Estudiar daña la salud

publicado el 02 de septiembre de 1996 en «La Jornada»
columna: «la ciencia en la calle»

 

Un gran párrafo

En "Los demasiados libros", Gabriel Zaid nos regala un gran párrafo: Sócrates criticó el fetichismo del libro (Fedro). Dos siglos después, en otro pueblo del libro (el pueblo bíblico), dijo el Eclesiastés (12:12): "componer muchos libros es nunca acabar, y estudiar demasiado daña la salud. Basta de palabras. Todo está escrito". En el siglo I, Séneca le escribe a Lucilio: "La multitud de libros disipa el espíritu". Pero el mejor hallazgo de Zaid es el siguiente: En China, en el siglo IX, el poeta Po Chu Yi se burla de Lao- Tsé: "De sabios es callar, los que hablan nada saben --dicen que dijo Lao-Tsé, en un librito de ochocientas páginas".

Las protestas de un niño

"¿Para qué aprender griego o latín? No lo comprendo. En fin, ¿qué falta hace? ¿Qué me importa a mí que me aprueben si el que te aprueben no sirve de nada en este país? Sí, claro, te dicen que obtendrás un puesto si estás aprobado. Yo no quiero ningún puesto: viviré de mis rentas. Y aun cuando lo quisiera ¿para qué aprender latín? Nadie habla esta lengua. Algunas veces lo veo en los periódicos; pero, gracias a Dios, no voy a ser periodista. ¿Para qué aprender historia y geografía? Es verdad que es necesario saber que París está en Francia, pero nadie pregunta a qué grado de latitud. De la historia, aprender la vida de Chinaldon, de Nabopolasar, de Darío y de Alejandro, y de sus demás compadres notables por sus nombres diabólicos, es un suplicio. ¿Qué me importa a mí que Alejandro haya sido célebre? Qué me importa... ¿Quién sabe si los latinos existieron? A lo mejor es una lengua inventada; y aun cuando hayan existido, que me dejen vivir de mis rentas y se guarden su lengua para ellos. ¿Qué mal les he hecho yo para que me impongan tal suplicio? ¡Carajo y recarajo! ¡diantre! viviré de mis rentas. No tiene nada de agradable eso de gastar los pantalones sobre los bancos de clase ¡caramba! Para ser limpiabotas, para ganar un puesto de limpiabotas, hay que pasar un examen..."

Hexámetros latinos a los 8 años

Podrían ser éstas las razones de los 1013 jóvenes que obtuvieron calificaciones inferiores a las que se obtendrían sin leer las preguntas y marcando al azar cualquier respuesta. Pero son de un niño francés de ocho años, Arthur Rimbaud, quien de los 16 a los 20 años modificaría para siempre la poesía francesa y la mundial con su breve paso por el infierno, antes de dedicarse al comercio y al tráfico de armas sin volver a escribir un solo poema. A la misma edad de 8 años en que parecía protestar como uno de nuestros reprobados, y a pesar de los vituperios contra el latín y el griego, forzosos en 1862, cuando Rimbaud hacía la primaria, escribió una oda en hexámetros latinos al príncipe heredero de Francia, acto por el que recibió una felicitación del preceptor del príncipe. Luego, a los nueve años publicó tres de sus composiciones latinas. Contra lo que podría haberse supuesto, ocupó siempre el primer lugar en clase y fue un alumno dócil y amable, sin rastros de poeta maldito, estimado por sus maestros y siempre dueño de todos los premios. Nada hacía prever el Barco Ebrio ni la Temporada en el Infierno. Pero tampoco era previsible el enojo antiescolar de ese alumno modelo.

Miseria de la poesía

José Emilio Pacheco, uno de nuestros más amables poetas, demerita como "seudopoema", un amargo poema suyo, al que además intitula "Miseria de la poesía", que (no logro evitar señalarlo) contiene una cercana referencia a Kavafis en dos versos "y en los sitios sagrados del amor / se levantan comercios y oficinas", tema de O ilios tu apoyévmatos (Sol de la Tarde). El mismo Pacheco llama a otro poema suyo "Crítica de la poesía", donde un paréntesis dice "(La perra infecta, la sarnosa poesía, / risible variedad de la neurosis, / precio que algunos pagan / por no saber vivir. / La dulce, eterna, luminosa poesía)" Y cuando Manuel José Othón hace hablar al bosque en un soneto, le pone estas palabras: "Bajo las frondas trémulas e inquietas / que forman mi basílica sagrada, / ha de escucharse la oración alada, / no el canto celestial de los poetas". También contra los libros, todos los estudiantes de marxismo recordamos que "verde es el árbol de la vida, gris toda teoría". ¿Será? Y nada menos que Mallarmé, en cuanto ha leído todos los libros tan sólo encuentra "un Tedio, desolado por crueles esperanzas".

Sócrates contra los libros

Todos aprendimos en secundaria (con las excepciones de quienes cierran avenidas) que Sócrates no escribió ni una línea. En el diálogo Fedro expone Platón las razones de su maestro para no dejarnos por escrito sus enseñanzas. "Lo que una vez está escrito, rueda de mano en mano, pasando de los que entienden la materia a aquellos para quienes no ha sido escrita la obra, y no sabiendo, por consiguiente, ni con quién debe hablar ni con quién debe callarse. Si un escrito se ve insultado o despreciado injustamente, tiene siempre necesidad del socorro de su padre; porque por sí mismo es incapaz de rechazar los ataques y de defenderse". A las preguntas de Fedro, responde: "El discurso que está escrito con los caracteres de la ciencia en el alma del que estudia, es el que puede defenderse por sí mismo, el que sabe hablar y callar a tiempo". Fedro, para demostrar que entendió, acota: "Hablas del discurso vivo y animado, que reside en el alma del que está en posesión de la ciencia, y al lado del cual el discurso escrito no es más que un vano simulacro". Recordemos la teoría socrática de la reminiscencia o recuerdo: nada se aprende, todo está escrito en nosotros, pero lo habíamos olvidado. Aprender es recordar lo grabado en nuestra alma antes de nacer y olvidado con el nacimiento. Por eso los libros no sirven y por lo mismo en todo escrito, "no importa sobre qué objeto, hay mucho de superfluo" y ningún escrito, "sea en verso, sea en prosa, debe mirarse como un asunto serio". Lo malo es que esta sofisticada argumentación está fuera del alcance de quienes exigen escuela, pero no se toman el trabajo de leer los despreciables libros.

 

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