El trauma de Tlatelolco

publicado el 07 de octubre de 2002 en «Milenio Diario»
columna: «la calle»

 

El trauma de Tlatelolco se manifiesta en la curiosa concepción de nuestros gobernantes, de todos los colores y sabores, según la cual, aplicar la fuerza de la ley cuando no queda otro remedio es reprimir. Al parecer no tienen sino dos extremos en su cartera de soluciones: masacrar o dejar hacer. El trauma lo comparte buena parte de la población que, en sondeos telefónicos, rechaza en porcentaje tan alto como 45 por ciento el uso de la fuerza pública para desalojar invasores de reservas ecológicas reacios al convencimiento y al diálogo.

Durante la conmemoración del 2 de octubre, muchos jóvenes encapuchados rompieron vidrios, asaltaron negocios, pelearon contra comerciantes ambulantes y hasta entre sí, para vergüenza de quienes participamos en aquel movimiento de hace 34 años, y la ley no se aplica.

De ahí que sea necesario terminar las investigaciones de esos hechos y dejar a los muertos en paz. Para eso, lo primero es limpiar la historia y esa limpieza debe incluir a ambas partes. Del lado de la antigua derecha se siguen presentando los viejos argumentos del gobierno y la prensa de aquella época; de nuestro lado se continúa exagerando.

No es verdad que los dirigentes de ese movimiento estudiantil, el Consejo Nacional de Huelga o CNH estuviéramos influidos por el Partido Comunista, aunque, de ser así, tampoco eso habría sido un crimen. Pero, en simple honor a la verdad, el Partido Comunista no únicamente era ajeno a la dirección estudiantil, sino mal visto: a sus militantes les teníamos el despectivo apodo de los "peces" (por sus siglas, PC) o "pescados" y bastaba con saber que algún delegado tenía esa militancia para que fueran escuchados con sospecha, cuando no con abierto rechazo. Se volvió famoso el grito "concretito" con el que se centraba al orador que divagara más allá de los asuntos concretos de las marchas.

Tampoco caímos en actos de violencia, como ahora ocurre cada 2 de octubre; con la manifestación silenciosa, el 13 de septiembre, dimos el ejemplo de disciplina que el gobierno exigía para negociar. Es uno de los momentos más altos de civilidad en nuestra historia. De nada nos sirvió.

La guerrilla, los secuestros, las bombas, los asaltos a bancos vinieron después, cuando muchos jóvenes quedaron convencidos, por los hechos de Tlatelolco, de que era inútil presentar peticiones civilizadas al gobierno. Las asambleas eran multitudinarias y, al menos en mi caso como representante, nunca escuché alguna solicitud para levantar la huelga. Cuando, en diciembre de 1968, los dirigentes libres acordaron volver a clases, les costó trabajo convencer a las asambleas que no se resignaban a volver con las manos vacías y, aún peor, con muertos y nuevos presos.

Pero

Ah, pero tampoco es verdad, y éste es un gran "pero", que el Ejército llegó ametrallando a la multitud y cargando contra ella a bayoneta calada. Me repito: de todos mis amigos y conocidos que asistieron esa tarde al mitin de Tlatelolco, no murió nadie, ni uno solo. Esto no significa que no haya habido decenas de muertes, pero sí que no fue un ataque genocida y enloquecido, en cuyo caso no hubiera quedado nadie vivo, mucho menos los dirigentes que allí fuimos detenidos y llevados al Campo Militar No. 1.

Lo ocurrido fue algo bastante más complejo: fue una gran y criminal descoordinación de cuerpos militares y algo más que todavía desconocemos. Si algo prueban los hechos que a muchos nos constan, es la absoluta y total descoordinación de los militares en ropas civiles respecto de la tropa regular y en uniforme.

Vamos por partes: El Ejército llegó y cercó la Unidad Tlatelolco. Pero eso no era un hecho extraordinario, pues ya desde la primera manifestación, la encabezada por el rector de la UNAM y todos los directores de Escuelas y Facultades, el Ejército estuvo apostado en el Parque Hundido para asegurarse de que cumpliéramos lo convenido: marchar por Insurgentes desde CU hasta Félix Cuevas y dar vuelta de regreso.

Así fue siempre, el Ejército estaba en las cercanías. Pero el 2 de octubre hubo también un grupo de soldados, parte de un batallón entrenado especialmente para resguardar las instalaciones olímpicas (recordemos que en octubre se celebrarían los Juegos Olímpicos en el DF), y conocido por eso como Batallón Olimpia, que recibieron la orden de asistir al mitin disfrazados de civiles, llevar un guante blanco en la mano izquierda para identificarse entre sí, esperar una señal de bengala y, al verla, subir al tercer piso del edificio Chihuahua, donde habríamos de instalar la tribuna y el equipo de sonido del mitin, aprehender a los dirigentes y disparar "al aire" para dispersar a los reunidos.

¿Cómo lo sabemos tan detalladamente? Porque algunos de estos miembros del Batallón Olimpia fueron heridos por sus colegas uniformados y declararon lo arriba transcrito ante el Ministerio Público. Esas actas las consiguieron nuestros abogados defensores. El más claro es el capitán Ernesto Morales Soto, quien da hasta el número: "Sesenta elementos al mando del comandante Ernesto Gómez Tagle".

Que no estaban coordinados con el Ejército lo prueba el hecho mismo de que hayan sido heridos por éste y que no llevaran ni siquiera un woki–toki para darse a conocer y hayan recurrido a gritar en coro "¡Batallón Olimpia, no disparen!", tirados en el suelo del tercer piso del edificio Chihuahua para protegerse con el barandal de concreto, que les salvó la vida.

Las fotografías que desde entonces aparecieron, así como las recientes, y las escenas filmadas esa tarde, muestran a la tropa disparando hacia arriba. Esto, más las declaraciones de soldados heridos y lo que dijeron a la propia gente al mostrarles cómo resguardarse de las balas, comprueba que siempre supusieron que los estudiantes les disparábamos.

Los soldados no habían sido advertidos de que seríamos detenidos, que verían fogonazos no dirigidos contra ellos, sino "al aire" para dispersar a la multitud. Los del Olimpia ni dispararon al aire ni calcularon que la tropa respondería con fuego cerrado al ver los fogonazos y oír los zumbidos de las balas.

Lagunas

Falta por saber quién firmó el parte dando las órdenes ya mencionadas al comandante del Olimpia y quién a él... así hasta la primera orden, que vino del diseñador de la provocación. Que los militares no estaban en conocimiento de que se realizaría ese acto lo confirman cinco elementos: 1) Que la tropa regular les haya disparado a los del Olimpia y herido a varios de ellos; 2) La sorpresa con la que me escucharon esta misma versión los dos militares que me interrogaron en el Campo Militar, quienes se miraban en silencio y me exigían repetir las partes fundamentales mientras hacían creer a alguien, afuera del cuarto del interrogatorio, que me golpeaban, para lo cual se daban con el puño cerrado de una mano contra la palma de la otra; 3) Que luego me insistieran: "Ahora vas a declarar ante el Ministerio Público y le vas a decir exactamente lo mismo que nos acabas de contar a nosotros; no se te olvide: vas a repetir lo mismo que nos dijiste...". Esa fue la orden de los militares. 4) Que, a pesar de que intenté dejar asentado en actas lo ya relatado, un civil, de pie junto a quien escribía mi declaración, al llegar a esa parte, medular porque es el inicio de los disparos, ordenó: "Eso no se escribe". Los militares querían dejar constancia; los civiles, no. Por último, 5) ¿Quiénes seguían disparando por la madrugada, cuando nos llevaron a camiones del Ejército? Los soldados cruzaban los tramos entre edificios siguiendo tácticas militares de protección: agachados daban una veloz carrera hasta alcanzar el resguardo del siguiente edificio. Se oían disparos lejanos y aislados, la provocación del Olimpia había durado unos cuantos minutos, la respuesta del Ejército fue más larga, pero al anochecer ya había terminado... ¿entonces?

Breve resumen

Las nuevas generaciones ya no saben qué ocurrió. Aquí va en apretada síntesis. 1) El 26 de julio de 1968 dos manifestaciones son disueltas a palos y gases por los granaderos, una del Politécnico, otra con mayoría universitaria en celebración de la Revolución Cubana; 2) La Prepa 1, entonces en el antiguo edificio de San Ildefonso, se declara en huelga y surgen dos demandas elementales: destitución de los jefes policiacos que habían ordenado el ataque contra las manifestaciones y pago de indemnizaciones a los golpeados y heridos; 3) El gobierno de Díaz Ordaz responde ordenando al Ejército que derribe con una bazuka la antigua puerta de la Prepa; 4) Ese acto infame indigna al rector, Javier Barrios Sierra, quien pone la bandera nacional a media asta en la explanada de la Rectoría; 5) Todo el Poli y la UNAM se declaran en huelga. El rector encabeza la primera manifestación; 6) Añadimos una demanda: desaparición del cuerpo de granaderos; 7) Como el gobierno encarcela a cuanto joven protesta en las calles, añadimos el punto "libertad a los presos políticos"; 8) Como diez años atrás se había empleado el artículo 145 bis del Código Penal para encarcelar a los ferrocarrileros huelguistas, pedimos la derogación de ese artículo; 9) La negativa del gobierno a hablar lleva a universidades privadas y públicas a huelga; 10) El conflicto es nacional. Termina el 2 de octubre con una masacre: 37 muertos, según la comisión de la verdad integrada hace cuatro años con gente de nosotros mismos.

 



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