Oligocracia y nanocracia
columna: «la calle»
Ojalá y de veras tuviéramos una "partidocracia", como tantos han dicho. Lo peor del caso es que no la tenemos porque no hay partidos realmente existentes. Esto es, partidos en los que viéramos a sus militantes escuchar diversas propuestas de los diversos candidatos, a los candidatos debatir, argumentar, darse con cuanto hay sin incurrir en la simple injuria ni la calumnia, o responder por éstas ante la ley. Pero no tenemos nada de eso, sino apenas una oligocracia: estamos en manos de un puñado. No son siquiera una aristocracia, un gobierno de pocos pero sobresalientes, pocos muy destacados, pocos y brillantes. Son unos cuantos que no miran sino por su beneficio inmediato. Una nanocracia de enanos mentales que se cuidan las espaldas unos a otros.
No existen partidos cuando, en el PRD manda un personaje y uno solo, los demás callan. Unos por temor, otros por complacencia. Pero es el partido de un cacique. En el PAN hay el triple: tres personas importan cuando se trata de aceptar lo inaceptable, como fue la decapitación del IFE, la transformación de una institución ciudadana en apéndice de unos cuantos políticos pertenecientes a la Banda de los Tres. En el PRI tenemos el caso más excelso de democracia, pues se deben conjugar voluntades de cinco veces más afiliados que en el PRD. Cinco priistas hacen y deshacen, reforman la Constitución a su arbitrio, pasan sobre principios básicos del Derecho y normas constitucionales esenciales, y los demás bajan las orejas y la cabeza.
Sumando los mencionados, tenemos que una decena escasa y rabona de oligarcas nos prohíben, desde la mismísima Constitución, hablar mal de ellos, aunque probemos lo dicho; nos impiden ofrecer argumentos contra sus candidatos en campaña; amenazan a los medios con cancelar lo que generosamente llaman "concesiones" si incurren en el traspié de disgustarlos; cancelan la esencia de la democracia, que es el derecho a ser votado, con o sin el aval de los partidos. Ni el PRI de la dictadura perfecta se atrevió a hacerlo ley.
Hubo candidatos lanzados por agrupaciones no reconocidas como partidos por la ley. No tenían esperanza alguna de ganar, pero no se erigió contra ellos la prohibición expresa de competir. Casi siempre fue la izquierda quien tuvo este tipo de abanderados puramente simbólicos, pero allí estuvieron y con ellos marchamos muchos por calles enemigas. También los tuvo la derecha. Eran candidatos de dar lástima, los priistas se reían de ellos, en los pueblos los alcaldes les cortaban la electricidad a sus escuálidos mítines, si crecían los amenazaban, si decaían los dejaban continuar con lo que Pepe Revueltas llamaba "soledad de perro". Pero podíamos escribir sus nombres en un espacio en blanco de las boletas electorales.
Por suerte no ganó Campa ni Martínez Verdugo, pero hicieron su campaña y les dedicamos espacio en los medios que nos lo permitían. Y quienes en esas miserias anduvieron, hoy senadores y diputados, nos hacen lo que no hizo el PRI e inscriben como ley lo que durante el priato fue sólo costumbre. Repito el símil: no es lo mismo no poder entrar a un restorán texano porque no traigo dinero, que no poder entrar porque hay un letrero en la puerta que dice: "Prohibido el paso a mexicanos y a perros". Que el resultado final sea el mismo no elimina la falta de ética en la prohibición expresa. Como no es igual no ir de compras al Palacio de Hierro porque sus precios no son para mí, que, como en tiendas cubanas, porque a la entrada me exigen pasaporte extranjero y en las cajas pago en moneda extranjera.
Por eso resulta admirable la pelea que sigue dando Jorge Castañeda en foros internacionales para exponer la impudicia de la nueva legislación mexicana que veta, ahora por escrito, toda candidatura de persona no avalada por un partido ya existente. Como veta que les digamos lo que creemos que se merecen: rateros y pillos cuando tenemos los argumentos, embusteros cuando tenemos la prueba de sus falacias, tramposos cuando los descubren las cámaras en plena estafa. Y peligrosos cuando replantean viejas recetas echeverristas que hundieron al país en crisis económicas periódicas.
Los legisladores se forjaron escudos contra cualquier verdad incómoda, y gozosamente se fueron a festejar al Cardenal, pasándonos luego la cuenta del faisán relleno y los vinos de gran reserva que, además, debemos pagarles, como el manicure, el corte de pelo y el sauna.
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