150 aniversario de Neptuno
columna: «la ciencia en la calle»
Saturno
El más lejano planeta visible a simple vista es Saturno. Con la invención del telescopio por los holandeses, se añadieron dos elementos a los últimos planetas; satélites a Júpiter y anillos a Saturno. Los satélites mayores de Júpiter fueron observados por Galileo con un telescopio de calidad inferior a los que venden algunas jugueterías. Los llamó "estrellas mediceas" en honor a los Medici pues, recordemos, artistas y científicos no tenían otro medio de obtener financiamiento que procurarse el favor de los príncipes y los ricos, ya fuera para componer una ópera o construir un observatorio. Hoy el honor se lo ofrecemos a Galileo y los llamamos por él satélites galileanos. En 1610, Galileo vio también los anillos de Saturno, pero, por la posición que tenían ese año respecto de la Tierra y el poco poder de su telescopio, Galileo vio algo así como un disco con orejas e interpretó que Saturno estaba constituido por tres planetas. A los dos años, los anillos quedaron de canto a la Tierra y las "orejas" o planetas compañeros desaparecieron. No fue hasta medio siglo después cuando Christiaan Huygens interpretó las "orejas" correctamente: "un delgado anillo plano que en ningún punto toca el planeta".
Urano
Hacia finales del siguiente siglo, el astrónomo inglés William Herschel se dio a la tarea de dibujar mapas estelares que incluyeran las estrellas diez veces más tenues que las visibles a simple vista.
El 13 de marzo de 1781 encontró "una curiosa aunque nebulosa estrella o quizá un cometa". Vistos al telescopio, los planetas muestran una clara forma de disco, no así las estrellas porque la enorme distancia a la que se encuentran éstas no permite, ni con los más poderosos intrumentos actuales, ver algo más que no sea un punto de luz. Herschel descartó pronto que el objeto celeste fuera un cometa por su falta de cauda y su lenta velocidad. En un año quedó establecido que era un planeta 18 veces más distante del Sol que la Tierra. Esto es, al doble que la distancia de Saturno, con lo cual el Sistema Planetario crecía también al doble de su tamaño conocido. Con las para entonces ya bien establecidas leyes de Newton y su descripción matemática de la gravitación, fue posible calcular la órbita de Urano... pero las observaciones no se ajustaban a los cálculos. Hacia 1830 los astrónomos ya mencionaban con insistencia una explicación para las anomalías en la órbita de Urano: otro planeta.
Neptuno
La carrera para localizar al nuevo planeta, más allá de Urano, fue uno de los momentos más bellos de la ciencia porque el lugar exacto donde debería encontrarse fue predicho, basándose exclusivamente en la mecánica de Newton. Dos astrónomos, el inglés John Adams y el francés Jean Joseph Le Verrier, se dieron a la tarea de establecer la órbita que debería tener el supuesto planeta exterior a Urano. Con los datos de la órbita teórica, James Challis, en Cambridge, comenzó a buscar el planeta. Se distinguiría este nuevo planeta como un disco luminoso que se hubiera movido, respecto de las estrellas de fondo, en observaciones realizadas en noches sucesivas. Esto es, para ser planeta debería moverse respecto del fondo de estrellas fijas. El 4 de agosto de 1846, Challis lo observó, mas, para su histórica desgracia, no comparó su observación con las realizadas en noches anteriores.
El descubrimiento
A fines de ese mismo mes, Le Verrier presentó sus últimos cálculos a la Academia Francesa y el 18 de septiembre sugirió al astrónomo alemán Johann Gottfried Galle, en el observatorio de Berlín, que buscara el planeta en un área celeste ya muy delimitada. Empleando los cálculos de Le Verrier, Galle esperaba localizar el planeta, pero los trámites burocráticos ante el director del observatorio de Berlín se complicaron, por lo que un joven astrónomo, Heinrich Louis d'Arrest, se puso a revisar entre tanto unas cartas celestes recién elaboradas y encontró que en uno de esos mapas faltaba una "estrella", misma que sí estaba presente en otros mapas. Esa estrella tenía que haber sido una observación inadvertida del planeta. Sin esperar más la autorización, conociendo ya el lugar exacto donde debían buscar, el 23 de septiembre de 1846, hace 150 años, Galle y d'Arrest dirigieron allí el telescopio y en cuestión de minutos encontraron al planeta que luego fue llamado Neptuno.
Y suerte, además
Neptuno fue localizado a sólo un grado del lugar predicho por Le Verrier y a dos y medio grados del predicho por Adams, pero cálculos posteriores mostraron que tal exactitud se debió en buena medida a la casualidad y a la buena suerte, pues las órbitas teóricas de ambos astrónomos no se ajustaban tanto a la órbita real de Neptuno, sino en ese año preciso, y conforme avanzó el siglo la divergencia habría sido cada vez mayor entre las posiciones teóricas del planeta y las reales, con lo cual hubiera sido más difícil el descubrimiento, pues los astrónomos habrían dirigido sus telescopios en dirección equivocada.
No era el final
No terminó allí la historia, porque tampoco Neptuno se comportaba como debía, así que los astrónomos propusieron, por segunda ocasión, la misma causa: otro planeta exterior. Éste no fue localizado hasta el presente siglo, a principios de 1930, y es Plutón. Debemos su descubrimiento muy particularmente a los trabajos de Percival Lowell, de ahí que el símbolo de Plutón esté formado por las letras P y L enlazadas.
Y quizá no lo sea
Apenas descubierto Plutón, los astrónomos volvieron a encontrar anomalías en las órbitas de los últimos planetas, por lo que propusieron la existencia de otro más, transplutoniano, que lleva el nombre de Planeta X, tanto por la x de las incógnitas matemáticas, pues sigue siendo una incógnita, como por el número 10 romano, ya que resultaría ser el décimo planeta.
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