Un sistema de voto más eficiente

publicado en la revista «nexos»
# 391, julio de 2010

 

Construir sistemas de elecciones democráticas más seguros es una preocupación mundial y va desde nuevas tecnologías para las urnas, hasta formas de votación que resulten más representativas de la opinión ciudadana. En cuanto a las tecnologías, científicos de computación han creado urnas que nos darán resultados instantáneos: no más madrugadas esperando conteos que se retrasan, a veces por las circunstancias mismas del lugar, muchas otras por cálculo de mala fe: dar la apariencia de un súbito cambio en la dirección del conteo para salir clamando por el fraude.

La urna electrónica desarrollada en las universidades de Surrey y Birmingham, Reino Unido, con fondos del Engineering and Physical Sciences Research Council y colaboración de la Universidad de Luxemburgo, combina escaneo óptico de la boleta, procesamiento y encriptamiento de datos. No más votos anulados por accidente o de forma deliberada durante el conteo manual, no más errores en las cuentas.

Pero… si nuestro sistema de recuento, puramente manual, se dijo infiltrado por un “algoritmo” que alteró las computadoras… que no se emplearon, ya puede imaginar el sospechosismo con urnas electrónicas que entregan el voto impreso en papel, el orden de los candidatos cambiado al azar en cada una y otras certezas de confianza… o de fraude eterno.

En fin, si le interesa, contacte: pressoffice@epsrc.ac.uk.

En el maremágnum de opiniones que suscita la pregunta acerca de las vías más democráticas de representación, los mexicanos tenemos, al menos, un par de acuerdos: 1. La mayoría estamos de acuerdo en que democracia significa respeto a la decisión de la mayoría; 2. La mayoría estamos de acuerdo en que democracia significa respeto de la mayoría a las minorías. Hasta aquí se observan pocas excepciones. La principal podría ser la de quienes condenan como “mayoriteo” el ejercicio que la mayoría hace de su condición; pero es fácil identificar ahí el sustrato veleidoso, infantil y berrinchudo de quien clama contra la injusticia de haber perdido una discusión. El remedio les llegará con la aceptación adulta de que el mundo no es como debería, sino como es.

El problema de la representación es fácil verlo con un ejemplo límite: dos partidos, A y B, en igualdad de circunstancias de campaña, se disputan 300 distritos electorales con sus 300 curules de diputados. Por mayoría simple puede darse el caso de que A gane en los 300 distritos. Eso nos dijo el PRI durante 50 de sus 70 años en el poder y toda la Cámara de Diputados la conformaban priistas triunfadores en su correspondiente distrito. Pero puede ser un hecho real y no producto del fraude. Añadamos que B podría perder por uno o muy pocos votos en cada distrito. Tendríamos así que A se lleva el 100 por ciento de las curules con sólo el 50 por ciento más unos decimales de los votos emitidos. B, con casi lo mismo, un 49 por ciento y decimales de la votación, no obtiene ni un solo representante.

De ahí la idea de la representación proporcional. Suena bien cuando es poca: otorgar tres diputaciones al partido que alcanzó el 1 por ciento no levanta muchas objeciones. Comienza a tener objetores cuando el porcentaje se eleva porque paulatinamente avanzan las minorías quitando terreno a la mayoría. Y así, dar un tercio de las diputaciones a un partido que no ganó (de nuevo un ejemplo extremo) en ningún distrito, pero en conjunto alcanzó esa proporción de votos, causa alarma no sólo al partido ganador, sino a quien no se encuentre obnubilado por el amor a los suyos.

Lo difícil es mencionar cuál minoría y cuál derecho deben ser respetados y cuánto es justo dar a una minoría que pierde distrito por distrito. En particular, la conformación más representativa del Poder Legislativo causa escozores y no pocos malentendidos, de los de buena fe y de los de mala. Por supuesto, no tengo una propuesta mejor que las ofrecidas aquí por Casar, Woldenberg, Castañeda y Córdoba Montoya. Ofrezco un estudio hecho público este 1 de junio por la Universidad Carlos III de Madrid, España.

Suena muy bien

El título no podría ser más atractivo: “Científicos diseñan un sistema de voto democrático más eficiente”. Lo sigo punto por punto. Luego veremos que no sirve para nada, salvo como índice de preocupación mundial al respecto.

Los sistemas de votación ofrecen un voto y uno solo al elector, de manera que sólo puede señalar su partido o candidato preferido, sin aportar más información sobre lo que piensa de las otras opciones. Esto puede provocar una distorsión voluntaria del voto cuando el elector supone que su opción favorita no tiene oportunidad de ganar y vota por el siguiente menos malo. El famoso “voto útil”. En otros casos, cuando se pierde, se genera resentimiento al dar más valor a la opción propia, y derrotada, que a la contraria y vencedora. Es el clásico: “El triunfo de la derecha es moralmente imposible”. Y en “derecha” entran todos los que no me caen.

“Desde el punto de vista de la teoría económica, estas decisiones no son eficientes, en cuanto que no maximizan el bienestar social. Y eso es lo que tratan de evitar los investigadores que han desarrollado el sistema de voto por estandarización por pujas, y que han publicado recientemente Róbert F. Veszteg, de la Carlos III, junto a la profesora de la Universidad Autónoma de Madrid, Ágnes Pintér, en la revista European Journal of Political Economy”.

¿Qué son las “pujas estandarizadas”? Puja se llama, en las subastas, a las sucesivas ofertas de precios. Los investigadores proponen que los votantes puedan ordenar todas las alternativas de acuerdo con sus preferencias y den, además, un peso a esas preferencias. Para eso deben asignar un número a cada posición. Habrá quien a su preferido, 1, le asigne digamos un 100, y al segundo en orden de preferencia sólo 20; otro votante asigna al preferido un 100, pero al 2 un 90. Veszteg lo ilustra con un ejemplo. Si un grupo debe elegir entre tres opciones, A, B y C, primero las numera en orden de más preferida a menos. Pero cada elector pondrá una diversa distancia entre, digamos, B y C. Así que, dando los lugares 2 y 3 a B y C no es lo mismo el que casi no se decide, pero opta por B, que quien jamás aceptaría a C. Digamos que la cantidad de rechazo no es igual.

En una carrera de caballos, no es lo mismo que B gane a C por media cabeza a que le gane por 200 metros. Asignar en ambos casos un segundo y tercer lugar es injusto: uno casi gana el lugar 2, otro es un cuaco al que ya ni siquiera vale la pena ver llegar.

Los investigadores crean para eso una escala basada en la medida de estadística llamada desviación estándar y que mide precisamente estas diferencias entre posiciones que obtienen el mismo orden: entre los caballos en los lugares 1, 2 y 3 distingue al que pierde por una cabeza que al que pierde por una vuelta completa.

El propósito de los investigadores es encontrar algo similar para situaciones complejas. “Hemos querido pensar un sistema de votación relativamente sencillo que proteja a las minorías en las situaciones anteriormente descritas, donde esta protección se ve justificada desde el punto de vista del bienestar de toda la sociedad”, afirma Veszteg.

“El modelo matemático que describe el sistema de voto por pujas estandarizadas tiene un alto nivel de complicación, por lo que los investigadores optaron por emplear un método experimental para validar su propuesta. Este experimento se realizó con estudiantes a los que se invitó a una sala con ordenadores donde tenían que tomar decisiones en varias situaciones hipotéticas, utilizando tanto el voto plural como el sistema de voto por pujas estandarizadas”.

En resumen: pensemos en un sistema que permita ordenar los partidos políticos de preferido a rechazado. Luego pidamos al elector asignar, en la boleta para diputados, un peso a sus preferencias: digamos de 100 (totalmente a favor) a -100 (absolutamente en contra y sobre de mi cadáver), pasando por 0. Luego vendría el trabajo estadístico de calcular la desviación estándar entre quien eligió diputado del PRD con 100 y del PAN con 80, y quien a los mismos asignó 100 y 20, o 100 y -100.

Rescate de lo perdido

Creo que todo esto no sirve para nada: el conteo manual voto por voto y casilla por casilla, bajo la mirada atenta de partidos y observadores, la noche de la elección de 2006, hizo al perdedor clamar por fraude computarizado y luego “a la antigüita”… ¿Se imaginan una elección donde estemos discutiendo la desviación estándar entre el primero y el segundo lugares? Y en 300 distritos.

Pero podemos rescatar un par de puntos: 1. La preocupación por el balance entre mayoría y minorías es mundial y ocupa mentes de matemáticos, no sólo de políticos; 2. La propuesta española, simplificada, nos podría servir para, reduciendo a 100 los diputados “de partido”, o de minoría, ofrecer al elector al menos un listado en vez de una sola opción: colocar en orden de preferencias descendentes los partidos del 1 al 5. Y olvidar la desviación estándar que entendemos los que hemos visto una curva normal y podemos leer la letra sigma minúscula. Pero no olvidemos que nuestros diputados y políticos dicen “sumatoria” cuando quieren decir “suma”… Déjame ver… humm… ¿Cómo te explico? ¿Tendrás a mano tu College Mathematics, el de Schaum? ¿Has visto allí una que parece M de ladito…?: sigma mayúscula o sumatoria… ¿No? Oh my god.

Como puede verse, siempre acabamos dando frentazos con nuestro deplorable y caro sistema educativo.

 

la talacha fue realizada por: eltemibledani

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