No somos mejores

publicado en la revista «nexos»
# 187, julio de 1993

 

A Ernesto Bañuelos, delegado silencioso por la Casa del Lago ante el Consejo Nacional de Huelga

 

Hace ya más de diez años una mujer lanzaba insultos contra el "teatro burgués" desde el foro abierto de la Casa del Lago; proponía en cambio el modelo de los que cada domingo, y desde el mismo foro abierto ocupado a la fuerza, gritaban sus baratijas ideológicas y hacían pasar por teatro sus tonterías ante un público entre distraído en cambiar pañales a los niños y medio risueño por las ocurrencias de los muchachos.

En esa ocasión, el "teatro burgués" que se representaba en el interior de la Casa del Lago, gratuitamente, era una obra escrita por el propio director y sus dos únicos actores, la escenografía eran tubos formando un gran cubo, el vestuario era de calle. El director vivía en una casa más que modesta, la actriz en un cuarto con un tapanco y el actor, Ernesto Bañuelos, vivía conmigo, por lo cual me constaba que llevaba puesto uno de sus dos únicos pantalones y traía un peso para el camión en el bolsillo. La mujer, vestida de negro, con los pelos sueltos y agitados como una loca, con la fotografía de un hijo desaparecido prendida al pecho como el gran medallón de sor Juana, señalaba con dedo huesudo el "lugar infame al que no puede entrar el pueblo": una dependencia de la UNAM de acceso gratuito o muy barato; salpicaba su discurso con palabras que había aprendido el día anterior "burguesía", "proletariado" y "pueblo", "pueblo", "pueblo", que le llenaba constantemente la boca bien cuidada por su dentista; esto hacía la señora, cuya servidumbre en su nada modesta casa de Monterrey vivía mejor que los actores y el director del teatro fulminado por ella a golpes de unos Marx y Lenin jamás leídos. Por supuesto se trataba de la señora Rosario Ibarra de Piedra.

Los actores entraron silenciosos a la Casa del Lago, humillados por la calidad de la predicadora, quizás hasta temerosos de ser reconocidos y señalados por ella con su índice huesudo y su larga y bien cuidada uña. No había peligro de que lanzara a la gente contra ellos porque, no habiendo visto jamás la obra que presentaban, era imposible que los reconociera. Con cualquier pretexto abracé a Ernesto mientras se cambiaba en el sótano que servía de camerino y, quizá, le habré dicho que su pantalón ya estaba muy sucio y acababa de caérsele un peso al suelo. Quizá le extrañaron, por tan escasos motivos, la voz cortada y las lágrimas que vio en los ojos de su amigo.

Así somos en lo que se llama la izquierda. Deseamos el poder tanto como los demás y hacemos lo mismo que todos para obtenerlo sin reparar mucho en el mal que dejamos a nuestro paso. Después de 1968, quienes fuimos participantes hemos construido sindicatos, partidos, agrupaciones, publicaciones. Nos hemos ganado espacios. Hemos hecho sentir culpable al PRI, hemos hecho otro país, uno más libre, más democrático a pesar de las voces irresponsables para quienes decir que estamos peor resulta de mejor tono, y los o las hace ganar bonos de popularidad.

Pero también vamos con pistola al cinto, buscamos el aplastamiento del adversario porque la Historia nos ha absuelto, porque somos dueños del faro y del timón. Así pensamos del país y así hacemos en el interior de nuestras organizaciones: la razón es una sola y es la nuestra, los demás son enemigos, mayores en el país, menores en nuestros partidos donde también debemos vencer a los camaradas equivocados. Producimos predicadores y predicadoras. Estas más eficaces cuanto más de clase alta son porque entonces el pueblo las venera por acercarse a él, como santa Isabel de Hungría repartiendo panes a los pobres. Todos somos gente acomodada a la que le da de pronto, como el rayo que tiró a san Pablo del caballo, por conmoverse ante los pobres, el "pueblo". Pero nadie nos ha hecho sus voceros ni nos han dado autoridad para dictaminar sobre teatro y sobre arte, literatura burguesa y proletaria, compromiso y falta de compromiso. Así le llenamos de caca la cabeza al primer sindicato universitario que hicimos y convencimos a los intendentes de que limpiar los laboratorios era una explotación, o era un trabajo que les daba derecho a firmar las investigaciones allí realizadas: revolución cultural del trapeador.

Sabemos lo que un auditorio espera oír y eso le decimos, porque además lo podemos decir bien. Sabemos lograr que nos aplaudan los universitarios y los asistentes a un mitin. Conversar, dar argumentos sin gritos, pensar, repensar lo aprendido, nos resulta más difícil, imposible casi siempre porque estamos seguros de que la verdad resplandece por sí sola. Nuestras prácticas siguen siendo las del PRI, sólo que ellos buscan beneficiar a sus amigos y nosotros a los nuestros. Tenemos gente buena, también la tienen el PRI y el PAN. Tenemos también caciques y saltimbanquis, personalidades autoritarias y gente cálida. Vendemos un producto, eso que se llama posición de izquierda, hacia el que poca gente ha mostrado interés en decenios, y otro, la democracia, del que no estamos muy convencidos salvo cuando nos beneficia. Tampoco es que seamos peores, pero mejores no somos.

 

la talacha fue realizada por: eltemibledani

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