II. 68: la guerra contra Barros Sierra
columna: «la calle»
No sólo quienes estuvimos al frente del 68 vimos la importancia del rector Barros Sierra en la consolidación de un frente universitario completo: lo vio el gobierno y comenzaron los ataques personales. Un discurso como el pronunciado por el rector y la bandera a media asta en la Rectoría eran imperdonables. En la Cámara de Diputados se lucieron Luis M. Farías, Porfirio Muñoz Ledo y otros. El PRI, que sigue aferrado a su sistema de colusiones, hoy pide homenaje a Barros Sierra desde el tumor y sus metástasis.
No únicamente el gobierno de la ciudad —que nunca permitía manifestaciones— autorizó dos a la misma hora y el mismo día, 26 de julio, también "alguien" llenó de piedras los basureros de Cinco de Mayo y Madero, observación muy mencionada por entonces y ahora casi en el olvido, salvo por Gilberto Guevara hace dos años.
Las "detenciones preventivas" eran comunes por aquellos años, así que, ante la cercanía de los Juegos Olímpicos, el PRI montó un pretexto que le permitió desalojar las oficinas del Partido Comunista y detener a sus miembros. Era táctica usual, pero en esta ocasión el exceso desbordó a los provocadores. Lo señalaría así también el rector, años después. Cuando los directores hicieron un primer llamado de volver a clases, en agosto, ni las escuelas técnicas obedecieron. La huelga se extendió.
5. En el mitin donde anunciamos los famosos seis puntos del pliego petitorio, fue obvio que habíamos subido la mira: no pedíamos la salida de los detenidos en los disturbios del centro, sino de todos los presos políticos, incluidos los ferrocarrileros presos desde 1959. Al hacer el anuncio en Filosofía ante un auditorio repleto, yo, presidente de la Sociedad de Alumnos que había quedado como uno de los delegados al recién integrado Consejo Nacional de Huelga, debí asesorarme para saber bien el nombre de Campa, Valentín, y otros detalles, porque me sonaba Vallejo y nada más. Así que, la multitud que llenaba el gran auditorio Justo Sierra podía haber aullado que no era eso lo que pedían, sino una disculpa a la UNAM y despido de los comandantes de granaderos. No lo hizo. Se unió a marchas exigiendo libertad para gente de la que apenas o nunca habían oído hablar.
¿Qué había pasado? No lo sé bien. Pero muchachas de la Democracia Cristiana, que nos aborrecían por haberles ganado un par de elecciones estudiantiles, comenzaron a quedarse a las guardias, no a dormir porque no era apropiado; pidieron botes para solicitar en las calles aportación económica y un día, luego de cantar con nosotros canciones de la Guerra Civil española ante una fogata, nos invitaron a entonar De colores, que yo asociaba con estudiantinas y no con las nuevas corrientes de la Iglesia católica. Lo supe después. Y ahora ato cabos: la Iglesia, la católica, se había movido y no veía con malos ojos un movimiento que atacaba al gobierno que no la dejaba votar ni salir a la calle con sotana ni dar educación religiosa… La Eterna Puta hizo cuentas: el enemigo de mi enemigo es mi amigo…
De colores era el himno de los cursillistas: católicos laicos y militantes. En 1994 darían muchos aliados al EZLN. Por eso entró a la huelga la Universidad Iberoamericana, de jesuitas, y otras más.
Y así, cada uno de los ofendidos por el régimen de la Revolución, enfiló su tabla de surf para montar la enorme ola. La sacudida fue estrepitosa. Pero el 27 de agosto metimos la pata:
6. Nos habíamos atado las manos con una demanda no definida: diálogo público. Y no decíamos ni dónde ni cómo. Al término de la más alegre y nutrida manifestación, la del 27 de agosto, Sócrates Campos Lemus preguntó a la multitud en el Zócalo si el diálogo debía efectuarse allí el 1 de septiembre, día del Informe presidencial. "¡Sí!", rugió la gente. Entonces debíamos montar guardia hasta esa fecha. Nadie junto a él fue capaz de tomar el micrófono y explicar que sería un inmenso error y no teníamos medios previstos. Así que los votantes votaron y… se fueron a cenar a sus casas y a dormir en sus camas. Cuando la plaza quedó rala y nos disponíamos a instalarnos, salieron soldados del Palacio Nacional y nos dispersaron.
En el Informe, Díaz Ordaz lanzó amenazas entre aplausos atronadores. Un entusiasta fue Porfirio Muñoz Ledo, amo todavía del trapecio. El 13 de septiembre realizamos la manifestación silenciosa: ya íbamos a la defensiva.
El Ejército ocupó la Ciudad Universitaria la noche del 18 de septiembre.
Relato amplio: Los días y los años (1971), Otros días, otros años (2008).
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