Nacionalismos
columna: «la calle»
"Los nacionalismos, esa dolencia mayor del siglo XX" a juicio de Fernando Savater, parecen multiplicarse en el mundo y exigir guerras y cierre de fronteras. México es pacifista por pobre, pero a autoelogiarnos pocos países nos ganan. De ahí que resulte tan fácil para el PRI volver a la retórica nacionalista para impedir las reformas que propuso al Congreso como necesidades urgentes cuando tuvo el poder: la fiscal y la eléctrica, de forma notoria. En un berrinche que le ha costado al país miles de millones de dólares en inversiones frenadas, en salida de empresas que buscan mejores condiciones, en desempleo y en desaliento, se niega a aprobar, como oposición, lo mismo que propuso como gobierno.
La clave de estos súbitos cambios de opinión es el costo político que conllevan las reformas. El PRI nos convenció, con su oratoria revolucionaria, de que el mundo entero nos trata de arrebatar nuestras riquezas. La escuela pública, el muralismo, la novela, el periodismo, los discursos oficiales y hasta el teatro y la danza construyeron una entelequia irrefutable: el pueblo. Y, claro está, el político (priista) en el poder era el oráculo por quien el pueblo hablaba.
Y sin preguntarle al pueblo su opinión, se implantó en México la tenencia colectiva de la tierra, el sindicalismo obligatorio y obligadamente afiliado al PRI, la organización vertical de los comerciantes. Todas esas corporaciones oficiales sirvieron para que sus dirigentes alcanzaran altos puestos en el gobierno: diputados, senadores, ministros, y emplearan el poder para enriquecerse. Así se creó una clase social distinta, que no eran campesinos ni obreros ni comerciantes ni empresarios, ni productores ni distribuidores de bienes: eran "licenciados", políticos de profesión que un sexenio debían resolver asuntos fiscales, otro dirigían el Seguro Social y al siguiente iban a ferrocarriles, petróleos o al campo. Poco importaba que en el Seguro Social confundieran la gimnasia con la magnesia al ordenar, lo importante era asegurar un "hueso" durante seis años, y para obtenerlo la virtud indispensable no era el conocimiento del área, sino la disciplina: irse a cuidar bosques un sexenio para luego ser nominado candidato a gobernador.
Para el control orgánico de los campesinos se inventó la CNC; para los obreros la CTM y para los demás la CNOP, todas ellas amarradas por encima al Congreso del Trabajo y éste anclado al PRI. Así fue como sostuvieron que la voz del gobierno era la voz de campesinos, obreros y comerciantes.
Pero, claro está, el PRI debía pagar de alguna forma el "apoyo popular" y para conseguirlo corrompió al pueblo: al comerciante le permitió vender mercancía de contrabando y establecerse sobre las banquetas, estorbando el paso y sin pagar impuestos, a cambio de asistir al mitin del "licenciado" en turno. Escenografía y votos a favor del PRI si querían seguir vendiendo contrabando, sin pagar impuestos y frente a vitrinas y entradas de negocios establecidos y bien controlados por Hacienda.
Los obreros, por su concentración en fábricas, fueron de más inmediato control que los dispersos campesinos: bastaron pistoleros que dieran fin a cualquier disidencia, que impusieran en elecciones sindicales a los favoritos del gobierno.
Y tuvimos líderes "campesinos" que nunca habían sembrado una milpa ni ordeñado una vaca; líderes "obreros" que quizás en su adolescencia habían sabido de tornillos y pinzas, pero llevaban treinta años vistiendo corbata y traje para sentarse en mullidas oficinas.
Sin embargo, en la medida en que el mundo se volvió pequeño porque bastaron doce horas para enviar mercancía al más remoto rincón, un segundo para comunicar las noticias de lo ocurrido en Irak y la democracia se erigió en valor universal que obligó aun a los peores dictadores a maquillarse, el régimen priista comenzó a resentir la murmuración planetaria según la cual era culpable de la peor infamia: no ser democrático. Con los primeros diputados de partido se mostró al mundo que la oposición podía ganar. Y en ese juego las apariencias se hicieron realidades y el PRI perdió el poder en 20 años, largos para una vida, cortos para la historia.
Pero nos heredó la vieja oratoria con la que hoy día los "líderes campesinos" de oficina, priistas o ex priistas fugados al PRD, pretenden convencernos de que permitir la entrada de alimentos baratos y exportar productos agrícolas mexicanos sin pagar aranceles... provoca pobreza. Habría que preguntarle su opinión a la familia que encuentra pollo y huevo baratos gracias al TLC y la libre competencia entre productores nacionales y extranjeros.
Dice con razón Savater que será un gran día cuando la "identidad cultural" sea vista con el mismo recelo que las referencias al color de la piel.
Los enanos
Los países sin poderío militar no tenemos otra defensa que el respeto a la ley por parte de los poderosos. Exactamente como ocurre al ciudadano común desarmado: pide a gritos la presencia de la autoridad. Ya lo dijo Juárez.
El siglo XX hizo dos intentos por crear un marco jurídico internacional al que todos los países debieran sujetarse: la Liga de las Naciones y la Organización de las Naciones Unidas. Fracasaron ambas por una simple y sencilla razón: porque la ley sin la fuerza o la amenaza de la fuerza es letra muerta. Por eso, si la ONU va a subsistir, deberá ser una organización poderosamente armada e independiente de cualquiera de las potencias. Otra cosa es pura perdedera de tiempo, como acaba de balbucear el emperador Bush.
"El Sermón de la Montaña dice ‘no resistas al mal’. El Estado, por el contrario, afirma: ‘Colaborarás en la victoria de la justicia mediante el uso de la fuerza y, si no, serás responsable de la injusticia’. Si falta este elemento, el Estado no existe; surge entonces el anarquismo del pacifista" (Weber, Sociología de la religión). Nos urge una ley supranacional que defina, primero, la justicia, y luego el cómo y el cuándo de la fuerza, y tenga los medios para aplicarla. O vale un soberano comino.
0 animados a opinar:
Publicar un comentario