5 motivos de orgullo 5
columna: «la calle»
No deberíamos sentir orgullo de lo que no logramos, ni vergüenza de lo que no somos responsables. Es patriotera, hueca y engreída la campaña en torno a dos siglos de independencia resumidos en el "orgullo de ser mexicano". Los mexicanos por nacimientos no elegimos nacer aquí. Hagamos recuento de motivos de orgullo:
1. Que la independencia se retrasó once años gracias al cura Miguel Hidalgo, quien logró horrorizar, cuando no matar, a convencidos de la independencia. Su levantamiento duró diez meses y el virreinato siguió tan campante.
La independencia se logró en 1821 cuando el recién desembarcado nuevo virrey, Juan O’Donojú, no tomó siquiera posesión porque aceptó en Córdoba la propuesta de los insurgentes, encabezados por Vicente Guerrero y Agustín de Iturbide. El virrey entró a la Ciudad de México como parte del nuevo gobierno.
(Por cierto: no tenemos dibujo de época del cura Hidalgo. La imagen por todos conocida la mandó pintar Maximiliano, 55 años después, y puso a modelar a un cura austriaco, según me informa Jaime Sánchez Susarrey).
2. Que heredamos de España un territorio con más de cinco millones de kilómetros cuadrados y nos quedan poco menos de dos.
La frontera sur de México era Colombia (Panamá, entonces colombiano). A dos años de la independencia se nos separó toda Centroamérica por hartazgo de nuestro mal gobierno.
Doce años después, en 1836, Texas declaró su independencia por las mismas razones: falta de libertades religiosas, económicas y políticas, hacienda abusiva y esquilmadora con los inversionistas. El presidente Santa Anna quiso retener la provincia y sólo hizo una masacre de texanos en El Álamo, que todavía nos refriegan.
En 1847 perdimos desde California hasta Texas por una guerra (que no venta, como decimos para justificarnos) con EE.UU; pero no fue poca la ayuda de la guerra civil simultánea desatada por la Iglesia católica: los "niños bien", llamados polkos por su afición al baile de moda, la polka, se rebelaron contra los impuestos de guerra a la Iglesia. Por suerte perdimos y nadie, en aquellos territorios, suspira por devolverlos al gobierno mexicano. Sólo imagine California gobernada desde el DF: San Francisco hace plop y se convierte en Cuautitlán. Eso ¿produce orgullo?
3. Si revisamos los últimos 200 años de progreso mundial, no hemos aportado gran cosa: ni los Derechos Humanos ni la Revolución Industrial ni la electricidad ni la física cuántica ni la astronomía ni la computadora ni la Internet, ni nada que hoy sea parte de la vida civilizada nació o tuvo su impulso en México.
4. Nuestros hermosos paisajes, playas y volcanes... no son mérito nuestro, allí estaban antes que nosotros y, por el contrario, hemos logrado su deterioro: la ciudad de México ya no tiene sus lagos ni ríos, es un riesgo nadar en la bahía de Acapulco. Tapamos con hoteles la vista de las playas en vez de hacer, como Brasil en Copacabana, un enorme malecón para todos, con los hoteles detrás y la vista a la bahía despejada.
5. Nuestras antiguas culturas... Ninguna contribuyó a la construcción de la ciencia, la tecnología y las libertades actuales.
Que los mayas fueron astrónomos. Falso: los mayas hicieron observaciones. No dieron el salto a la astronomía porque no pensaron jamás en explicar los movimientos celestes por leyes naturales. Y en todo caso, para nada los necesitaron Galileo, Kepler y Newton, los creadores de la astronomía que comenzaron por redescubrir el sistema heliocéntrico de Aristarco de Samos. Ni siquiera tuvieron noticia de ellos. Y aquellos mayas no eran mexicanos. Los mexicanos somos una combinación que no existía en el siglo X en que se colapsó la última etapa maya. Tres siglos antes de Cristo, en el preclásico maya, Eratóstenes estaba midiendo la circunferencia terrestre con dos instrumentos: la sombra de un palo y la fulgurante geometría de Euclides. No hay nada igual en la historia humana. Ya Aristóteles había creado física, biología, lógica, metafísica y filosofía sin dioses y con valores que aún perduran.
¿De qué, pues, estamos tan orgullosos?
Aclaración: hombría de bien
Hay cosas, Presidente, que un hombre de bien no hace, apoyos que no olvida: [el ofrecido por el PRI en la toma de posesión presidencial, la disposición de Beltrones a las reformas] y perfidias que no perdona: [la traición del perdedor del 2006 al juego democrático]. Ahora va en alianza indigna con un PRD que no lo reconoce, y contra el PRI que pudo impulsar cambios urgentes.
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