¿Qué vuelve intratables nuestros conflictos?
# 445, enero de 2015
Israel y Palestina, Turquía y Grecia, una Yugoslavia o cinco naciones, “vivos se los llevaron, vivos los queremos”, el crimen de un alcalde del PRD debe pagarse con la renuncia de un presidente de la República miembro del PRI; los partidos Demócrata y Republicano se acusan de todo, el PRI bloquea propuestas del PAN y el PAN las del PRI, con frecuencia las mismas: ¿Por qué los conflictos sociales se vuelven tan insolubles? ¿Cómo llegan las partes a versiones tan encontradas acerca de un mismo hecho, mismos datos, dispares conclusiones?
“Un nuevo estudio publicado en los Proceedings of the National Academy of Sciences por un equipo de investigadores de la New School for Social Research, la Universidad Northwestern y el Colegio Boston demuestra cuántas veces los conflictos políticos y étnicos, en apariencia irresolubles, toman su combustible de percepciones asimétricas de las causas atribuidas a las motivaciones de los oponentes, y que estas tensiones pueden aliviarse al proveerlas de incentivos financieros dirigidos a mejorar el entendimiento de lo que conduce al grupo adversario”.
Lo vemos en el conflicto griego-turco de forma quizá irremediable: la Grecia clásica incluía la actual Grecia, las islas en torno y toda la costa de la actual Turquía. Esa costa, llamada Jonia, fue más importante que la parte que ha vuelto a ser griega luego de siglos de dominación turca. Jonia nos ha dado nada menos que a los primeros filósofos: allí está Mileto, la de Tales, quien mostró a la humanidad el camino para encontrar explicaciones naturales a la naturaleza, base de la ciencia; de Mileto es Anaximandro, que al observar que los humanos somos incapaces de alimentarnos sino luego de años, era seguro que proveníamos de animales menos urgidos de cuidados infantiles y no por tanto tiempo… Allí está la esencia de Darwin 25 siglos antes; Heráclito, que nos dice que “nadie se baña dos veces en el mismo río” y todo es cambio y devenir, nació en Éfeso, ciudad griega muy mencionada en las epístolas y otros escritos del cristianismo primitivo, también Esmirna. Turquía es país de gobierno laico, pero mayoría musulmana y población llegada a finales del primer milenio e inicios del segundo. Hasta los tres órdenes clásicos para los capiteles de nuestras columnas, antes de que el hierro y luego el concreto las hicieron superfluas, nos dan el jónico. Uno de los más bellos poemas de Kavafis se llama precisamente Jonia. Y el griego Kavafis era egipcio. La segunda Roma, erigida por el emperador Constantino, el primero en aceptar (e imponer después) la religión cristiana, fue la capital del Imperio Romano de Oriente que evitaba los largos viajes desde Palestina y Tracia a Roma. Constantino remodeló y dio templos y palacios imperiales un poblado llamado Bizancio, a orillas del Mar Negro, sobre el estrecho por donde entra el Mediterráneo, fue llamada Ciudad de Constantino, en griego Konstantinu Polis, que los españoles, como nunca oyen bien, dejaron en Constantinopla.
Los turcos cambian la geografía
A la caída de Roma, en el 476 d. C., la civilización y la ley se refugiaron en el Imperio de Oriente, luego llamado Bizantino. La corte siempre tuvo, en Konstantinu Polis, el griego como lengua oficial. Resultaba una elegancia para los romanos porque, cuando conquistaron Grecia toda la cultura griega fue absorbida por el invasor y el griego se convirtió en el idioma necesario para ser filósofo, poeta, dramaturgo, escultor, arquitecto o estadista: “Grecia vencida venció al vencedor” lo dice todo.
Los turcos, procedentes del centro de Asia, avanzaron hacia el Mediterráneo en la segunda mitad del primer milenio. El Imperio Bizantino fue perdiendo pedazo a pedazo: Palestina, Armenia, Jonia, las islas del Egeo (peleadas también por francos, genoveses, venecianos y catalanes).
A la caída del último reducto, la capital imperial, Konstantinu Polis, en 1453, pasó a llamarse Estambul. Pero tampoco es nombre turco, es la corrupción del griego “a la Ciudad”: cuando Atenas ya era sólo un rincón del Imperio Romano de Oriente, luego Imperio Bizantino, la gente iba de compras y negocios a La Ciudad por antonomasia, la capital. Así que no decía “voy a Constantinopla”, sino “voy a La Ciudad”, en griego stin Poli, transliterando los sonidos; como los griegos hacen b la p después de n, de ahí quedó Stinboli, Stanbul por la u abundante en turco, luego de caer bajo el ejército de Mehmet II. Quienes hablamos español todavía tenemos enormes problemas para pronunciar street, Strasse, stin, stare, y le anteponemos una urgente e: Estambul.
Grecia se independizó en 1821, como México, aunque sólo el extremo sur, el Peloponeso, así que su primera capital no fue Atenas, aún turca, sino Nafplio, coronada por su fortaleza veneciana. Con el fin de la Primera Guerra Mundial en 1918, dado que los turcos habían cometido el error de aliarse con los imperios Alemán y Austrohúngaro, los aliados triunfadores también repartieron el turco, llamado Imperio Otomano: Macedonia volvió en parte a Grecia, Bulgaria a los búlgaros, Armenia a los armenios, Siria a los sirios bajo protectorado francés, y Palestina a árabes y judíos bajo protectorado inglés. Todavía no se repone el mundo de ese mal trazado de fronteras: los libaneses se escindieron de Siria, los kurdos quedaron entre cinco nuevas fronteras porque los aliados olvidaron fundar Kurdistán, y la ONU dividió el protectorado inglés en Palestina para la población árabe e Israel para la judía que había estado comprando arena y dunas al pashá de Jerusalén, gobernador turco, y había levantado huertas de cítricos, viñedos, olivares y hortalizas en los kibbutzim, de organización socialista, comunitaria, y al menos una gran ciudad, Tel Aviv, a orillas del Mediterráneo.
Entonces, ahora el problema es convencer a los turcos de que se regresen al centro de Asia o bien a los griegos de que Turquía es un hecho histórico sin retorno. Es el gran conflicto greco-turco. Y el no tan pequeño palestino-israelí.
Todos tienen razón
Los griegos tienen millares de razones para reclamar al menos la costa egea de Turquía, la antigua Jonia, y es que, donde uno escarbe encuentra ruinas griegas. Allí están Troya la prehistórica y Esmirna la clásica y luego cristiana. En Constantinopla (Estambul) tenemos la basílica de Santa Sofía, de la Sagrada Sabiduría, cuya cúpula asombró a la humanidad y retó a los arquitectos hasta el auge de Florencia y el Renacimiento.
Pero los turcos construyeron la mezquita Azul y el palacio del sultán, Topkapi. Hay el resentimiento griego por la derrota de 1922, cuando intentaron recuperar Jonia y Constantinopla, y el odio turco por la invasión griega a Turquía: único fragmento dejado por los aliados a los turcos. El fundador del moderno Estado turco, laico, occidentalizado, con alfabeto latino adoptado a los sonidos turcos en vez del alfabeto árabe en que siguen todas las inscripciones de sus monumentos, Kemal Atatürk, nació en Thesaloniki, hoy en el norte de Grecia, reclamado por Turquía y por una república que fue parte de Yugoslavia, Macedonia. Grecia responde que, por el contrario, toda Macedonia es griega: el más grande conquistador griego, Alejandro Magno, era macedonio y fundó un imperio de lengua y cultura griega, el Imperio Macedonio, que llegó hasta la India, dos mil y pico de años antes de que naciera Atatürk, padre de la república turca.
La actual Alejandría, Alexandrú Polis: Ciudad de Alejandro, quedó en Egipto. A su muerte, Alejandro Magno quien, como dos mil años después Federico el Grande, rey que dio brillo a Prusia, tampoco logró tener hijos con ninguno de sus soldados, dejó repartido su imperio entre sus cuatro generales. A Ptolomeo le tocó Egipto y, dada la habilidad griega (y luego romana) para adaptarse a los pueblos conquistados, fundó la dinastía de faraones que no terminó hasta la muerte de Cleopatra, en tiempos en que moría la República Romana a manos de Julio César y surgía el Imperio que perduraría medio milenio. Federico el Grande hizo lo contrario: dejó la columna central de la futura Alemania unificada.
Si Turquía es un hecho no retroactivo, también lo es Israel. Como lo son Ucrania y la constelación de países en pugna que alguna vez fueron los Balcanes, la Dalmacia romana, luego bizantina, luego otomana, mal pegada por Tito en la breve existencia de Yugoslavia. Se han desmenuzado tantas veces que nos dieron el término balcanización para la constante ruptura de naciones en subproductos cada vez menores.
Los cinco estudios
El gran problema es que todos tienen razón. La investigación arriba citada “demuestra cómo sesgos cognitivos fundamentales guían la intratabilidad de los conflictos”, escriben Jeremy Ginges, Adam Waytz y Liane Young en “Motive attribution asymmetry for love vs. hate drives intractable conflict”.
Estos investigadores diseñaron un conjunto de experimentos “para determinar cómo grupos adversarios describen sus propias motivaciones y las de sus oponentes”. Tanto en miembros de los partidos Demócrata y Republicano de Estados Unidos, como israelíes y palestinos, los investigadores observaron, de forma consistente, “asimetría en atribución de motivos”, esto es, la creencia de un grupo de que sus rivales están motivados por emociones opuestas a las propias”.
Estudio Uno. Se pidió a 285 estadunidenses demócratas y republicanos evaluar sus motivos y los de sus oponentes. Los demócratas se describieron como guiados, primeramente, por amor a otros demócratas más que por odio a los republicanos, pero creían que los republicanos se guiaban más por odio a los demócratas que por amor al Partido Republicano. Éstos reflejaron las mismas creencias en sentido opuesto: se describieron guiados por amor, pero consideraron que los demócratas se guiaban por odio.
Estudios Dos y Tres. Las atribuciones asimétricas fueron similares entre un grupo de israelíes y otro de palestinos, tanto de Gaza como de la Ribera Occidental. Cada grupo se consideró guiado por amor a su grupo y a los contrarios guiados por odio.
Entonces llevaron a cabo dos estudios adicionales para explorar cómo la asimetría de atribuciones afectaba la solución de conflictos, y cómo este efecto podía reducirse. En el Estudio Cuatro, una encuesta a 498 israelíes, los investigadores “encontraron una correlación directa entre la creencia israelí de que los palestinos estaban motivados por odio y la creencia de que los palestinos no deseaban negociar y que un acuerdo ganar-ganar era imposible. El estudio sugiere, por tanto, que la asimetría de atribuciones impide la resolución del conflicto”.
El último estudio se dirigió a explorar cómo la asimetría en atribución de motivos, y su consecuente obstáculo para una solución, podía reducirse. El Estudio Cinco ofreció a demócratas y republicanos un incentivo financiero para evaluar con exactitud las motivaciones de sus rivales. Una vez que la exactitud recibió un incentivo, no sólo fue más probable que atribuyeran amor a las motivaciones del grupo externo, sino también fueron más optimistas acerca de las oportunidades de llegar a una solución ganar-ganar en conflictos de largo plazo.
Los palestinos que viven y trabajan en Israel deberían estar, según el reporte, más dispuestos a aceptar una negociación en que ambas partes ganaran. Al parecer, así es. Fue la propuesta de Isaac Rabin denominada “tierras por paz”, cancelada con su asesinato a manos de un muy joven extremista judío. Un reciente discurso de Netanyahu hace notar que ceder Gaza a los palestinos nada más les dio un territorio para lanzar misiles y planear bombazos suicidas contra Israel. Ambas partes atribuyen al odio la guía de las acciones del otro.
Quizá un Plan Marshall para tierras palestinas fuera más eficaz que las represalias de la aviación de Israel.
Y otro tanto podríamos pensar para los conflictos mexicanos en Guerrero, Oaxaca y Chiapas, antes de cedérselos a Guatemala. La evidente mala fe de algunos interesados en elevar el conflicto sería el primer obstáculo, pero podrían ser aislados por la aceptación de una abrumadora mayoría.
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