IV. Claves y conclusiones
columna: «la calle»
Insisto en Tlatelolco porque estoy convencido de que marcó al país no sólo aquella masacre, sino la actitud que asumimos ante ella. Echeverría intentó la compra de legitimidad y en buena medida la obtuvo. La expresión "Echeverría o el fascismo" indica el grado de postración nerviosa en que cayó la inteligencia nacional. Luego, con López Portillo vimos cumplidas viejas demandas de izquierda como nacionalización de la banca y control de cambios. Del consecuente derrumbe, que aún pagamos, fueron culpables no sólo quienes intervinieron enclaustrados para preparar el golpe, sino los que aplaudimos y lloramos de emoción. A partir de 1982 se sintió desaparecer la fuerza legal del Estado: ningún gobernante deseaba cargar con nuevas acusaciones. Y así perdimos las riendas y se nos desbocó la delincuencia al amparo de un chantaje: te acuso de un tlatelolcazo.
Por eso quiero volver a esa tarde y a lo que vi. Cuando el fuego arreció, comenzó a bajar del plafón a la pared. Las esquirlas ya quemaban las manos de los detenidos en el tercer piso del edificio Chihuahua. Entonces, los del guante blanco nos ordenaron tirarnos al suelo (cortesía que no se tiene ante quienes van a asesinar). Ellos hicieron lo mismo para protegerse con el barandal de concreto. Dejaron de disparar, no así el Ejército. Ya no pude ver la plaza, pero estuve convencido de que estaban acribillando a toda la gente, sin excepción, y que en pocos minutos nos rociarían de metralla a los detenidos.
Un hecho extraño, que ya relaté, fue que los de guante blanco gritaran al Ejército ¡No disparen!, y más raro que se identificaran como Batallón Olimpia. Y aún más: que la balacera se prolongó horas. Para acribillar una multitud inerme bastan cinco minutos de metralla. Pero, horas después continuaban los disparos, lejanos, dispersos... ¿Quién disparaba? De madrugada, policías nos bajaron desnudos al pie del edificio y nos golpearon. Los soldados nos llevaron a camiones. Siempre protegiéndose... ¿de quién? Fotos aparecidas después, y escenas filmadas, muestran soldados disparando hacia arriba: al tercer piso, a la azotea y a ventanas del Chihuahua y otros edificios. Están apuntando a blancos precisos. Se habló de francotiradores y por supuesto los hubo. Unos fueron del Olimpia, hasta allí me consta de forma personal: los vi disparar y los oí gritar su nombre.
Recuento
¿Mataron gente en la plaza? Sin duda. Cuánta, no sé. En Tlatelolco hay un monumento a los caídos y tiene escritos 38 nombres: los localizados por una comisión del Congreso cuando mis compañeros del 68 llegaron a diputados por partidos de oposición y dispusieron de fondos federales para investigar. Para disparar sobre el mitin, no les importó a los agresores la prensa internacional llegada a cubrir las Olimpíadas. A los dirigentes nos pudieron matar allí o en el Campo Militar 1, donde estuvimos desaparecidos más de una semana, en abierta violación de leyes y derechos.
Nos pusieron en celdas aisladas. Los días siguientes comenzaron a sacar uno por uno para interrogatorios. Todos los que salían volvían. Se oían las botas del rondín, supongo que a todos se nos paralizaba el corazón, como a mí... Se detenía frente a una celda... un descanso momentáneo, porque ya vendrían por mí... Decían el nombre del preso y lo sacaban, se oían los pasos de botas claveteadas alejándose. Al cabo de unas horas, se oían volver, detenerse ante la misma celda, abrirla, volver a cerrar: "Regresaron a Pablo"... "Regresaron a Gil...", anotaba yo en la memoria como luego supe que hacían todos. Al que sacaron más veces fue a Sócrates. A mí sólo una.
Observación
Ya preso, supe por mis visitas a la cárcel presentes en el mitin (y que di por muertos) que los soldados estuvieron convencidos de que éramos nosotros quienes les disparaban: los mandos militares nunca supieron que habría una provocación armada. Pregunté por conocidos muertos. Ninguno. Para culpable nos gusta Echeverría: no lo hemos probado.
Hemos permitido que se levante un muro de horrores, como si los ocurridos nos parecieran insuficientes: fusilados, heridos incinerados vivos (sugirió el profesor Fausto Trejo en TV). Es un hecho que se podía salir de la plaza y los soldados mostraban por dónde. Fausto, profesor del IPN, salió. Pero a Raúl Álvarez el filtro lo detuvo. Así hemos colaborado a impedir el uso de la fuerza legítima del Estado. Así nos va.
Imprímase y léase cada 2 de octubre hasta el fin de los siglos. Amén.
Más en: Los días y los años (1971), Otros días, otros años (2008).
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