La corrupción
columna: «la calle»
"La corrupción somos todos", dijo alguna vez el presidente López Portillo. La frase le gustó y la hizo lema de gobierno; él, precisamente, con quien tuvimos al jefe policiaco más corrupto de nuestra historia conocida. Pero una parte era cierta: la corrupción comienza desde la formación que damos a cada nueva oleada de estudiantes. Son corruptos los funcionarios de la UNAM que engañan a los jóvenes con la promesa de educación superior, "sin excelencia, porque, saben ustedes, somos un país pobre". Así explican la ínfima calidad que tiene a la mejor de nuestras universidades en el lugar 180. Es un acto de corrupción mantener a 87 mil fósiles en la UNAM y examinar a quienes reprueban hasta 120 veces, aunque "sólo ocupen un lugar en la computadora" y no en las aulas, según las autoridades, porque es engañar y engañarse. Engañan, en primer lugar, al estudiante que cree estar haciendo una carrera profesional; engañan al país con cifras falseadas por la enorme lista de nombres de personas que no asisten a cursos; engañan al pueblo que paga impuestos. Y, más grave aún, se autoengañan diciéndose que están haciendo algo. Sí lo hacen: hunden los pocos maderos sobre los que algunos estudiantes excepcionales se aferran a la meta, que no es el título, sino el conocimiento.
En el mundo actual, la educación es de excelencia o no es. Pasa lo mismo que con medio ojo: no sirve para un carajo, no ve la mitad. Un físico que no pueda replicar el experimento que equipos independientes, ruso y estadunidense, publicaron el martes 2 de marzo, sobre fusión obtenida en una burbuja de plasma, está robando al pueblo que mantuvo sus estudios (para emplear ese lenguaje que ha vuelto por sus fueros). No es el físico que va a hacer adobes a una comunidad, sino el que consigue energía por fusión, el que cumple con su pueblo. Para "revoluciones culturales" ya tuvimos con el experimento chino y el rector de la UNAM no tendría que ir muy lejos para descubrir los resultados. Si hoy China crece al 8 por ciento anual es porque sus físicos dejaron de ser enviados a plantar arroz "para desaburguesarlos", y se dedicaron al átomo, los cohetes, los satélites. Todo ello impensable sin excelencia. Y ésta impensable sin exigencias, disciplina feroz, exámenes aniquilantes, estudio abrumador. Eso. Así se construyen las naciones, no con la güeva y la gandulería apapachante.
Son corruptos todos los partidos, no sólo por lo que roben o las facturas que falsifiquen o los ingresos que no declaren, sino principalmente porque han hecho de las elecciones una competencia por la mejor mercadotecnia, una carrera diseñada por vendedores de productos, un despilfarro de nuestros impuestos en publicidad de rostros y nombres cuyos programas seguimos ignorando el día de la elección. A como van, ningún presupuesto les sería suficiente. Como en la competencia de las especies, si un partido aumenta gastos, el otro también.
Perder un juicio legal por descuido, omisión, modorra tropical o simple incompetencia de abogados titulados por pase automático, y luego mandarse hacer una ley especial que exima a la autoridad de cumplir la ley, como hace López Obrador, es corrupción; ya no digamos cambiar bultos de cemento por terrenos públicos o regalar a la Basílica terrenos de la ciudad que serán empleados en el millonario negocio de vender criptas con garantía de Gloria eterna para el muerto, al lado de la mismísima virgencita. Oh, Lutero, ¿dónde estás? ¿Dónde está Cristo con su látigo para echar a los que comerciaban en el templo? ¿Dónde están los juaristas, los republicanos, o ya por lo menos los masones, que tales aberraciones contra el Estado laico pasan sin pena y con mucha Gloria vendida al menudeo?
¿Y qué pasó con aquella grabación telefónica donde la entonces delegada Dolores Padierna, del PRD, agradecía un regalito enviado por quien solicitaba una licencia? Salió en TV, ¿y?
Clamamos al cielo que somos pobres por culpa de los países ricos. Decir, no hace mucho y ante un auditorio corrompido por decenios de autoelogios y autoconmiseración, que la pobreza demostraba nuestra incapacidad para producir empleos, me produjo una tormenta que ya la hubiera querido Fox ante la CTM, y la salida de indignados personajes, morral al hombro, por supuesto. Sigue siendo políticamente correcto afirmar que no somos culpables de nuestra miseria. Y esa tontería se sostiene en todos los medios y cruza todas las ideologías. De ahí la importancia de que no sea un periodista advenedizo en terrenos económicos, como el que escribe, sino Ernesto Zedillo —el presidente que hizo de México un país exportador y se negó a regalar un falso triunfo a su partido, el PRI—, quien sostenga ahora, en su informe para la ONU, que somos pobres por nuestros persistentes errores. Así es. Aunque se diga, como se me dijo entonces, que eso era "culpar a la víctima". No somos víctimas sino de nuestras propias torpezas. Oiga,quien lo dude y tenga estómago, los debates entre diputados.
Es corrupto quien paga testigos falsos, sacados del hampa, con el fin de promover la figura de un muerto y obtener los consecuentes beneficios; y no menos los canonizadores de vidas ejemplares cuyas enormes virtudes nunca nos fueron reveladas en vida.
Mientras las autoridades de la UNAM piensan en otorgar becas a los desafortunados que tardan 35 años en acabar la prepa, vean otra noticia: "La mañana del 2 de marzo fue lanzada la nave Rosetta a bordo de un cohete Ariane–5. La nave de la Agencia Europea del Espacio será la primera en aterrizar (to land, dice en inglés) sobre un cometa". En diez años, y tras de "agarrar vuelo" tres veces con retornos al campo gravitatorio terrestre, la Rosetta aterrizará en el cometa 67P/Churyumov-Gerasimenko, "una bola de nieve sucia de aproximadamente cuatro kilómetros y que orbita en torno al Sol una vez cada 6.6 años". Supongo que el miércoles (hoy es martes 2) la nota habrá sido difundida.
Es desesperante, tras de casi 200 años de vida independiente, seguir tumbados en nuestra plácida hamaca, viendo pasar el desfile de la civilización, pero eso sí, exentos en todas las materias.
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