2 de julio
columna: «la ciencia y la calle»
El 2 de julio de hace un año, los mexicanos estuvimos pendientes de un hilo; la emoción, la inquietud, el dramatismo nos tuvieron pegados a las cifras que iba desgranando la televisión. Al final de la jornada, dos presencias en cadena nacional fueron conmocionantes: la de José Woldenberg, anunciando con voz serena que, sin haber concluido los conteos, ya no podía cambiar el triunfador y éste era Vicente Fox, uno de los candidatos opositores. La generación anterior a la mía, que vivió el arrebato de urnas y la quema de votos en los años 50, estaba convencida de que el PRI simplemente "no permitiría" el triunfo de Fox. Así que el país contuvo la respiración por los siguientes y eternos minutos. En cada enlace nacional podía aparecer la nota: "José Woldenberg detenido", "El IFE, pasto de las llamas", "El Ejército patrulla las calles", "Se desconoce el paradero de Fox".
Entonces vino la otra presencia en TV: la republicana aceptación de la derrota por parte del presidente Ernesto Zedillo. Doblemente republicana, porque el Presidente esperó a que la institución a cargo de los comicios, el IFE, hiciera el anuncio oficial. El Presidente se limitó, y así lo dijo, a reconocer la autoridad ciudadana. Un momento inolvidable. La emoción estranguló gargantas y puso brillo en muchas miradas: una época había terminado, comenzaba otra. Nadie sabía si mejor, pero era la vía escogida por el país.
Los primeros golpes al monolito
Quienes desde 1968 estuvimos exigiendo la democratización de México teníamos el sombrío recelo de que nunca veríamos el final del PRI. Para esa generación, el partido entonces oficial simbolizó la corrupción, el amiguismo, el caciquismo; la falta de libertad en los sindicatos, en la prensa, en el cine... en la vida. Ahora es difícil creerlo, pero la policía trasquilaba a quien trajera el pelo largo, los diarios copiaban al unísono el boletín oficial de cada dependencia; el Partido Comunista estaba prohibido, el PAN no enfrentaba un partido, sino a la maquinaria del Estado; otros partidos eran invenciones del PRI para hacerse la oposición que maquillara la "dictadura perfecta", para emplear la posterior expresión de Vargas LLosa. Un páramo sin vida.
En el PRI dominaba sin discusión alguna la figura presidencial. Los proyectos de leyes enviados por cada Presidente de la República eran aprobados sin leer. Los del PAN, rechazados igualmente sin leer. No se veía horizonte ni luz al final del túnel. Tras de la masacre con que concluyó el 68 mucha gente se fue a la guerrilla. No parecía haber una opción democrática.
Pero comenzó a haberla, y se abrió desde el corazón mismo del PRI. Jesús Reyes Heroles hizo la reforma originaria en el aparato electoral: el primer gran golpe al monolito. De la Madrid y Salinas abrieron más el boquete y, por último, el presidente Zedillo entregó a los ciudadanos el mando completo de las elecciones. El IFE aún permanecía atado a la Secretaría de Gobernación, cuyo titular encabezaba los comicios, para sospecha de toda la población. Con la última reforma a la estructura del IFE, el Presidente de la República que había sido joven sesentayochero, entregó el mando del IFE a los ciudadanos. Fue el final del PRI porque nunca había sido un partido, sino la maquinaria por la que el gobierno se clonaba cada seis años y cambiaba para continuar.
Aún retiembla la tierra
El terremoto social que produjo la caída estruendosa del enorme dinosaurio, aún no deja de hacer olas. Estamos ante un reacomodo en todas las fronteras: las etiquetas "izquierda", "derecha" y otras guías de la reflexión durante el antiguo régimen, han perdido su sentido y en muchas ocasiones lo han trastrocado. Vemos a un diputado panista planteando un reglamento sensato para ordenar las novedades inventadas por la ciudadanía, como los table dance y al PRD oponerse; vemos en el partido autonombrado "de izquierda", sea ya eso lo que sea, una larga lista de mofas a la ciudadanía que merecen artículo aparte. ¿En dónde, pues, quedó la derecha y dónde la izquierda?
Combatimos al periodismo gobiernista y entre nosotros surge un periódico que no permite a sus lectores enterarse de la enorme lista de bajezas, cuando no truhanerías de los gobiernos perredistas. El neogobiernismo se solaza en un diario que muchos quisimos, en La Jornada, siempre que el gobierno lleva las siglas del PRD, aunque allí dominen quienes se formaron en los vicios del PRI. "Gobiernista": otra etiqueta que ya significa lo contrario de lo que significaba.
Cierre de la transición
El IFE aún permanecería atado a la Secretaría de Gobernación, cuyo titular encabezaba los comicios, para sospecha de toda población. Ciudadanos para los que ya no existen las figuras intocables ni el respeto sumiso. El respeto debe ganarse a pulso, no lo dan los cargos, así sea el de Presidente de la República y se trate de uno que llega con la enorme popularidad de Vicente Fox: ni él es intocable. Paradójicamente, sólo la izquierda sigue teniendo figuras intocables: doble herencia, priista y comunista.
México es otro país, pero no lo creó Vicente Fox en seis meses, como parece suponer cuando habla y se atribuye lo que ya existía: no sabe que hace varios sexenios no hay censura, que existe prensa crítica (aunque pierda el filo cuando de los políticamente afines se trata), que hay apertura ante el comercio mundial, tratados de libre comercio que negociaron Salinas y Zedillo. Antes de Fox, las marchas, prohibidas hace 30 años, se habían excedido hasta resultar contraproducentes; la persecución antigay viene del PRD; si alguna crítica se puede hacer al último gobierno priista no es la de excederse en el uso de la represión, como dice Fox, sino la de no emplear la fuerza pública contra una minoría, inferior al 1 por ciento, que sólo se sustentó en la fuerza privada para mantener en secuestro a la UNAM por casi un año.
El cambio fue lento y costoso, en vidas, en cárcel, en trabajo. No comenzó con Vicente Fox, pero con él tuvimos la certeza de que ya había ocurrido, de que se había cerrado la transición y los mexicanos éramos dueños de nuestro destino. Ahora sí, como pido siempre a mis correctores de estilo, los únicos errores serán los que nosotros cometamos. Ah, fue estupendo haber vivido ese 2 de julio porque nos hizo ver cuánto había cambiado México y cómo se cerraba el ciclo.
0 animados a opinar:
Publicar un comentario