Microempresas o megainversiones

publicado el 29 de octubre de 2012 en «Milenio Diario»
columna: «la calle»

 

¿Qué hay en común?: Medio centenar de ciclistas muertos por atropellamiento y medio centenar de peatones muertos por el transporte colectivo en Guadalajara, 4 de 10 por descuidos del accidentado; desde la Costera de Acapulco jamás se ve el mar porque hoteles de 30 pisos lo ocultan, grandes supermercados en vez de estanquillos, cadenas de cafeterías idénticas, dos librerías multiplicadas por decenas de sucursales... y que, una de sus ventajas, en muchas ciudades son la primera librería que sus habitantes ven; editores pequeños, a cargo de su fundador, engullidos por los gigantes mundiales que no apuestan a novatos como hizo Joaquín Mortiz y así abrió en México camino a la literatura joven.

Es el mundo de las grandes inversiones. Sin duda son deseables y hasta imprescindibles en el acero, minería, petróleo, electricidad, fabricación de computadoras, de autos y tractores; pero ¿no podemos promover la micro-empresa, la captación familiar del turismo? ¿Debemos ser Las Vegas? Tenemos mejor clima (en el sur) y mejores playas, subutilizadas en espera del próximo gran hotel de cadena mundial.

Veamos otro mundo que siempre he envidiado: en Buenos Aires, Madrid o París, el soltero habita un departamento en edificio de seis pisos, baja por las mañanas a desayunar al café de la esquina (siempre hay uno), sale del trabajo a comer al restorán del barrio donde sin dificultad ofrecen una copa de vino de la casa y un alcohol como digestivo sin permisos extraordinarios ni "cajones de estacionamiento" porque la gente del área va a pie. Al término de su jornada pasa por la calle donde por tres o más cuadras hay expendios de frutas y verduras, carnicería, panadería, farmacia, una florería, tintorería y una lavandería con máquinas de monedas.

¿Cuál es la gigantesca diferencia respecto de nuestro sistema de megainversiones y facilidades para atraer capitales que se escriben con ocho ceros y de dólares? Que el verdulero es dueño de su pequeño negocio, también los carniceros y panaderos. Así que la venta se reparte en decenas de familias.

La primera vez que estuve en una famosa isla, al pie de la escalerilla del barco aguardaban varias decenas de mujeres y muchachos jóvenes ofreciendo un cuarto en sus propias casas. Acepté a la que ya se había apoderado de mi maleta y resultó ser la casa del peluquero. Me ofreció una cama sin más privacía que una colcha usada colgando de un alambre. En la esquina desayunaba café y pan, el dueño me enseñó los primeros artículos con sus respectivos géneros: "No, no", dijo, "ena café, pero no ena coca-cola, sino mía coca-cola".

Unos años después, ya no ofrecían un cuarto de su propia casa ni cama tras de una colcha colgada, sino tres cuartos construidos en otoño-invierno para rentar en verano y provistos de baño. En la actualidad ya tampoco son tres cuartos, sino un pequeño hotel de unos veinte cuartos máximo, y allí cerca otro, y otro: Muchas familias viven de su micro-empresa y no dependen del salario en un Hilton o Fiesta Americana... que no hay. Ninguno tapa el mar. La ordenación municipal es clara: el mar, luego playa o rocas, malecón amplio y ondulante según sea la costa, calle, acera de varios metros y luego el frente de las construcciones en el estilo de la isla. La acera, por darle un nombre, es tan ancha que permite toldos para cafés, tabernas (restoranes), heladerías, tiendas de artículos para el turismo, más tabernas.

Tiene el sistema una desventaja: el verdulero de la rue Lepic no puede comprar por toneladas y así obtener mejor precio, como hace un súper. Misma desventaja de nuestros viejos estanquillos de los que ha desaparecido hasta el nombre: ya ninguna madre pide al hijo que vaya al estanquillo a comprar un veinte de manteca (que daban en un pedazo de papel de estraza), los locales pequeños están copados por oxxos y Seven-Eleven; la cafetería es Sanborns o Vips, donde también se puede comprar un libro de "superación personal" o algunas novedades literarias, una figurita de porcelana, chocolates, discos, maletas, relojes, condones y medicamentos.

Es orgullo de ciudad mediana tener un nuevo centro comercial... ¿Son las ciudades que deseamos?

Gonzalo Rivas

Los normalistas de Ayotzinapa incendian una gasolinera, empleado incluido. Piden plaza automática y vitalicia. Hum... ¿necesitamos normales? Que las cierren sus alumnos.

 

la talacha fue realizada por: eltemibledani

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