La poción de Isolda existe
# 444, diciembre de 2014
En la crónica medieval de Tristán e Isolda, una poción mágica, preparada por la madre de esta bella heroína celta, produce un fulgurante amor en el hombre equivocado. Tristán, modelado sobre el caballero Lancelot del ciclo acerca del rey Arturo, va a Irlanda a pedir la mano de la princesa Isolda para su tío Marc, rey de Cornualles (Cornwall), en la costa británica que mira hacia Irlanda. La madre, experta en herbolaria para curar heridas mortales y filtros mágicos que inducen el instantáneo amor en quien los bebe, desea que el matrimonio de su hija con un rey nunca antes visto no sea tan sólo un arreglo conveniente, sino que el rey caiga enamorado sin remedio a la vista de Isolda. Para eso entrega el filtro mágico a la doncella de Isolda con instrucciones de darlo a beber al rey, el matrimonio se realice por amor e Isolda sea feliz, como merece la hija del rey de Irlanda.
Como era de esperar, en el viaje de regreso a través del Estrecho de Irlanda, Tristán bebe la poción mágica y se enamora sin remedio de la prometida que deberá entregar a su tío. Así se explican el adulterio de Isolda y la traición del más fiel caballero del rey, Tristán.
La ópera que Wagner escribió sobre este asunto es la cumbre del movimiento artístico llamado Romanticismo: desde Goethe y Schiller en literatura con el último Beethoven en música hasta Sibelius y ya en los años 20 del siglo pasado Smetana y Dvorak.
Pues sí tenemos el filtro mágico del amor y lo produce el cerebro. Es la oxytocina, hormona cuyos efectos prosociales se conocen hace tiempo. Ahora comenzamos a saber por qué produce amor entre dos personas, el fuerte lazo entre la madre y su hijo, y alienta equipos a trabajar juntos, nos dicen investigadores de la Universidad Rockefeller. “La clave resulta ser un nuevo tipo de células cerebrales recién descubiertas”.
Los hallazgos del equipo se publicaron en el journal Cell del 9 de octubre. “Al identificar una nueva población de neuronas activadas por oxytocina, hemos descubierto una vía por la que esta señal química influye en ratones”, dice Nathaniel Heintz.
Humildemente planteo la duda, Nath: ya sabemos qué, cómo y por dónde. Pero seguimos sin saber por qué nuestro perro tiene esa mirada de amor al vernos llegar y por qué no podemos pasar un día sin ver a la persona amada. Lo que no hemos descubierto es el porqué del amor.
La investigación comenzó por “buscar una neurona especializada, o interneurona, que confía mensajes a otras neuronas a través de distancias cortas. Como parte de su tesis de doctorado, Miho Nakajima ya había creado perfiles de genes expresados en interneuronas. Lo hizo con una técnica desarrollada antes por el laboratorio de Heinz y el de Paul Greengard. La investigadora vio una proteína en la corteza cerebral, o córtex, que resultó ser un receptor de la oxytocina.
“Puesto que la oxytocina tiene mayores efectos en la conducta social de las hembras, decidimos enfocar nuestros experimentos a ellas”, dice Nakajima. La primera etapa fue silenciar, en ratas hembra, sólo esta clase de interneuronas y, en otros experimentos, bloquear la habilidad del receptor para detectar oxytocina en algunas hembras. Luego, la investigadora las sometió a una prueba de conducta social de uso común: dar a elegir entre explorar un área con un ratón macho o la misma área con un objeto inanimado —en este caso de plastic—. ¿Qué se esperaba que hicieran? En general, un ratón hembra no mostrará interés por un objeto de plástico. “Pero los resultados que obtuvo Nakajima fueron confusos: en ocasiones, el ratón con los receptores silenciados mostraron un interés anormalmente alto en el juguete y otras respondieron de forma normal”.
Esto produjo en la investigadora la sospecha de que podría estar influyendo el ciclo reproductivo de la hembra. En otra serie de experimentos, anotó si la hembra estaba en su fase receptiva, estro, o no. La clave resultó ser el estro. En esa fase las hembras mostraban una inusual falta de interés en los machos cuando tenían desactivados sus receptores a la oxytocina. Olfateaban más el juguete.
Andreas Görlich, quien llevó los registros eléctricos de la actividad en esas neuronas particulares con y sin la hormona, señala: “La parte interesante es que, cuando se exponen a la oxytocina, estas neuronas disparan con mayor frecuencia en hembras que en machos”.
En humanos son notorias las diferencias en los intereses sociales. Menores en los hombres, salvo cuando se trata de cambios totales, revolucionarios, levantarse en armas, ir a la guerra. No tanto la protección de huérfanos o el trabajo solidario en zonas pobres. Alguna vez escuché a una amiga, maestra de narrativa española del siglo XVII, que la dominación masculina confinaba a las mujeres a las ciencias sociales y se guardaba para sí las ciencias duras, las ciencias-ciencias. Hum… Si ahí no hay un juicio de valor implícito que considera unas disciplinas inferiores a otras ya no sé dónde haya juicios de valor. En un congreso de señoras escuché algo peor: una dama con un broche de flechas al cuello (que sin duda la obligaba a no bajar la cabeza sin un piquete) alardeó: “Hice de mis hijas ingenieros navales…”. Quizá “hacer de las hijas o hijos” lo que sea está mal. Pero hacerlas ingenieros y no ingenieras es, cuando menos, una contradicción con la exigencia feminista de que hagamos visible a la mujer usando términos femeninos: la doctora, la ingeniera, la bióloga. Y otro juicio de valor evidentísimo: ser ingeniero naval es muy superior a ser una pobre experta en narrativa italiana del Renacimiento… Donde las tenemos refundidas… Pero, es peor: si una revisa un listado de estudios imprescindibles de la narrativa china o japonesa, griega, toscana, provenzal o novohispana… carajo, son hombres en su mayoría.
Hay carreras universitarias que se han feminizado, Psicología es una. Otras siempre han sido femeninas: Trabajo Social. Es claro que a las hembras humanas también se les disparan más los receptores de la hormona prosocial. ¿Y? ¿Es eso malo?
Raro sería que quienes tienen a su cargo la mayor parte de la educación de los hijos, las madres, no tuvieran respuestas prosociales mayores. Hay una prueba en absoluto incontrolable por la voluntad: el reflejo pupilar. La pupila se encarga de regular el paso de luz, no excesivo, no insuficiente, a la retina: se estrecha cuando salimos a la calle soleada, se abre al entrar a un lugar a la sombra. Bien: cuando una mujer mira un bebé, ajeno, pariente o no, el reflejo pupilar entra en acción y abre la entrada de luz. A los hombres no nos pasa nada… Ups, perdón… Sorry…
“Aún no entendemos cómo, pero pensamos que la oxytocina incita a las hembras en estro a interesarse por posibles parejas sexuales”, dice Nakajima.
“La oxytocina tiene efectos similares en humanos y en ratones, sin embargo, no está claro todavía si esa hormona influye la versión humana de la interacción, si trabaja por medio de una población similar de interneuronas. Los resultados sí ayudan a explicar cómo es que humanos, ratones y otros mamíferos responden a situaciones sociales variables”, dice Heintz.
Por lo pronto, recordemos un dato elemental: la hembra humana perdió el periodo de estro: está sexualmente disponible siempre (o nunca, se quejan algunos maridos). Fue un giro en la evolución que les permitió conservar en casa al cavernario que, por él, se habría ido en busca de nuevas oportunidades de regar sus genes, pero tuvo sexo disponible a diario. Ya nacido el hijo, pero no antes, la oxytocina hace su trabajo en el hombre y crea los lazos afectivos del amor paternal. Al respecto tiene Jared Diamond, autor de dos maravillas monumentales: Guns, Germs and Steel, y Collapse, un título pletórico de datos, como siempre en sus ensayos: Why is sex fun?, de donde traduzco unas líneas: “El sexo recreativo y la menopausia fueron tan importantes para nuestro desarrollo de fuego, lenguaje, arte y escritura como lo fue nuestra postura erecta y cerebros grandes”.
Retener al cavernario se volvió de importancia vital cuando el crecimiento de nuestro cerebro seleccionó, de la más cruel y monstruosa forma, a las hembras prehumanas que daban a luz prematuras. La cadera femenina tiene escasa elasticidad y no evolucionó en amplitud con la velocidad a la que crecieron los cerebros en los fetos. Así que las hembras prehumanas morían de parto con la cría atorada. Los Homo sapiens somos hijos de hembras que una mutación azarosa llevó a abreviar la gestación, abortar cuando el producto ya es viable, si bien con enormes cuidados, y heredaron a sus hijas esa mutación.
A los nueve meses tenemos los huesos del cráneo todavía flexibles, las suturas entre las diversas placas no han soldado, así que, si bien con dolores (“Parirás con dolor”, las sentencia el Génesis) que no muestran otras hembras de mamífero, las humanas dan a luz. Aun con parto facilitado por ser prematuro, la madre queda lastimada y débil como ninguna otra hembra de mamífero. La incapacidad de la recién parida si debiera buscar su alimento y la condición en absoluto inerme del recién nacido, exige la presencia del padre para la sobrevivencia. De ahí que los lazos sociales debieron ser parte de la evolución y nos convirtiéramos en la especie con la sexualidad más atípica: en secreto, sin percepción masculina de la ovulación, sin temporada de celo en la mujer. Todo para que el cavernario colabore en la sobrevivencia de las crías por largos periodos que no tienen paralelo en animales no humanos.
Así que… lo que me ocurre cuando digo “Pepe Delgado” no es sino una recepción de oxytocina en esas neuronas apropiadas… Hum… ¿será?
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