González de Alba

publicado el 06 de octubre de 2016 en «Excelsior»

autor: Luis de la Barreda Solórzano

 

Querido Luis: Me quedé estupefacto al saber que te habías quitado la vida. Como advierte Héctor Aguilar Camín, al hacerlo ejerciste, una vez más, la del estribo, tu libertad, enemiga del automatismo sumiso y el sometimiento resignado.

Pero parecías muy entusiasmado por la inminente publicación de tu nuevo libro, una vuelta más al 68 que has narrado como lo viviste, sin plegarte a los cánones de la mitología que se ha erigido sobre los hechos que en aquel año sacudieron al país.

Y sé que disfrutabas intensamente de lecturas, películas, arias y otras interpretaciones musicales que tocaban tan profundamente tus fibras que te hacían llorar. Y eso, llorar de placer ante la belleza que nos conmueve, es delicioso.

Y disfrutabas, sobre todo, haciéndonos disfrutar a tus lectores, de escribir. Lo hacías estupendamente en la divulgación científica; en tu narrativa chispeante y desenfadada; en tu poesía, en la que conmemorabas con nostalgia las peripecias vividas o soñadas, así como tus pasiones y apetencias, tus estremecimientos eróticos y tus fragores amorosos; y en tus ensayos y artículos, en los que, con razonamiento riguroso, desmontabas dogmas de la iglesia política, señalabas las corruptelas de los puros, reprochabas el silencio cómplice de la peor izquierda ante los crímenes de los de su mismo signo político.

Yo siempre he creído que escribir nos permite enmendar la realidad y asimismo evadirla, postergar ad infinitum el desencanto, enfrentar los demonios interiores, convocar a los fantasmas entrañables, vengarnos de miserias y mezquindades inmunes a nuestros deseos, reivindicar la libertad frente a todo fatalismo, mirarnos en el espejo del alma, sacudir prejuicios... y creo que todo eso, como dice Fernando Savater, "proporciona una extraña y culpable plenitud" que ninguna otra cosa puede darnos ni hacernos olvidar.

Y tú escribías dándote el incomparable gozo intelectual de buscar la verdad sin concesiones a las posturas ideologizadas, a lo que cierto público quiere escuchar o leer porque lo reafirma en su fe política. Y buscar la verdad es la mayor aventura épica imaginable. Creo que muchos de tus detractores en el fondo te envidiaban porque son incapaces, ya no digamos de escapar de su credo, sino ni siquiera de contrastarlo con la realidad. Después de todo, la humanidad se divide en creyentes, la gran mayoría, y pensantes, un pequeño círculo. Aunque sabemos que abundan los falsos creyentes, los que lo son por conveniencia.

No podías ser, por tanto, un hombre de partido por mucho tiempo ni de ninguna liga de los justos. El lecho de Procusto no se hizo para ti. Dijiste lo que casi nadie que se asuma como progresista se atreve a decir: que las revoluciones armadas han dado lugar a tiranías que se proclaman Voz del Pueblo, Faro Rojo, Gran Timonel, Arca de la Alianza, Estrella Matutina. Renunciaste al Comité de Apoyo a la Fiscalía para Movimientos Sociales y Políticos del Pasado, y denunciaste la invención de culpables, el uso perverso de la facultad investigadora del fiscal. Nunca aceptaste ser partícipe de una infamia.

Comprendiste, desde estudiante, que, como observa George Orwell, "el lenguaje político está diseñado para hacer que las mentiras suenen verdaderas y el asesinato parezca respetable, y para dar apariencia de solidez a lo que es puro viento". A contracorriente, tú seguiste el mandamiento supremo de la honestidad intelectual: el que prohíbe la mentira y la insinceridad.

No escribiste para clientela alguna, sino contra las certidumbres indefendibles de toda clientela. Es algo que no perdonaron ni la pereza maniquea ni la servidumbre ideológica ni la acomodaticia corrección política, que proclamaron su decepción ante el líder histórico del movimiento estudiantil que jamás aceptó instalarse cómodamente en el establo de las certezas infalibles, y optó, porque así se lo exigía su buena índole, por una actitud de apego a la verdad.

El derecho a disponer de la propia vida es inobjetable. Camus hizo decir memorablemente a uno de sus personajes que el único problema filosófico verdaderamente serio es el suicidio. Pero hubiera preferido que siguiéramos conversando muchos años más y, desde luego, extrañaré por siempre tus textos.

 

la talacha fue realizada por: eltemibledani

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