Hugo Sánchez y Giuliani

publicado el 21 de octubre de 2002 en «Milenio Diario»
columna: «la calle»

 

Con afecto, en memoria de Emilio García Riera

 

Ya comenzó el clamor por los derechos humanos de los delincuentes —que, por supuesto y sin duda, deben ser respetados en todo momento— ante el anuncio de que habrá en el DF tolerancia cero contra el delito. Son ganas de joder, como decía el anterior gobernador jalisciense, porque nadie está planteando la tortura ni el despellejamiento de los delincuentes, sino la persecución del pequeño infractor con igual energía, aunque, por supuesto, no con iguales penas que el delincuente mayor. Entre los muchos desaciertos de López Obrador, esta medida es la primera que hace pensar en una verdadera intención de atajar la ola criminal que ahoga a la ciudad más grande del mundo y se extiende por todo el país. Muy mal por la tendencia clientelar que López Obrador heredó de su formación priista, pero muy bien por esta posibilidad real de tomar por los cuernos al toro de la delincuencia.

Rudolph Giuliani, como alcalde de Nueva York, abatió el delito en una de las ciudades más peligrosas del mundo con medidas tan drásticas como incautar el coche de quien manejara bebido, al menos según palabras de una amiga neoyorquina que durante un par de cenas con ella hace más de un año no bebió sino una copa de vino tinto y renegó de Giuliani. Afirma que la reducción del crimen se debió más al crecimiento económico de la era Clinton que a Giuliani. Pero Nueva York es caminable, de noche o de madrugada. Ahora se aplicará la receta al Distrito Federal.

Tres enemigos, tres

En México se encontrará el ex alcalde con tres enemigos públicos de la seguridad ciudadana; el primero y más alevoso (porque vive con nosotros) es la pequeña–madre–Teresa–que–todos–llevamos–dentro. Somos compungidos y piadosos de inmediato cuando no se trata de un astro de la política o un canalla milloneta cuya caída en desgracia siempre aplaudimos porque no nos gusta ver triunfar a nadie: ni Cristóbal Colón ni Hernán Cortés ni Hugo Sánchez nos simpatizan. Viva Cuauhtémoc porque perdió y le quemaron los pies, y olvidamos que fue el último gobernante de un imperio detestado por sus vasallos al grado de que Cortés sólo tuvo que encarrilar ese rencor profundo para que los indios no aztecas, por decenas de millares, y no 300 españoles escuálidos, incendiaran y derruyeran la odiosa capital.

El segundo enemigo es la triple alianza hampa–policía–política. Los vendedores ambulantes no sólo se han apropiado del suelo en amplias zonas del DF, sino que se surten en el contrabando y se protegen a la sombra de quienes han subido al gobierno de la ciudad desde los sótanos del ambulantaje, como la pareja Padierna–Bejarano. ¿Qué ocurrirá cuando Giuliani siga la pista de los ambulantes posesionados de escaleras y pasillos del Metro, de aceras y asfalto por todo el DF, y encuentre que una punta lleva hacia los proveedores de contrabando y droga, pero la otra punta serpentea hasta la mismísimas oficinas del gobierno de la ciudad? Como lengua bífida, sube hasta la delegada en la Cuauhtémoc y el secretario de López Obrador. Allí se acabó Giuliani porque, a diferencia de Nueva York, en México es sólo un consultor contratado y no el alcalde. ¿Le pagarán porque se vaya... y se calle?

El tercer enemigo es la absoluta impreparación de la policía: disparan contra el joven que corre al ser descubierto haciendo una pinta y no disparan contra el asaltante que se les va encima cuchillo en mano, ignoran en absoluto cuáles son los derechos de todo detenido: no ser tratado con violencia innecesaria, pero sí con toda la necesaria en caso de resistencia, ser presentado de inmediato a una autoridad judicial y hacerle conocer sus derechos.

Nuestros policías tienen sueldos de hambre y habitan tugurios, así que son los primeros en entrar al pillaje anónimo cuando tienen oportunidad, como vimos en el caso del desalojo de invasores en Xochimilco. Son gordinflones y sin preparación física para someter a un hampón cogido in fraganti, desconocen los derechos del detenido y también, para colmo, los de ellos mismos como policías. Sus propios jefes los extorsionan y obligan a delinquir.

El perfil bajo

Ante la absoluta impunidad que reina en la justicia mexicana, cada vez son más los ciudadanos que viven en los límites de la delincuencia: los que se apropian de una cuadra y cobran a los automovilistas por estacionarse en donde hay un cajón o un trapo rojo, muchas veces en zonas con estacionómetros en perfecto funcionamiento; los coyotes que viven gracias a que todo trámite en México es un berenjenal insalvable sin ayuda de estos expertos que reparten el beneficio con los empleados de ventanillas; los tiangueros con sus toneladas de discos fabricados en casa y su mercancía ilegal, que va desde contrabando hasta drogas suaves y duras.

En esa zona resbaladiza es donde el crimen organizado hace contacto con la falta y el abuso simples. Quien ya se armó de valor para marcar un territorio y rentarlo al automovilista, debe también tenerlo para enfrentar al que se niegue a pagar: de la pequeña extorsión y chantaje de a dos pesos, pasa al robo de espejos laterales, faros sin protección, luego al robo de unidades completas que el crimen de alto nivel comercializa.

La impunidad se extiende a la clase media y alta. No se entiende para qué se nos entrega una multa a los automovilistas, si luego no hay obligación alguna de pagarla, no se le da seguimiento ni durante el esporádico cambio de placas.

No sólo el Distrito Federal, sino ciudades como Guadalajara y otras, deberían seguir la misma política de cero tolerancia al delito, lo cometan civiles, policías o militares, sea mayor o menor, con respeto a los derechos humanos y sin intervención en la vida privada de los adultos y el uso que hagan de su cuerpo.

 

la talacha fue realizada por: eltemibledani

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