Formalidades e informalidades

publicado el 09 de abril de 2001 en «La Crónica de hoy»
columna: «la ciencia y la calle»

 

La constante exhibición de informalidades en el presidente Fox parece a muchas personas un respiro tras de un siglo de señorpresidentismo e intocabilidad no sólo de los presidentes, sino de ahí para abajo hasta los secretarios del secretario. Pero otros pensamos que la vida en común se vuelve insoportable sin el cuidado de las formas. El cine mexicano, producto ideológico de la Revolución de 1910, enseñó durante los años 40 y 50 que los ricos eran tiesos y sangrones, mientras que los pobres eran informales y simpáticos. Entre el riquillo caracterizado por Ramón Gay y el humilde trabajador con la voz y la figura de Pedro Infante, la niña bien terminaba por darse cuenta de la falsedad del primero y la sinceridad del segundo. Demostraba esta súbita certeza al divertido espectador metiendo por primera vez en su vida las manos al plato de mole o comiendo tacos con Pedro en la calle. Bajo estas luces filosóficas, recientemente revividas por Titanic, no acaba uno de entender por qué la gente quiere ser rica y no pobre, por qué paga primera clase si donde se divierten que da gusto es en tercera. Por qué va a lugares a donde primero debe arreglarse.

La corbata es divertida

La respuesta es que la formalidad tiene su aspecto festivo. Vestirse bien para ir a un gran restorán es parte del placer y no un mero obstáculo para entrar. En nuestros países tropicales la ideología populista dicta que toda formalidad es una molestia, así que uno corre el riesgo de llegar al más caro restorán de Acapulco, a la cena de gala por el año nuevo, y encontrarse con que una familia rica llevó a su bebé, con todo y pañalera, y el bebé pasa la noche en un berrinche que arruina la diversión de todos. Al capitán, vestido de smoking, y a las edecanes, de vestido largo, el llanto y los pañales no les parecen impropios del estilo ni de los precios estratosféricos del Casa Nova. La informalidad de los vecinos, sobre todo si son sinaloenses y narcos, proclama el derecho a fiestas con tambora y balazos hasta las cinco de la mañana; los choferes de autobús urbano buscan el carril libre para rebasar, los pasajeros exigen parada en cualquier sitio. ¿Para qué las formalidades? Y así la vida cotidiana se vuelve insoportable.

Cuando es el presidente

Pero cuando no es la tambora del vecino o el cambio de pañales en la mesa de junto, sino el juramento, ante el Congreso de la Unión, de un nuevo presidente de la república, el formato del texto es el establecido para que el presidente jure lo que el Congreso y los ciudadanos quieren que jure y no lo que se le ocurra. Igualmente, cuando el presidente Fox acude a misa puede hacer de ese acto un momento de religiosidad privada o una exhibición farisaica de fe pública.

Optar por esta vía da alas, lo busque o no el Presidente, a quienes creen que el 2 de julio fue la revancha de la Guerra de Reforma. Y no, no lo fue. Ya vivimos los mexicanos dos extremos de formalidad e informalidad. a) El presidente López Mateos hacía las recepciones oficiales en el Palacio de Minería. Las invitaciones exigían frac "y condecoraciones" a los hombres y vestido largo a las mujeres. b) Dos sexenios después, Echeverría, que como subsecretario por lo visto había sufrido con el cuello de pajarita blanca, implantó la guayabera y las recepciones con agua de jamaica y bailes de adelitas encabezados por su mujer. En una ocasión doña María Ester Zuno de Echeverría mandó algunas edecanes a solicitar, de todas las presentes, la donación "voluntaria" de las joyas puestas. Parecía un acto de justicia social aplaudible. Pero fue ese estilo populachón de gobernar, y no el de López Mateos ni el de Díaz Ordaz, el que endeudó al país hasta niveles impagables y causó la primera de nuestras recurrentes crisis postsexenales con devaluación e inflación. Los suizos, para hacer una fiesta en casa, deben recabar las firmas de aceptación de todo el vecindario. Parece un exceso en estas tierras, pero cuando los vecinos echan balas al aire, sin pensar que lo que sube cae, y las patrullas encuentran normal que si hay fiesta en una casa nadie duerma en varias cuadras a la redonda, quisiera uno siquiera un poco de ese tedio suizo. Y cuando se trata de las informalidades de un presidente de la república, debemos recordar, espeluznados, que el mejor ejemplo es Echeverría. Y así nos fue.

La impunidad del estado

Después de casi dos siglos, los mexicanos nos hemos dado elecciones creíbles del poder ejecutivo; tenemos un poder legislativo con todos los defectos de la democracia y el clientelismo, pero sin duda elegido por nosotros. Nos falta un tema: ¿Qué debemos hacer los mexicanos para no ser encarcelados durante años, mientras comprobamos nuestra inocencia? ¿Qué reformas a las leyes, códigos y a la misma Constitución debemos promover entre nuestros lejanos y desconocidos representantes, los diputados? Exigimos al estado combatir la delincuencia y terminar con el escandaloso grado de impunidad en que la inmensa mayoría de los delitos quedan, pero ¿quién nos librará de la impunidad con la que el estado puede privarnos de la libertad y luego soltarnos hasta sin una disculpa?

 

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