El vaso de agua y otras minucias
columna: «la ciencia y la calle»
El habla cotidiana tiene color social. Por ejemplo, los arcaísmos son típicos de campesinos: ansí, jiede, mesmo y otros que se encuentran en Cervantes o Lope, suenan horribles a las clases superiores que no leen. Los pobres hacen un sano intento por diferenciar el presente del pasado en la conjugación -ir. Dicen "subemos" y "dormemos" para el presente o el continuo y dejan "subimos" y "dormimos" sólo para el pasado, como ocurre con la conjugación en -er: comemos y comimos, bebemos y bebimos. Esa distinción, que la lengua culta no hace en la conjugación -ir, enriquece la expresión y la vuelve más exacta, ya que clarifica a quien escucha si "subemos" siempre a pie, o "subimos" ayer a pie.
En cambio, a las clases media y alta no letradas les da por las ultracorrecciones: "espero me disculpes", sin el necesario "que", les suena elegante. También comenzamos a oír locutores que evitan la doble negación, como en "no hay nadie", "no hay nada", y dicen algo espantoso: "hay nadie", "hay nada". También llegó a la prensa para quedarse el horrible "inicia" en vez de "comienza" o "se inicia".
Otra imposición de la prensa, además del incomprensible "Beijing" que algunos diarios y noticieros conservan, es el impronunciable "Sri Lanka". No es solamente problema de que no sepa uno dónde carajos quede eso, sino que el idioma castellano tiene absoluta aversión por ciertas consonantes líquidas, como en "steel", "strada", "spéculer" o "ston". Es un triunfo lograr que un mexicano, español o argentino no pronuncie "esteel". Los maestros de idiomas sufren con nuestra incapacidad para articular ambas consonantes sin anteponer una facilitadora "e". Así que no podemos sino decir "Es- ri Lanka", nombre que no tiene connotación alguna en la memoria de nadie, ni en la literatura ni en las aventuras ni en las novelas de piratas y de tesoros, como la tiene la palabra mágica "Ceilán", que de sólo escucharla huele a canela y a clavo, a mar, a madera de barcos viejos y a cargamentos de algodón bajados por hombres de turbante blanco y sudado.
Si castellanizamos "Sri Lanka", como castellanizamos "United States", "France", "Hellada", "China" y por supuesto "Pekín", nos queda "Seri Lan- ka", "Serilán", "Seilán", con "s". Pero no: los diarios insisten en un territorio virtual llamado Sri Lanka, en contradicción con sus propios usos y costumbres de poner "Estados Unidos", "Francia" o "Grecia". Nos recetan un Sri Lanka que ni siquiera podemos pronunciar.
Por supuesto el "vaso con agua" es la ultracorrección predilecta de las clases in-lustradas. Insisto en el asunto porque he recibido peticiones de enviar el viejo artículo por Internet y porque tengo nuevos argumentos.
El argumento de autoridad
El idioma lo crea el pueblo, pero lo limpian, fijan y pulen sus escritores. En mil años de lengua castellana hemos dicho "vaso de agua". Desde la Edad Media, pasando por Cervantes y terminando con Octavio Paz, Borges y Vargas Llosa, todos los escritores han dicho "vaso de agua". Por tanto, toda persona, culta o inculta, así había dicho hasta hace pocos años, en que apareció la moda de los conistas, (los que dicen "con" erróneamente, así como se llama "leísta" a quien dice "le amo" cuando debe ir "la" o "lo"). Para empezar, son personas que no solamente no conocen su idioma, sino tampoco otros que emplean el equivalente de la misma preposición. Inglés: glass OF water, francés: verre DE eau (deau), italiano: bicchiere DI aqua (daqua), son tres ejemplos.
La preposición "de" tiene veintisiete significados en el Diccionario de la Real Academia (DRAE). El principal es pertenencia o posesión: "Vaso DE María" es el que le pertenece a María; el número 4 es: "Sirve para denotar la materia de que está hecha una cosa. El vaso DE plata; el vestido DE seda". El numerado con 5 dice, textualmente: "Señala lo contenido en una cosa. Un vaso DE agua; un plato DE asado." Eso dice la Real Academia, realzando "DE" con mayúsculas.
Las aberraciones
Una es ésta: si vaciamos un vaso lleno de agua en otro cacharro, ¿cuánta agua hay allí? Aun sin el vaso, allí tenemos un vaso de agua. Por eso las recetas de cocina vienen en "tazas de azúcar", "tazas de leche": porque se supone que usted vacía las tazas, no las bate con todo y la masa del pastel.
Al pedir "deme un vaso con agua", el solicitante se arriesga a que le lleven un vaso mojado. Pero hay complicaciones peores en otras frases. Una es "bébete un vaso con agua": quienquiera que lo intente muere por asfixia. Ahora imaginemos el caso para otros contenedores: "Nos comimos una cazuela con mole". El conista incurre en una verdadera extravagancia culinaria, que es comerse la cazuela.
Y si el conista no desea un vaso lleno, sino medio vaso, ¿cómo lo pide? Deberá decir, según su propia lógica: "Deme medio vaso con agua", y allí estamos rompiendo un vaso.
Los meseros impusieron esta moda porque piden, correctamente, "un vaso con hielo". En ese caso, el vaso no es una medida, salvo si el hielo es raspado. Luego generalizaron, pero, por suerte, siguen diciendo "botella de tequila", "taza de café", "plato de sopa" y "copa de vino", correctamente, aunque sin caer en la cuenta de su incongruencia. Sólo el vaso y el agua los trastornan. Así pues, lo sencillo y correcto es pedir "un vaso DE agua", como un costal de harina. Como Cervantes, como Paz.
(Recórtese, guárdese y muéstrese ante la terquedad).
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