El rencor
columna: «la calle»
¡De la que nos libramos!, fue el sentimiento que muchos tuvimos al ver el nuevo ultraje cometido contra el preso político favorito de López Obrador: Carlos Ahumada. Luego de ser puesto en libertad, antes de un minuto lo vimos golpeado, humillado, vejado, arrastrado por los pies y el cuello para aventarlo dentro de un auto entre los gritos de niños, sus hijos, y de su esposa. Un secuestro exprés, era la imagen al quedar vencidos sus custodios, agentes de la AFI dispuestos para protección de su familia desde las amenazas de muerte en 2004. Pero no era un secuestro: eran "agentes de la ley" aplicando una orden de presentación que jamás mostraron. No le ahorraron ni el insulto de la xenofobia. Los guaruras encargados de reaprehender a Ahumada, mexicanos por el azar de su nacimiento, le gritaron su origen argentino a quien es mexicano por voluntad propia, por elección. Con más mérito que el de haber sido paridos aquí.
Acusado de fraude por las autoridades perredistas beneficiarias del fraude, pasó más de tres años no sólo encarcelado, sino incomunicado, sin permiso para dar a los medios su versión de los hechos, con dificultades hasta para ver a sus defensores. Cada que un proceso comenzaba a derrumbarse, sus fiscales añadían nuevos cargos, inventaban otro proceso. Luego de más de tres años acusado de delitos que no ameritaban cárcel, un juez declara que "fue víctima de una injusticia" y lo pone en libertad. ¿Y esos tres años de vida joven? ¿Y la incomunicación, las humillaciones, las negativas a permitirle ser entrevistado? Llamar "injusticia" a lo que hicieron con ese hombre y su familia es un burdo eufemismo. Fue víctima de una feroz venganza, de un sadismo que tuvo por epílogo una última tortura, la de permitirle 58 segundos de libertad antes de arrastrarlo a otro juzgado y someterlo a nueve horas de interrogatorio. ¿No lo tuvieron más de tres años para interrogarlo?
La reforma de nuestro sistema jurídico es urgente: no podemos seguir los ciudadanos sometidos al terror de que una acusación, aun las más falsa, nos ponga en la cárcel con la legislación atribuida a Pancho Villa: "Tú mátalo, después güiriguas..."
Los hechos escuetos que llevaron a la cárcel a Carlos Ahumada los vimos todos por televisión: como empresario favorito de los gobiernos perredistas del DF recibía jugosos contratos a cambio de pagos en efectivo tributados a los más altos jerarcas del PRD. Vimos a René Bejarano, ex secretario particular de López Obrador y su alfil en la Asamblea Legislativa del DF, llenando un maletín con fajos de dólares que no cupieron, así que procedió a llenarse los bolsillos, todos los bolsillos del traje. Vimos a Gustavo Ponce, secretario de Finanzas de AMLO, jugando en Las Vegas y supimos que era cliente VIP del más elegante casino porque asistía a jugarse fortunas cada tres semanas.
A Bejarano, el político sobornado, le dieron unos meses de cárcel en celdas acondicionadas como suite de lujo. A Ponce, el mismo López Obrador lo puso sobre aviso en conferencia de prensa y le permitió vaciar su oficina y borrar el disco duro de su computadora. Todo ello a pasos de las oficinas del Peje. Luego lo escondió el PRD en tierras perredistas, donde fue localizado por las autoridades federales y aprehendido. A Carlos Ahumada, el empresario corruptor de tan blancas palomas lo acaban de soltar, no sin antes recordarle quiénes son.
Carlos Ahumada empleó hasta su atractivo varonil para llegar a los más altos círculos del PRD. Recibió contratos multimillonarios por encima de licitaciones y otros controles que el PRD acostumbra tildar de "legaloides". Pagaba el favor regresando parte de las utilidades. Es lo que siempre habían hecho los encargados de compras en los gobiernos del PRI: Tanto para ti, tanto para mí y queda aprobado tu contrato. El PRD hace lo mismo porque son los mismos, "una vez priista, siempre priista", y conocen de memoria el camino. Cuando el empresario vio en riesgo sus intereses, sacó su carta secreta: había videograbado a todos los perredistas durante las entregas de dinero. Bejarano dijo que López Obrador estaba al tanto de los sobornos, lo mismo declaró Ponce (según Alejandro Encinas, que recibió la última llamada del ya prófugo secretario de Finanzas).
Esa fue la falta que hundió a Carlos Ahumada y le atrajo un encono, una saña que no sufrimos ni los presos políticos de otros regímenes: había desnudado la corrupción de los puros.
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