todos cara de estúpidos: los normalistas han dicho en todos los tonos, con tomas de carretera, con asaltos a autobuses de turismo, con cobro de cuota a automovilistas lo que exigen en primer término: y no es mejor jugo de naranja en el desayuno gratuito, ni más verduras en la comida gratuita ni más nutritivas cenas gratuitas, ni mejores camas en sus dormitorios gratuitos. No: lo que exigen los normalistas, a punta de gasolina y cerillos, es en primer término plaza asegurada al terminar eso que llaman "sus estudios"; plaza, además, inamovible y, si algo faltara, a perpetuidad, pues no se pierde la plaza ni con la muerte, ya que se hereda sin necesidad de evaluar al heredero, que, a su vez, hereda, y así hasta el final de los tiempos. Nada más eso piden...

Ah, no, perdón, no es todo. A pesar de estudiar en normales con el adjetivo ru-ra-les, exigen que la plaza ad aeternum no esté en la punta de un cerro mugroso, rural y alacraniento, sino en la ciudad elegida por cada luchador social en base a su lucha permanente: Acapulco, Zihuatanejo y otras quizá menos sofis, pero donde viven sus tías las que hacen rico pozole.

Son los futuros educadores en un mundo en que la educación ha levantado países que veíamos con desprecio: nos ha rebasado el mundo entero, con excepción de Corea del Norte, la muerte de cuyo dictador hereditario lamenta el PT, partido que se dice de izquierda y es vómito negro.

¿Resultados? La Maestra de todas las Maestras no sabe leer un papelito donde venga una palabra de cuatro sílabas, no sabe cuántos maestros tiene su sindicato en funciones de maestro y cuántos en grilla sindical pagada con nuestros impuestos. Pero nada más en Oaxaca superaban los 10 mil durante el conflicto en que los educadores incendiaron media ciudad y asesinaron jóvenes, cuya muerte ya nadie investiga porque no es redituable para la CNDH, por mover una piedra y meter el auto a la cochera. Y lo peor, nadie sabe cuántos millones ha acumulado La Maestra, pero no los obtuvo gis en mano y frente a un pizarrón. Eso lo juro por las almas de sus incontables padres.

Como viene ocurriendo de años atrás, los normalistas fueron menos que sus solidarios pescadores de todo río revuelto, los luchadores sociales de tiempo completo que nadie sabe de qué viven, cómo pagan su renta y sus comidas. Por lo pronto, las autoridades siguen dando el ejemplo de siempre: si quieres ser recibido con protocolo, café y galletitas, quema una gasolinera, cierra una autopista y roba a los pasajeros que creían ir de vacaciones en un país con leyes. ¿O ya saben el nombre del incendiario y asesino de Gonzalo Rivas? ¿A alguien le importa?

¿Ya vieron a Ernesto Cordero?

Me lo topé por primera vez en tv la noche del 5 de enero: un alud de lugares comunes que da escalofrío, una voz chirriante que sería lo de menos si dijera algo, pero no dice nada. Este personaje, que sería despedido por lerdo de su puesto en la ventanilla 200 del SAT, ¿quiere ser presidente de México? Sin una sola idea, aunque fuera trilladona, sin, vaya, algo que sugiera que quiere la Presidencia para algo.

Hace varios sexenios se dice que los presidentes de México enloquecen durante sus últimos años, y empeoran en el sexto. Si es verdad que semejante vacuidad es el candidato de Calderón, debe ser cierto.

De cómo una bellísima jovencita hace todo por destruir su vida, y casi lo consigue: Olga (Planeta, 2010).

 



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