Napo y reforma laboral

publicado el 16 de abril de 2007 en «Milenio Diario»
columna: «la calle»

 

El Estado mexicano surgido de la Revolución de 1910 se arrogó el derecho de registrar ante la Secretaría de Gobernación partidos y sindicatos. Lo que fue un simple listado de los partidos existentes o un "sí, ya tomé nota de quién es tu nuevo líder" se convirtió en grillete y contubernio entre los gobiernos priistas y las corporaciones que le daban sustento, legitimidad y fuerza a cada nuevo sexenio.

Pero una cosa es "ya anoté tu nombre en mi agenda", sin más finalidad que la de saber a quién dirigirse, a qué teléfono llamar, por quién preguntar, y otra ferozmente autoritaria la de dispensar, de manera discrecional, certificados de existencia o condenas a la inexistencia, como ocurre ahora cuando la "toma de nota" dejó de ser anotar el nombre del dirigente sindical elegido (mal o bien) por los miembros del sindicato.

Para ser dirigente minero, dicen los estatutos del sindicato minero y la simple lógica, hay que ser minero. Para ser elegible por electricistas, telefonistas o cantineros a la secretaría general del sindicato respectivo, los diversos estatutos sindicales exigen un mínimo de años como trabajador de esa área. Napoleón Napito Gómez Urrutia jamás fue minero, no pasó años ni horas picando piedra. Quizá jamás haya entrado a una mina. Su padre le heredó el cargo y los multimillonarios beneficios. No es problema del gobierno, sino de los mineros que lo aceptan. Que con su pan se lo coman. Si no ha dado cuentas de 55 millones de dólares, propiedad de los mineros, y los órganos de justicia sindicales han sido corrompidos, queda la justicia común: ya se le persigue por ese presunto delito. Y aun si no fuera así, para abrir una investigación bastaría la demanda interpuesta por los afectados.

Pero los trabajadores que impugnan a sus dirigentes se arriesgan a la inmediata expulsión del sindicato. Y al desempleo por la infame "cláusula de exclusión". Creada para defender al naciente sindicalismo y convertida en su guillotina, obliga a la empresa a despedir al trabajador expulsado por el sindicato: la pinza es perfecta y deja ver la urgencia con que debemos afrontar una profunda reforma laboral.

Los mexicanos quitamos a la Secretaría de Gobernación, esto es al gobierno, el derecho a legalizar o no los partidos políticos que nos quisiéramos dar. Pusimos las elecciones en los vecinos de las casillas y la admisión de nuevos partidos en el IFE.

Pero no hemos hecho otro tanto con los sindicatos, aún sometidos al viejo corporativismo priista... sin PRI: la Secretaría de Gobernación tiene aún el manejo discrecional de la "toma de nota", que no es tal ni lo ha sido nunca, pues no toma nota, sino dictamina quién es el bueno, quién ya no. Están los sindicatos ante un muro, que es el privilegio del gobierno para dar el nihil obstat al dirigente sindical, con lo que la representación obrera queda en manos de la Presidencia de la República. El PRI ponía y quitaba secretarios generales según su disciplina ante las órdenes presidenciales. Así seguimos porque el PAN no ha derribado esa estructura corporativa que no sólo afecta al obrero, inhibe también la inversión porque deja en manos corruptas el derecho de huelga y la existencia misma de la empresa.

Luis De La Barreda

La defensa que el ex ombudsman del DF ha hecho de su padre, el capitán Luis de la Barreda, está contenida en un expediente que no conozco y no sabría interpretar porque no soy experto. La desaparecida Fiscalía Especial para (etcétera) que acusó al capitán Luis de la Barreda padre como corresponsable de la matanza ocurrida en Tlatelolco el 2 de octubre de 1968 ha fracasado una decena de veces en demostrar, ante diversos jueces, ese grave cargo, siempre demolido.

A mí me convence más un dato absolutamente subjetivo: Luis de la Barreda hijo asistía con el entusiasmo de sus 18 años a las manifestaciones de 1968. Su padre, al frente de la Federal de Seguridad, y si hubiera conocido los planes homicidas, tenía todos los medios para impedir, hasta por la fuerza, con los guaruras necesarios, que su hijo fuera a Tlatelolco ese 2 de octubre. No lo hizo. El hijo entró ignorante a la trampa y salió vivo, como salimos el 99 por ciento de los asistentes. El padre no sabía lo que iba a ocurrir esa tarde en que, según la estela levantada por ex dirigentes estudiantiles, cayeron muertas 38 personas desarmadas y sin culpa. Repito: mi convicción es subjetiva... pero absoluta.

 

la talacha fue realizada por: eltemibledani

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