Otro misterio resuelto

publicado el 10 de junio de 2012 en «Milenio Diario»
columna: «se descubrió que...»

 

¿Por qué el sistema inmune de la madre no ataca y destruye un organismo claramente ajeno, como es el feto? En ocasiones ocurre y tenemos entonces un aborto espontáneo. Pero no estaría aquí la humanidad ni los animales desarrollados dentro de una placenta y un líquido de enorme parecido al agua de mar, si no hubiera forma de que el embrión y luego el feto se defendieran de los ataques lanzados por su propia madre. Placenta y feto tienen sello propio: un ADN distinto. De ahí que sea una pésima defensa del aborto decir que la mujer puede arrancarse un feto como si se cortara un dedo. No es su cuerpo y se puede certificar con una análisis de ADN.

Para la igualdad jurídica de la mujer ha sido notable el empuje de las lesbianas. Por eso las excepciones son tan notorias. Norma McCorvey, cuyo caso, como “Jane Roe” fue crucial para despenalizar el aborto en EU, tras de su conversión al catolicismo, religión de su pareja erótica Connie Gonzales, es militante anti aborto y ya no es lesbiana… dice.

El sistema de inmunidad, una maquinaria asombrosamente compleja, recorre con la sangre y la linfa todos los rincones del cuerpo en busca de elementos extraños, sea porque llevan un ADN distinto o porque muestran malformaciones, como las de células cancerosas que son propias, pero anómalas: se toma un molde a la célula sospechosa, el molde va a análisis, se confirma que es patógeno y se producen los anticuerpos adecuados empleando el molde que, como todo molde, va a la inversa.

El transplante de órganos tiene como problema esencial la destrucción del órgano. Es el sistema de inmunidad el responsable pues detecta un objeto extraño y lo ataca. Para evitar ese rechazo, se induce una inmunosupresión, un estado artificial como el que produce el VIH.

Investigadores de la New York School of Medicine, con Adrian Erlebacher al frente, publican en Science del 8 de junio un importante descubrimiento que responde esta pregunta, inmediata desde que dejamos de atribuir las enfermedades a castigos y la sanación a milagros: por qué el sistema inmune de la madre no mata al feto como tejido extraño.

La respuesta era urgente en transplantes y en biología reproductiva. El feto y su envoltorio, la placenta, “expresan antígenos dispares con los de la madre”. ¿Cómo evitan el rechazo? “Lo que encontramos fue completamente inesperado a cada uno de los niveles”, afirma Erlebacher.

Una vez fecundado un óvulo, se implanta a las paredes del útero y comienza el desarrollo del embrión, orquestado por el nuevo ADN. Pero mami no lo quiere. El equipo descubrió que el embrión apaga un proceso clave para que el sistema inmune ataque cuerpos extraños (es el primer nivel de xenofobia, cseno, cseno).

Un rasgo central del sistema inmune, tanto contra patógenos como tejidos trasplantados, “es la producción de quimokinas en respuesta a un proceso inflamatorio local. Las quimokinas reclutan varios tipos de células inmunes, entre ellas células T activadas, que se acumulan y atacan el tejido extraño o al patógeno”.

Durante el embarazo, “los antígenos extraños del feto en desarrollo, así como la placenta, entran en contacto directo con células del sistema inmune materno sin que produzcan el típico rechazo visto en el transplante de órganos”.

Hace unos años, Erlebacher y su equipo de investigadores encontraron que las células T, preparadas para atacar el feto como un cuerpo extraño, de alguna forma frenaban esa tarea sencilla que se repite varias veces al día ante virus, bacterias, células cancerosas y todo lo detectado como ajeno, el no-yo. Parecía haber una barrera que evitaba el trabajo inmune contra el feto. El equipo puso atención a las propiedades de la estructura especializada que contiene a la placenta y al feto. Se le llama decidua, plural neutro del latín decisum: caídas, de donde también nos viene decidir y deceso. Es el endometrio o mucosa uterina dispuesta para que anide el embrión. Y se desprende, cae, en cada menstruación, de ahí su nombre.

Descubrió el equipo que, al inicio del embarazo, se apagan los genes responsables de reclutar células T dentro de la placenta, detectada como inflamación. Tras de su implantación, el embrión desactiva o silencia los genes de las quimokinas. Al bloquear los cornetas del ejército de mami, las células T no sitian al embrión para destruirlo.

Los cambios observados en el ADN son del tipo llamado epigenético, lo cual significa que son “modificaciones que cambian la expresión de los genes sin que ocurra una mutación heredable del gen”.

Errores en este proceso, explica Erlebacher, pueden conducir a complicaciones del embarazo, como parto antes de término, aborto espontáneo y preeclampsia, también llamada toxemia gravídica (hipertensión, hinchazón, grandes cantidades de proteínas en la orina). En conjunto, este desorden evita que la placenta nutra adecuadamente al feto.

 

la talacha fue realizada por: eltemibledani

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