Soy totalmente "autodefensa"
columna: «la calle»
En Chiapas vemos paramilitares, en Michoacán son autodefensas. Los primeros son malos porque se alzan en armas contra sectores del pueblo bueno alzados en armas con justicia. Las segundas son buenas porque se alzan en armas contra sectores del pueblo malo alzados en armas para cometer injusticia. En ambos casos, civiles armados sin sujeción a ley ni reglamento.
Otra: dicen las normas que el ingreso a una fuerza de policía se debe hacer mediante un riguroso proceso de selección que elimine, desde la solicitud misma, al sádico, al débil mental, al incapaz de distinguir los derechos de un detenido. Pero cuando no se llama “policía de Parangaracutirimícuaro” es correcto que cualquier vecino se levante en armas sin selección ni filtrado.
Distingamos dos aspectos: el civil que se compra una escopeta para defender su propiedad y su familia, pistola para el coche; el héroe que vimos dar el día libre a sus campesinos y esperar solo y viejo, con todos los rifles y pistolas a su alcance, la llegada de los narcos que le habían sentenciado: “Nos gusta tu ranchito” e iban a tomar posesión. Los recibió a balazos y deseo que haya matado a muchos. Luego lo mataron a él porque “Dios está con los malos cuando son más que los buenos”. Es autodefensa.
Pero, entre quienes se arman para resolver la crisis de seguridad cuando la policía ha demostrado de forma sobrada su incapacidad o, peor, complicidad con el crimen, ¿cómo evito que a río revuelto llegue lo mismo el indignado que el sádico, el aquejado de idiocia profunda, al prepotente de toda su vida ahora con arma que puede disparar sin rendir cuentas?
En la formación de un policía debe haber una automatización de lo que puede y no puede hacer. Aun en situaciones de riesgo, al ir por un criminal, reciben entrenamiento para decidir, en décimas de segundo, si disparan a matar o no: brinca imagen de un individuo con metralleta al hombro y dispara: aprueba el examen. Salta imagen de mujer aterrorizada y el bulto contra su hombro es un niño en brazos, y dispara… está eliminado de la policía.
Voy por carretera a Apatzingán con hijos y nietos (debo estar loco), veo a lo lejos un retén del Ejército y un soldado con una banderola roja. Me detengo sin dudar, aunque ya se han dado casos de criminales disfrazados. Pero si veo a lo lejos un grupo de civiles armados que me hacen señales de parar… busco la forma de huir en sentido opuesto a toda velocidad. Recibo una lluvia de balas: pueden ser criminales que nos iban a robar y secuestrar o autodefensas, civiles que se arrogan autoridad para detener y revisar a otros civiles con el único argumento de mostrar armas.
Esto debería ser obvio en un país con instituciones democráticas. No lo es para un sector de la población porque en la izquierda sigue latiendo, disimulado y nostálgico, un corazoncito que anhela aquel momento
epifánico que tanto soñamos en desvelados cursos de materialismo dialéctico, en seminarios sobre el foco guerrillero o la revolución permanente.
Somos el guadalupano que ha perdido la fe, admite la inexistencia de Juan Diego, los muchos y torpes retoques a la imagen fea y de hombros enormes, la tontería de un bordado que no sigue los pliegues y, zas, un buen día, allí la tiene enfrente, la Morena negada. Y caemos al suelo clamando: ¡Pero si siempre creí en ti, Morena de mi alma, oh Revolución, oh Paráclito que desciende sobre el Pueblo: es el despertar de la hipnosis colectiva que la TV (excepto la de Epigmenio) y los Sabios de Sion, la judeo-masonería burguesa, y sus hijos los pequeño-burgueses, maquinaron para, adormecido el pueblo, esquilmarlo sin piedad.
No aprendemos: lo hicimos con el Muro de Berlín y con Cuba, recaímos con los sandinistas, luego con el subpoeta Marcos, ahora hasta con Maduro y sus pajaricos chiquiticos y las piedras donde se le aparece Chávez. Esta temporada vienen mucho las autodefensas.
¿Y el asesinato de Gonzalo Rivas, quemado vivo por los normalistas que incendiaron a propósito la gasolinera donde trabajaba?
Novedad 2013: No hubo barco para mí, e-book.
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