A los hombres nos matan, hieren, golpean, roban...

publicado el 01 de mayo de 2016 en «Milenio Diario»
columna: «se descubrió que...»

 

Sin sombra de duda, las mujeres tienen derecho a no ser acosadas ni sufrir violencia del tipo que sea. Ese mismo derecho lo tenemos los hombres. Mi intención con estas anécdotas es mostrar la enorme diferencia, entre hombres y mujeres, a la hora de percibir un ofrecimiento sexual. En fin, como dijo sabiamente don Pero Grullo: hombres y mujeres reaccionamos de forma muy diversa en casi todo.

Mi primer acoso: Debo haber tenido 9 años porque aún no nacía el séptimo y último de mis hermanos. En el recreo se me acercó un niño menor que yo para preguntarme: "¿Cuántos son tú y tus hermanos?" Respondí que seis. "¡Pues a tu mamá se la han cogido seis veces!" Soltó una carcajada mientras corría alejándose. Me dije que el razonamiento era ridículo pues de seguro habrían sido centenares de veces... No una por cada hijo.

Ni siquiera lo mencioné. No me pareció tema de queja a la Dirección de la escuela ni de conversación con mi madre.

Estaba en mis treinta y pico, con aspecto de nadador de 25 cuando estuve en El Cairo, Egipto. Me aprendí los números árabes (que no son los nuestros, aunque los llamamos arábigos) nomás para tomar camiones urbanos y perderme en la ciudad: ver las calles fuera de las rutas turísticas, sentir a la gente confundido con ella.

En un camión urbano observaba que no había mujeres, ni con velo, pañoleta, nada. Iba de pantalón vaquero, botas y camiseta de tirantes blanca y algo mugrosa. En un paradero subieron muchos jóvenes que, sin uniforme, se les notaba el soldado. Quizá nos habíamos detenido a la salida de un cuartel y era día de permiso. Quedamos apretados, espaldas contra pechos.

El primer roce fue discreto, como al azar del bamboleo del camión. El segundo ya fue indudable. Me detenía del barrote superior con un brazo. Subí el otro: campo libre. Entonces fue ya una tormenta de manos y, los más atrevidos, trataban de bajar el vaquero. Pero yo era talla 29 y no pasaba. Así que bajé la mano izquierda y me desabroché el botón superior. Hubo un remolino. Entonces vi los ojos más llenos de odio: unos ojos profundos, relampagueantes, ésos sí eran "ojos que da pánico mirar". Pensé: este tipo se abre paso con un alfanje decapitando chavos y luego a mí. Di por terminada la fiesta y me bajé asustado... de la mirada, no de lo demás.

Poco después, cuando daba clases en la UNAM, alguna vez en que tenía el coche en el taller, tomé un camión. Iba repleto. De pronto una joven, junto a mí, pegó un salto, la vi y estaba roja como frambuesa, con aire furioso se abrió paso a codazos hacia otro extremo. Miré al de junto y tenía cara de "no sé qué pasó". No era ninguna belleza, pero respondí a su evidente acoso con mi acoso: Nos bajamos en el Monumento a Obregón y nos fuimos detrás de un árbol tan delgado que no ocultaba ni a uno, menos a los dos de pie...

Tres jóvenes me comentaron que habían pasado frente a la Secretaría de Marina, en el DF (raro país con Marina sin mar) y los dos guardias a los costados de la puerta les echaron un silbido de los que usan los hombres para decirle a una mujer que es guapa o, al menos, que le gusta al silbador. En vez de ofenderse, se detuvieron, regresaron y, sonrientes, iniciaron conversación con los guardias. Al poco rato los invitaron a pasar al dormitorio general. Fue una gran noche. Cuando vivía en el DF y pasaba por Marina recordaba la anécdota. Nunca me silbaron. Chin...

A los héteros los limita la selectividad femenina. Pero eso no existe cuando son dos hombres. Inventamos el colmo: el cuarto oscuro en los bares gays, donde nadie sabe quién con quién. Es un servicio social, acto piadoso, altruismo...

De mujeres. Se comenzó a decir que habían violado a algunas chavas en el cerrito de lava entre Psicología y Filosofía. Una guapa amiga, tanto que me removía mis núcleos heterosexuales (así como hay núcleos homosexuales), me dijo: Mira, Lábaro, lo tengo decidido: no voy a ir siempre acompañada, si un día me ocurre a mí, les diré: "Miren, muchachos, a mí no me peguen: pónganse en fila y todos la pasamos bien..."

Íbamos un veinteañero derechito y yo cruzando la Plaza de la Liberación, hacia el teatro, cuando de una banca unas cinco adolescentas me gritaron: "¡Adiós, sueeegro...!" Las vimos con amplias sonrisas. El joven lo contó urbi et orbi con espumoso ego. Inviertan géneros y verán la tormenta: padre e hija, banca con chavos... ¿Por qué? Es un misterio. Yo me rindo.

Medalla BELISARIO DOMÍNGUEZ 2016 a Gonzalo Rivas Cámara, que perdió la vida —quemado por normalistas— al salvar cientos: #LaBelisarioParaGonzalo.

 

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