Religión y cerebro
# 388, abril de 2010
Planck afirma que no es posible hacer ciencia sin tener fe, como la fe profunda que sostuvo a Kepler al buscar el plan de la creación; para Einstein el anhelo de verdad del científico viene de la esfera religiosa: de la “fe en la posibilidad de que las normas que rigen al mundo sean racionales, esto es, asequibles por medio de la razón. No puedo concebir a un auténtico científico que carezca de esa profunda fe” (Ciencia y religión).
Más entusiasta es lo que podríamos llamar el Credo de Sheldon Glashow, otro Nobel de física: “Creemos que el mundo es conocible, que hay reglas que gobiernan la conducta de la materia y la evolución del universo y que cualquier extraterrestre inteligente, dondequiera que esté, acabaría por alcanzar el mismo sistema lógico que tenemos nosotros para explicar la estructura de los protones y la naturaleza de las supernovas. Este enunciado no puedo probarlo, no puedo justificarlo. Es mi fe” (“We believe that the world is knowable”, NYT, 22 de octubre de 1989).
Dice, con razón, que se trata de fe porque no hay prueba alguna de que sea posible esa meta de la ciencia. Partimos de la intuición de que así debería ser y llegamos al convencimiento sin argumentos de la razón que pudiéramos exponer a un escéptico.
Los creyentes en alguna religión asumen que es esa institución la fuente de la moralidad, con lo que a los no creyentes nos lanzan a todos los desenfrenos. Pero los conceptos de bien y de mal, justicia e injusticia, no se basan en la religión. Por el contrario: no pocas veces las religiones, en particular las tres monoteístas, justifican el homicidio, la tortura, la guerra y los peores daños al prójimo como parte de una tarea salvadora.
El término moral, como todos sabemos, nos viene del latín para costumbre. Pero hace tiempo que no toda costumbre es moral, por lo menos para quienes rechazamos el relativismo cultural: no es moral negar voz y voto a las mujeres, llevarse una pierna del enemigo muerto para cocinarla en pozole ni quemar vivo al hereje para salvar su alma. Los humanos hemos construido, en Occidente, un conjunto de derechos que son obra de un lento y dificultoso proceso civilizatorio.
El estudio de Harvard
Así es como moral pasó a ser, en la definición de Savater en su Diccionario filosófico, administración de la vida propia, pautas de una comunidad y valoraciones de la vida en sociedad… asunto complicado, pues. Señala que el uso común rara vez acierta a diferenciar entre ética y moral, con lo que nos tranquiliza a quienes nos debatimos en esa duda. Todos sentimos que hay en nosotros una convicción de lo que es ético y lo que no lo es; aunque incurramos en actos no éticos y los justifiquemos, una vocecilla nos dice que nos estamos mintiendo.
La bibliografía sobre especies no humanas en donde se observan comportamientos similares a los que la moralidad humana pone por escrito es enorme, simplemente el comportamiento altruista, aun a costa de la propia vida, se observa en las hormigas que fabrican puentes con sus cuerpos, abejas que al atacar mueren, aves y mamíferos que al dar señales de alarma se exponen al predador.
En la Universidad de Harvard han sido puestas a prueba dos teorías al respecto. “Para algunos”, dice Marc Hauser, “no hay moralidad sin religión, mientras otros ven la religión como meramente una vía para expresar las intuiciones morales propias”. El coautor del estudio, Ilkka Pyysiainen, señala: “Algunos estudiosos sostienen que la religión evolucionó como adaptación para resolver problemas de cooperación entre individuos sin relación genética, mientras otros proponen que la religión emergió como un subproducto de capacidades cognitivas preexistentes”.
El mejor ejemplo de lo primero nos lo ofrece Iván Karamásov: su rechazo al universo injusto creado por Dios y cómo le devuelve el boleto de entrada mientras se pregunta si todo estaría permitido en caso de no haber Dios.
El estudio de Harvard, publicado por Cell Press en Trends in Cognitive Sciences, “apoya la teoría de que la religión no emergió originalmente como adaptación biológica para la cooperación, sino evolucionó como un subproducto distinto de funciones cognitivas preexistentes”, dice Pyysiainen. “Sin embargo, la religión puede jugar el papel de facilitar y estabilizar la cooperación entre grupos”.
Entra a escena la intolerancia cuando “en muchas culturas los conceptos y creencias religiosas se vuelven la manera común de entender las intuiciones morales”. Por ese motivo, mucha gente percibe “toda crítica a la religión como amenaza fundamental a nuestra existencia moral”, concluye Hauser.
El daño cerebral modula la espiritualidad
Es también Cell Press quien publica en Neuron una exploración de las bases neurales de la espiritualidad en pacientes antes y después de una cirugía para remover un tumor cerebral.
Cósimo Urgesi y sus colegas de la Universidad de Údine, Italia, estaban interesados en una expresión de espiritualidad denominada auto-trascendencia, que consiste en una disminución en el sentimiento del yo y una percepción del individuo como parte integral de un todo con el universo. Encontraron que un daño selectivo de la región parietal posterior, izquierda y derecha, inducía un incremento de este sentimiento “oceánico”. “Por lo tanto, la actividad disfuncional en las regiones parietales podría apuntalar estados espirituales alterados, así como actitudes y conductas religiosas”.
Los resultados obtenidos en Údine podrían resultar en nuevas estrategias para tratar algunas formas de enfermedad mental. Contacto: Cathleen Genova, cgenova@cell.com
En la relación ciencia-religión (considerada ésta en su más amplia acepción, no eclesial) hay otro aspecto, de aún mayor interés, y es el que han tocado con entusiasmo místico los más grandes físicos del siglo XX, desde Planck y Einstein hasta Pauli y Jeans, a quien debemos una expresión llena de maravilla y misterio: “El universo se parece cada vez menos a una gran maquinaria y cada vez más a un gran pensamiento”.
Y más asombroso: “La mente ha dejado de ser considerada como un intruso en los dominios de la materia; estamos empezando a sospechar que más bien deberíamos saludarla como creadora y gobernadora del reino de la materia —no, por supuesto, la mente de cada uno de nosotros, sino la mente en la que existen como pensamientos los átomos a partir de los cuales se han desarrollado nuestras mentes individuales”.
Y más: “Aquellos átomos inertes que en el limo primigenio comenzaron por vez primera a prefigurar los atributos de la vida estaban tratando de ponerse más de acuerdo, y no menos (no separándose para volverse intrusos), con la naturaleza fundamental del universo”.
En La ciencia y lo bello sostiene Heisenberg, a quien debemos el principio de incertidumbre, eje de la cuántica: “Según Pitágoras y Platón, la variopinta multiplicidad de fenómenos puede comprenderse porque, y en tanto que, por debajo de ella subyacen principios formales unitarios, susceptibles de representación matemática. Este postulado constituye ya una anticipación de todo el programa de las ciencias exactas contemporáneas”.
En un giro de 25 siglos, la física cuántica ha redescubierto a Platón y concluye, con Berkeley, que “ser es ser percibido”.
Continuará…
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