El país de los fueros
columna: «la ciencia y la calle»
A nadie en el mundo le gusta pagar impuestos, pero todos exigimos del gobierno calles asfaltadas, cuerpos de seguridad eficaces y honestos, alcantarillado suficiente, parques cuidados, avenidas hermosas. Entre las protestas que se han levantado por la reforma tributaria propuesta por la Presidencia de la República, muchas tienen sentido y el Congreso deberá no sólo reflexionar, sino hacer números, para que mejoren tanto la recaudación fiscal como su distribución.
Pero entre las objeciones más curiosas hay una muy repetida: que el trabajo intelectual debe gozar de fuero ante la Secretaría de Hacienda. El electricista que nos extiende un recibo de honorarios, paga según acumule en el año; la traductora simultánea, el médico, el empresario: todos los que perciben ingresos están obligados a declararlos y a pagar impuestos. ¿Por qué no quienes cobramos por el trabajo de escribir un par de cuartillas o un libro? ¿Por qué es tan especial nuestro trabajo?
También es verdad que todos tratamos de evitar los controles fiscales: si no pedimos recibo a la secretaria del médico, se guarda los 300 pesos de la consulta y nos da las gracias. Sólo si lo pedimos se toma su tiempo y lo lleva a firmar. Es que quien recibe honorarios hace lo posible por quedarse con ellos íntegramente. Está en lo suyo. Hacienda, por su parte, está en lo suyo al convertir al cliente en aliado del fisco, no por razones patrióticamente abstractas, sino porque cada ciudadano defiende su propio interés al pedir recibos que hará deducibles.
¿Por qué nosotros no?
Así pues, en todos lados se trata de eludir al fisco, pero únicamente en los medios intelectuales escucha uno que quienes cobramos por escribir no debemos pagar impuestos. Es verdad que, salvo a nombres de gran atractivo, los diarios pagan mal. Pero tampoco están bien pagados otros trabajadores por honorarios. Por lo mismo la ley prevé un límite inferior para el cobro del Impuesto Sobre la Renta, o ISR. De ese impuesto están exentos quienes menos ganan. Pero si la acumulación anual de los ingresos supera ese límite, se comienza a pagar en tasas progresivamente elevadas. Algunos gremios, por ejemplo los pintores considerados artistas (pero no los de brocha gorda), han logrado que el fisco les acepte pagos en especie. De tal forma que quien debe impuestos por 50 mil pesos entrega a Hacienda un cuadro valuado en esa cantidad. Paga, al fin y al cabo.
Pero los escritores argumentan que ellos, y sólo ellos, deben ser harina de otro costal. Algunos ganamos poco por la venta de nuestros libros, otros ganan muy bien y una escasa veintena vive entre aviones, grandes hoteles, conferencias, cocteles y entrevistas. ¿Por qué deberán estar exentos de pagar los sueldos de la policía, cuya presencia exigen, la construcción de carreteras y puentes que emplean, o el servicio de drenaje que usan como cualquier ser humano?
Los muchos fueros
Los indios piden regirse por leyes distintas a las nacionales, porque ellos son "del color de la tierra" y porque llegaron primero. Los intelectuales que escucharían escalofriados un discurso sobre la supremacía blanca, aplauden a rabiar cuando son indios quienes argumentan sus formas de superioridad: ellos son ave, son montaña, son lluvia, dijeron al Congreso. Los demás mexicanos no somos sino vulgares bípedos terrestres. Los argumentos sobre el color de la piel, cuando vienen de personas blancas, se consideran racistas e intolerables. Pero proferidos por indios resultan plausibles. Los microbuseros se resisten a llevar sus unidades a revisión. Los sindicatos del Seguro Social, de maestros, de paraestatales se hacen uno contra disposiciones que beneficiarían a la población, como la libertad para elegir médico, hospital, escuela, universidad. Defienden sus actuales fueros porque son ya modus vivendi para la clase de los dirigentes sindicales, aislados de los fines que les dieron origen.
Pero nadie como los intelectuales para hacer ruido en torno a su exigencia de trato especial. Un desplegado de los–abajo–firmantes hace milagros ante las autoridades. La pregunta sigue en pie: ¿por qué no debe pagar impuestos quien obtiene utilidades por la venta de sus publicaciones?
¿Estado de Derecho? Eso no lo veremos nunca mientras cada grupo de mexicanos exija ser tratado de manera excepcional.
Hechos injustos
Puede ser injusto, pero es un hecho que a los partidos los juzgamos por sus elementos más notorios. Y por eso el perfil del PRD no lo trazan Pablo Gómez ni Amalia García, sino personajes salidos de esa zona nebulosa donde colindan el hampa, los grupos de presión y el reparto de beneficios arrancados al poder.
Fue un procurador del PRD el primero en negarse a acatar señalamientos directos de la Comisión de Derechos Humanos presidida por un hombre de la calidad moral de Luis de la Barreda. ¿Cambio? Sí: saltapatrás.
Y es que a los priistas ya los teníamos amansados: querían ser gente de bien, personas civilizadas; hacían esfuerzos porque nos olvidáramos de su pillaje en las arcas de la Nación en tiempos de elecciones, de sus fraudes electorales, de sus abusos de autoridad. Luego, ya en el poder, querían que les perdonáramos todo. En cambio, el hijo del PRI, el PRD, formado por lo más viejo del priismo, por los políticos más a la antigua, los que se sintieron rebasados por los jóvenes, saltados por los que no hicieron cola para llegar al poder, tiene todos los viejos defectos del PRI y ninguna de sus virtudes.
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